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Vencer o morir. Antonio Espino López
Читать онлайн.Название Vencer o morir
Год выпуска 0
isbn 9788412221329
Автор произведения Antonio Espino López
Жанр Документальная литература
Серия Historia de España
Издательство Bookwire
Para Marco Cervera Obregón, las guerras floridas se emplearon contra Tlaxcala, Huexotzinco, Cholula, Atlixco, Tecóac y Tiliuhquitepec. Por tanto, sería lícito pensar que este tipo de conflicto era parte de la estrategia bélica, en el sentido de que se usaba contra vecinos poderosos y se buscaba el desgaste, insisto; era mejor la cautela que no sufrir una derrota. Por otro lado, la nobleza participaba en unos enfrentamientos meritorios, muy especializados, en los que no todo el mundo podía sobresalir con facilidad. De hecho, en el reinado de Tizoc, según afirma Isabel Bueno, se obligó a los macehualtin a sobresalir en las guerras floridas para escalar socialmente, a sabiendas que no lo tendrían fácil. No se les cerraban las puertas, pero eran difíciles de atravesar. Así, se contaba con soldados de élite –bien entrenados– en todo momento y, además, se enviaba un mensaje a todos los vecinos del poderío de los ejércitos mexicas. Por otro lado, la ideología transmitida sugería el carácter sagrado de la guerra, pues se recibían prisioneros para ser sacrificados a los dioses, y, por ello, el ejército y, dentro del mismo, la élite noble era imprescindible para la sociedad mexica. Con su estatus mantenido a salvo, la fama y la gloria obtenidas eran fundamentales, incluso en caso de muerte heroica, que para los mexicas era, más bien, una muerte afortunada (o xuchimiquiztli).
Fray Diego Durán afirma en sus crónicas que el xochiyáoyotl, las guerras floridas, fue instituido por Tlacaelel durante la gran hambruna de Mesoamérica de 1450-1454. Estas narran que Tlacaelel, junto con los dirigentes de Tlaxcala, Cholula y Huexotzingo, organizó batallas rituales para ofrecer suficientes víctimas y apaciguar a los dioses.
Aunque menudearon las guerras floridas desde la época de Moctezuma I, no solo Tenochtitlan luchó de tal guisa contra los señoríos enemigos arriba mencionados, sino que también se sumaron Tetzcoco y Tlacopan. Un tlatoani de Tlacopan, Totoquihuatzin, resultó muerto en la que libró contra Atlixco y Huexotzinco en 1468-1469. Y no siempre hubo victorias, pues en 1504 la guerra florida contra las dos ciudades citadas y Cholula acabó en derrota y gran desprestigio, pues murieron familiares del propio Moctezuma II en la misma. Es más, esa derrota condujo a una revuelta de los huastecas, lo que demuestra el papel propagandístico de la guerra florida tanto en un sentido positivo, al ensalzar el poder mexica, como en otro negativo, cuando evidenciaba su debilidad. Más tarde, Moctezuma II obtuvo algunas victorias y procuró atraerse tanto a Cholula como a Huexotzinco contra Tlaxcala, e incluso a esta cuando la hueste de Cortés ya operaba en el territorio. Sin duda, fue una suerte para el extremeño ese orden de cosas cuando apareció en el valle central mexicano dispuesto a hacerse famoso o morir en el intento. Stan Declercq sugiere, asimismo, que unos conflictos calificados como guerras floridas en su comienzo acabaron siendo guerras clásicas o convencionales, destinadas al sometimiento y conquista, más adelante.119 O bien a la derrota, como le ocurrió a Moctezuma II.
Pronto se plantea la pregunta de cómo fue posible que un señorío como Tlaxcala, aunque poderoso, pudiera aguantar tanto tiempo enfrentado a la todopoderosa y cercana Triple Alianza. Las respuestas que se obtienen a través de los cronistas, alguno de los cuales, como Andrés de Tapia, le preguntaron directamente al tlatoani tenochca, es que las guerras floridas se mantenían porque no dejaban de ser un entrenamiento militar de primer orden para la nobleza y una fuente segura y cercana de prisioneros para los sacrificios. Pero esas respuestas se pueden considerar, también, como excusas. Por otro lado, parece factible pensar que Moctezuma II estaba decidido a acabar con la independencia de Tlaxcala, pues ya lo había conseguido con Huexotzinco y Cholula, pero le faltó tiempo. Cortés llegó demasiado pronto. Además, también los potentes tarascos estaban sin conquistar y había otros muchos problemas que atender. Por otro lado, tampoco hay que dejar de lado la ferocidad bélica de los propios tlaxcaltecas, que lucharon siempre a la desesperada.120
Ahora bien, al hablar de guerras floridas se podría caer en la tentación de pensar que todo el fenómeno bélico mexica giraba en torno a una guerra ritual o ritualizada, cuando, como hemos señalado, contaba con suficientes elementos pragmáticos. De hecho, se puede hablar de la existencia de unas leyes de la guerra en el mundo mexica que no servían, precisamente, para limitar la acción de sus guerreros en el campo de batalla. En todo caso, existieron tribunales de guerra formados por cinco capitanes que solo dirimían asuntos de dicho calado y que actuaban in situ, en el propio campo de batalla, para tratar de cualquier delito que se produjese e imponer una condena inmediata. La mayoría de dichas faltas –desobediencia, cobardía, deserción, robo de un cautivo, traición, cautiverio o el uso indebido de los símbolos– se sancionaba con la pena de muerte. Pero no fueron extraordinarios, sino relativamente comunes, algunos comportamientos muy duros, propios de una civilización en la que el peso de lo militar fue muy importante. Por ejemplo, los mexicas masacraron a la población no combatiente de algunas ciudades en las guerras tepanecas, según relató fray Diego Durán, tras vencerlos. También mutilaron prisioneros, cortando orejas y narices, por ejemplo en el caso de Xochimilco, cuando los mexicas eran mercenarios de Culhuacan. La esclavitud de mujeres y niños, que eran repartidos por diversas localidades del imperio, demuestra que no todo el prisionero de guerra acababa sacrificado de inmediato. Asimismo, el padre Durán informó de la ejecución de 500 prisioneros de Chalco en la hoguera, pero una vez que les había sido extraído el corazón, es decir, se les práctico la cardioectomía ritual.
Pero, es más, lo habitual en un conflicto mexica de conquista era quemar los templos, saquear y robar, el método más fácil para contentar a las tropas, que así recibirían una recompensa. Además, cuando las tropas pasaban por un poblado ya sometido, si no recibían todo lo requerido por los guerreros era habitual que estos robasen y saqueasen, desnudasen a los habitantes, los agredían físicamente y sexualmente, podían destruir sus cultivos, aparte de otras muchas injurias y daños, escribió una vez más el padre Durán. Esos comportamientos servían al cronista citado para asegurar a sus lectores que los mexicas trataron a aquellos que conquistaron peor que los españoles los trataron a ellos cuando, a su vez, lo fueron. Dejando de lado el debate acerca de la veracidad absoluta o relativa del último aserto, lo cierto es que la presión ejercida sobre otros pueblos del entorno no se limitó al hecho de sacrificar a cierto número de personas, sino que era mucho más profunda y alcanzaba a todos los estratos sociales. De ahí el odio suscitado por los mexicas. Es decir, que podríamos pensar, rememorando el título de la famosa obra de don Miguel León-Portilla, en una visión de los vencidos (por los mexicas) anterior a la visión de los vencidos (cuando lo fueron los propios mexicas). También los tarascos pudieron perpetrar grandes masacres con los civiles no combatientes que han sido interpretadas siempre como sacrificios, cuando solo tenían en común con aquellos la cardioectomía como fórmula para administrar la muerte.121
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