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Vencer o morir. Antonio Espino López
Читать онлайн.Название Vencer o morir
Год выпуска 0
isbn 9788412221329
Автор произведения Antonio Espino López
Жанр Документальная литература
Серия Historia de España
Издательство Bookwire
Juan B. Pomar el cronista mestizo de Tetzcoco, hizo un apunte interesante: como el ideal era capturar a los guerreros enemigos más famosos, casi siempre las batallas degeneraban en verdaderos duelos parciales en primera línea entre guerreros valerosos de ambos bandos asistidos por sus allegados e incluso se preveía disponer de gente de reserva para vencer en esos duelos tan trascendentes. Por lógica, al lucharse así, en determinados lugares del frente de combate aumentaba la mortandad entre los participantes y si se conseguía que el contrario huyera, por no soportar la presión y las bajas acumuladas, entonces se podían realizar muchas capturas saliendo tras ellos. Pero no dejaba de ser peligroso, pues si el contrario se reorganizaba merced al buen hacer de algún guerrero osado, el resultado es que aquellos que disponían de algún prisionero, como les dificultaban la marcha, se encontraban en la tesitura de abandonarlos ante el peligro de ser ellos capturados entonces. Por ello, se vieron casos que los prisioneros acabaron por tomar presos a sus captores ante la llegada de refuerzos de los suyos. Aunque estas tácticas eran contradictorias por naturaleza, pues si el máximo premio era conseguir prisioneros, cabía el riesgo de perder una batalla solo por satisfacer a determinados guerreros. Por ello, Pomar asegura que había hombres valerosos, generales y capitanes
que no se ocupaban en otra cosa más de en sustentar y tener en peso la batalla, sin curar de prender a ninguno contrario, aunque el tiempo y la ocasión se lo ofreciese, por no poner en riesgo de ser el ejército rompido por los contrarios, si no era cuando estuviese ya seguro de esto.91
Según Ross Hassig, los soldados peleaban arduamente durante un cuarto de hora, salían de la refriega para refrescarse y volvían a entrar en la misma más tarde. Si se pelea con los flancos y la retaguardia protegidos por los compañeros, como en el caso mexica, la táctica de combate implicaba desorganizar las primeras líneas del contrario, romper su frente de combate y, dado el caso, abrir una brecha a partir de la cual dividir sus fuerzas en dos. Dado que se podía luchar con un número limitado de hombres en las primeras filas, la superioridad numérica era muy importante para el desgaste del contrario en la zona de choque directo y, por supuesto, también se podía optar por aumentar la extensión del frente, incluso flanquear al contrario y procurar rodearlo. Pero un punto clave, que sin duda influyó en sus luchas contra los castellanos, fue el hecho de que los mexicas buscaran la captura de prisioneros en combate, lo que parecía limitar el uso de sus armas, pues no se trataba de matar, sino, en todo caso, de herir para doblegar. Una vez más, Marco Cervera recurre a una cita de fray Juan de Torquemada, el cual aseguraba que nadie se entregaba de forma voluntaria, sino que peleaba por soltarse si había sido hecho prisionero, de modo que «[...] hacía todo lo posible el prendedor, por dejarretarle, en algún pie, o mano, y no matarlo, por llevarlo vivo al sacrificio». Es decir, el ideal era atrapar, inmovilizar y atar al contrario preso, para trasladarlo más tarde, pero si era necesario se le hería, en brazos y/o pies, para poder controlarlo mejor.92
Stan Declercq, citando a diversos cronistas, comenta que el hecho de realizar capturas de personas que se deben certificar como propias hizo que los prisioneros dudosos, es decir, aquellos por los que dos o más personas disputaban, pudieran ser sacrificados sin llegar a reconocerse a su captor. Por otro lado, estaba penado con dureza, mediante ahorcamiento, el hecho de pretender ser el dueño de una captura de manera fraudulenta o bien ceder a otra persona el prisionero obtenido. Es más, toda esta parafernalia recuerda inevitablemente a una partida de caza en la que cada actuante reclama su pieza o sus piezas y no se desea compartirlas con otros. Aunque se menciona el hecho de atar a los prisioneros, algunas imágenes de ciertos códices señalan el apresamiento tomando al contrario por los cabellos. Aunque esa acción de sometimiento se me antoja que separaba inevitablemente la caza de la guerra.93
Todo indica que en los encuentros contra el europeo, las armas arrojadizas fueron más letales que las restantes, pues estas no estaban pensadas para dar muerte. En cambio, los dardos lanzados con átlatl o las piedras arrojadas con hondas, por no hablar de las flechas, por muy inferiores que fuesen si se las comparaba con la fuerza impulsora de una ballesta europea, siempre causaban muchos daños al penetrar en las zonas desprotegidas de los cuerpos de los europeos, ya fuesen rostros, cuellos, brazos o piernas. La táctica mexica de envolvimiento del enemigo, con unas líneas delanteras que golpean e intentan arrollar a los contrarios, antes de trasladar a la retaguardia a los prisioneros, es asimilable, según V. Hanson, a la de zulúes y germanos, pero sin profundizar en una explicación de tales similitudes.94
Era habitual la ingesta de los cuerpos de los enemigos vencidos, una práctica que horrorizaba a los españoles y que les servía para demonizar a las sociedades aborígenes, pero que hubieron de tolerar, y esa es la gran paradoja, a sus aliados tlaxcalteca, sobre todo. Desde luego, los vencedores en una batalla se apresuraban a retirar los cuerpos de sus caídos para evitar que también fuesen comidos.95 Es más, esa costumbre tan extendida quizá estuvo en el origen de la retirada de los cuerpos de los compañeros caídos en plena batalla, lo que a veces causaba extrañeza en los castellanos, por sus nefastas consecuencias tácticas, pero así lo hacían, al menos, los mayas. Ahora bien, dichas consideraciones en un combate contra europeos, que reaccionaban de manera distinta en la lucha y portaban otro tipo de armamento, es muy posible que resultaran ser contraproducentes, pues los hombres de Cortés solo buscaban la aniquilación del contrario si este no retrocedía –otra cuestión es cómo el caudillo extremeño, como veremos, satisfizo las ansias de prisioneros de sus aliados aborígenes–.
Los mexicas tuvieron que adaptarse a una orografía complicada, a pelear en ciudades lacustres y a batallar en otras que no lo eran, de modo que también desarrollaron diversas estratagemas. En un momento dado, podían fingir una retirada para obligar al contrario a seguirles y hacer que cayesen sobre el mismo tropas emboscadas. Podían construir trampas en el suelo, que cubrían de estacas, por donde harían que pasase el enemigo, o sencillamente obstruir caminos. En las ciudades, dada su arquitectura, se podía atacar al contrario desde las azoteas de los pisos superiores con el lanzamiento de todo tipo de proyectiles. Pero el combate cuerpo a cuerpo era fundamental. Está claro que en una lucha de tipo gladiatorio, los más habilidosos no solo sobrevivían, sino que recibían las máximas recompensas. Cuando el escenario de la batalla era una urbe situada en los lagos del valle central, los mexicas disponían de dos tipos de embarcaciones, según su tamaño, que acorazaban para la guerra, detrás de cuyas defensas colocaban arqueros que disparaban sus proyectiles. Aunque también colocaban trampas disimuladas en el agua, o bien fingían retiradas para atraer las canoas del contrario a una emboscada.
En el mundo mexica, los grados militares se adquirían gracias al número de enemigos capturado, sujetos pacientes de los posteriores sacrificios. Ese era el barómetro de la meritocracia. Marco Cervera nos ofrece un cuadro acerca de la adquisición de grados en función de la capacidad demostrada en combate, que este autor toma de los trabajos de Jesús Monjarás y Luz María Mohar. Aquellos que no habían aprisionado a ningún enemigo –pero habían matado contrarios, se entiende– se denominaban cuexpalchicacpol y usaban una indumentaria específica. Si habían capturado un prisionero se llamaban telpochtliyaqui tlamani y podía usar un traje de algodón. Si eran dos o tres los capturados el rango era el de papalotlahitzli o cuextecatl, podían ser instructores y tenían mando sobre otros hombres. Sus trajes tenían tonos rojos, azules y amarillos y portaban una nariguera de oro. Los capitanes mexicatl o tolnahuácatl habían capturado cuatro prisioneros y tenían derecho a portar el traje de océlotl, cuya indumentaria y el casco imitaban a un jaguar. Cuando se habían obtenido cinco prisioneros, los capitanes se denominaban quauhyacame y el derecho a la vestimenta especial era el traje de xopilli. Por lo explicado, se entiende que el uso de insignias de prestigio estaba muy