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Vencer o morir. Antonio Espino López
Читать онлайн.Название Vencer o morir
Год выпуска 0
isbn 9788412221329
Автор произведения Antonio Espino López
Жанр Документальная литература
Серия Historia de España
Издательство Bookwire
Otros autores, como Pedro Carrasco, se refirieron a distritos militares en el seno del imperio. Por ejemplo, en territorio tenochca, Citlaltepec formaba un distrito militar y de allí salieron los gobernadores para las colonias de Oztoman y Alahuiztlan. Es posible que los bastimentos para la guerra necesitados en Citlaltepec procediesen de Tlatelolco. La región de Tizayocan, aunque formase parte de la tierra de Acolhuacan, también estaba vinculada con Citlaltepec y era considerada como «tierra de guerra», o cuauhtlalpan. Una zona donde es factible que los soldados con actos de guerra meritorios recibieran tierras. Otros lugares del distrito de Acolhuacan pudieron prestar apoyo en los conflictos contra Metztitlan y en tierra huasteca. Otros casos, como Calpollalpan, bajo dominio de Tetzcoco, era un puesto militar que presionaba Tlaxcala. O los pueblos de origen xochimilca, al sur de Chalco, una vez conquistados, sirvieron en la frontera de guerra con Huexotzinco. O el reino de Xilotepec, que incluía varias guarniciones de frontera contra los chichimecas. En definitiva, había siete distritos militares en el imperio; el propio Bernal Díaz del Castillo distinguió cuatro: Xoconochco, en Chiapas, defendía las tierras hacia Guatemala por el Pacífico; Atzacan se situaba en Coatzcualco, en el Atlántico, hacia tierras mayas; Atlan se localizaba en el Atlántico, hacia el norte y cerraba el paso al Pánuco; y Oztoman bloqueaba el camino de Michoacán, el mundo tarasco. Por cierto, estos últimos tenían guarnición en Cutzamala como réplica a Oztoman. Pero aparte de esos cuatro puntos extremos, existían otros tres distritos: Zozollan y Huaxyacac vigilaban las tierras no del todo controladas de los mixtecos y los zapotecos y protegían el camino hacia el istmo de Tehuantepec. Quecholtetenanco, con guarniciones de ayuda en Cuauhtochco e Itzteyoacan, cerraba el camino de los tlaxcaltecas hacia el Atlántico, pues estos habían incitado a la guerra contra los mexicas a la gente de Cuetlaxtan. Según la importancia del distrito, cada guarnición era regida por uno o dos gobernadores y, además, estos se distinguían por su origen, plebeyo o noble.81 Ahora bien, como señala Beekman:
Con la excepción de la fortificación limítrofe tarasca en Acámbaro, tanto los sitios fronterizos aztecas como los tarascos fueron bastante pequeños y apenas reconocibles como instrumentos estratégicos de los dos estados más fuertes en la historia de Mesoamérica. Esto se debe más bien a que los analistas han querido encontrar una relación demasiado simplista entre la estrategia y la fuerza militar.82
Michael Smith defendió en su momento la existencia de provincias estratégicas, provistas de guarniciones, más alejadas del centro del imperio que otras, intermedias, y muy productivas, que cabía defender lo mejor posible de incursiones enemigas.83 Eran estas, pues, aquellas cuyo tributo se especializaba en lo que podríamos considerar la reproducción o regeneración del poder militar del propio estado. Por otro lado, me pregunto, las gentes de las guarniciones de frontera, o bien los retenes de tropas en las ciudades ocupadas, ¿no los podemos considerar de alguna manera tropas profesionales? Pedro Carrasco da una explicación plausible de una cuestión tan importante: «Aunque no había ejército permanente en el sentido moderno de la palabra, el Imperio disponía permanentemente de fuerzas armadas compuestas de nobles, mancebos del telpochcalli y campesinos que tenían la obligación de servir en las guerras». En las zonas conquistadas eran los colonos asentados quienes proporcionaban ese servicio militar y demandaban un servicio semejante a los pueblos sometidos. Por último, Carrasco no gusta de abusar del término mercenario, dado que, sencillamente, no había un segmento social, o un grupo determinado, que se dedicase en exclusiva a la guerra, a pelear por otros, sino que los había cuya principal función era la militar, de la misma manera que para otros lo era la comercial o la artesanal. Un tributo en forma de servicio militar, en lugar de efectuarlo en especie, no es lo mismo que un mercenariado que cobra un salario.84
En definitiva, nos hallaríamos ante un ejemplo de imperio hegemónico que, por diversas circunstancias, tuvo que comportarse a la manera de un imperio territorial. En realidad, como apunta con sagacidad Carlos Santamarina, ambos no son del todo excluyentes. Por un lado, «el desarrollo de un sistema de dominación según el modelo territorial habría requerido una evolución previa hacia una mayor centralización política en detrimento de la relativa autonomía de las partes constituyentes [...]»; es más, añade Santamarina, «[…] en un contexto de densidad demográfica y complejidad política apreciables, no parece factible la organización de un sistema de dominio directo sin pasar antes por una fase de dominio hegemónico». Una vez cumplido este segundo objetivo, precisamente Moctezuma II se hallaba procurando lograr el primero. Por ello, concluye, «[…] puede afirmarse que el Imperio Mexica evolucionaba hacia una mayor centralización del poder cuando su desarrollo histórico fue interrumpido por los españoles».85
No obstante, también podríamos contemplar diversas «estrategias provinciales» a la hora de relacionarse con el poder central mexica por parte de los sometidos, tal y como propugnan Chance y Stark en un estimulante trabajo.86
LA GUERRA CONVENCIONAL
Las batallas convencionales del mundo mexica se libraban al amanecer si era posible, con los dos bandos buscándose para la pelea hasta alcanzar una distancia de unos escasos 60 metros. Mediante el sonido de tambores u otros instrumentos al uso como trompetas o caracoles de mar se daba la orden para el lanzamiento de flechas y proyectiles con las hondas y bajo ese paraguas se iniciaba el acercamiento a las filas del contrario. Las órdenes militares del ejército mexica –la orden del propio tlatoani, o de los príncipes; la orden de los águilas;87 la orden de los leones y jaguares,88 la de los coyotes,89 por último, la de los pardos, es decir de soldados plebeyos, o macehualtin, que se habían distinguido en la guerra– eran las primeras en avanzar en solitario y las seguían soldados veteranos (o tequihuah). La unidad táctica mínima estaba formada por 4 o 5 soldados dirigidos por un veterano, que a su vez se agrupaban en pelotones de hasta 20 hombres, los cuales acababan englobados en unidades mayores de 100, 200 e, incluso, de 400 hombres, todas ellas con su respectivo capitán, que, a su vez, recibían órdenes de un tercer oficial a cuyo mando se englobaban. Como el estrépito debía de ser notable, mediante señales de humo y el uso de estandartes se indicaban los movimientos de cada unidad y se daban las órdenes tácticas más adecuadas para cada situación. Una vez pasada la fase inicial de lanzamiento de dardos, pues las tropas de ambos contendientes se habían alcanzado, se iniciaba el combate cuerpo a cuerpo con las amas oportunas, picas o lanzas, espadas de madera, rodelas, etc. Una descripción de fray Juan de Torquemada en su Monarquía indiana es muy aclaratoria:
Al principio [de la batalla] jugaban de hondas y varas como dardos que sacaban con jugaderas y las tiraban muy recias. Arrojaban también piedras de mano. Tras estas llegaban los golpes de espada y rodela, con los cuales iban arrodelados los de arco y flecha, y allí gastaban su almacén […] después de gastada