ТОП просматриваемых книг сайта:
Vencer o morir. Antonio Espino López
Читать онлайн.Название Vencer o morir
Год выпуска 0
isbn 9788412221329
Автор произведения Antonio Espino López
Жанр Документальная литература
Серия Historia de España
Издательство Bookwire
[…] llegaba con sus deudos y amigos el que lo había cautivado y preso y llevábanselo con grandes regocijos y solemnidades y hacíanlo guisar, y con otras comidas hacían un muy solemne y regocijado banquete; y si el que hacía esta fiesta era rico, daba a todos los convidados mantas de algodón.
Por último, se realizaban ciertos ritos post mortem donde toda la comunidad, pero sobre todo el guerrero captor, los huesos de la víctima y su alma tenían un rol importante que desempeñar.
En toda la parafernalia descrita era muy importante la vestimenta, la apariencia física tanto de captor como de capturado. Solo ellos podían vestirse de esa forma, cuando existía todo un ritual formalizado con 48 clases de mantas distintas y 11 taparrabos. Cuando se acercaba el momento de la ejecución, el captor y su prisionero se vestían ambos con los atributos de las víctimas sacrificiales. Durante el mes de Tlacaxipehualiztli108 se presentaban las víctimas rayadas de rojo y blanco, con banderas de papel y rayas pintadas de hule negro o huahuantin, mientras que los guerreros captores se pintaban de color rojo, con brazos y piernas cubiertos con plumas blancas de guajolote. De esa forma, uno y otro se identificaban y, de alguna forma, el captor resaltaba su posición al ofrecer un cautivo para el sacrificio.
El guerrero exitoso, capturador de enemigos, es decir aquel que contribuía a mantener a los dioses vivos gracias a la muerte de los capturados en batalla, recibía como premio poder gozar de un número variable de mujeres. De entrada, cuando un guerrero joven regresaba con un primer prisionero era el momento en que podía desposarse. Declercq cita al cronista Hernando de Alvarado Tezozómoc, que señalaba que existía una ley entre los mexicas según la cual:
[…] el varón que más fuere y valiere en las guerras, en premio les concedemos que de nuestras hijas y nietas y sobrinas, al que mereciere, conforme a su valor y valentía, tenga en su casa dos o tres o cuatro mujeres suyas y los más valerosos podían tener ocho o diez mujeres si las podían sustentar.
Por otro lado, según fray Diego Durán y fray Bernardino de Sahagún, los guerreros notables por sus capturas, conocidos como «caballeros del sol» podían beber cacao, vestirse con algodón y ciertas plumas, portar tocados especiales, afeitarse parte de la cabeza, acudir calzados a palacio, tener el derecho a bailar, perfumarse y ponerse flores. Algunos, los más destacados, podían comer en el palacio del tlatoani, quien les ofrecía parte de los alimentos sobrantes de su propia comida. También recibían tierras y, quizá lo más chocante para el europeo, el permiso para la ingesta de carne humana. Una costumbre muy arraigada en toda Mesoamérica.109
LAS GUERRAS FLORIDAS
De manera tradicional se había pensado que la forma usual de obtener prisioneros para ser sacrificados era a través de un tipo de guerra ritualizada, o xochiyaóyotl, que se pactaba previamente entre los señores de diversos pueblos: las guerras floridas.110 Es conocida la afirmación del antropólogo Michael Harner, el cual creía que los mexicas sacrificaban un gran número de personas para poder comer los cuerpos de los mismos, ya que el imperio a finales del siglo XV se encontraba en plena crisis alimentaria, pero también como una forma de equilibrar el sistema social y económico. Así, se refirió a la existencia de un «imperio caníbal», una hipótesis que fue rebatida un año después de ser establecida, en 1977, por Barbara Price. En cuanto a la antropofagia ritual mexica, sin duda existió, pero reservada a la clase privilegiada y, dentro de la misma, a la alta oficialidad militar.111 Los informantes de fray Bernardino de Sahagún afirmaban que se distribuía el cuerpo del prisionero sacrificado siguiendo determinadas pautas de reparto si los captores habían sido varios. Además, los trofeos de guerra, como el corte de cabezas del enemigo, eran apreciados por el prestigio que permitían obtener a los guerreros. En el caso mexica destaca la confección de largos muros a base de cráneos de guerreros enemigos, el tzompantli, que luego se expondría en la plaza central de Tenochtitlan y otros lugares. Con el tiempo, estos muros fueron adornados también con cabezas de castellanos e, incluso, de sus caballos.112 Por ello, cabe decir, siguiendo a M. Sahlins citado por Stan Declercq, que en el modelo mexica
nunca había canibalismo culinario. La víctima se asimila al dios y al sacrificante, y el consumo de la carne solamente tiene sentido por su carácter sagrado. Así, cautivos y esclavos eran divinizados. A través del consumo de la carne de las víctimas, se establece una comunión con los dioses. Al mismo tiempo, la fuerza divina se incorpora en los comensales.113
Pero lo cierto es que entre sociedades menos avanzadas,114 como los chichimecas, parece haber pruebas de ingesta de enemigos sin carácter ritual, sino plenamente dietético, y, por otro lado, cuando se produjeron sacrificios de castellanos, ¿era también su ingesta ritual a la manera de Sahlins, o representa una manera de vengarse y de castigarlos? Y, en el transcurso del sitio de México-Tenochtitlan, en unas condiciones terribles, ¿la ingesta de los cuerpos de los vencidos no sería una manera de alimentarse fuera de todo tipo de consideración ritual? Estas cuestiones, planteadas por Declercq a partir de trabajos de M. Graulich e Y. González Torres, demuestran la amplitud del debate. Con todo, lo más interesante es la gestión, como se verá, que hizo Cortés de esta problemática cuando tuvo que permitir a sus aliados aborígenes semejantes prácticas.115
Por otro lado, al menos entre los tarascos, mientras los prisioneros jóvenes, hombres y mujeres, podían ser llevados de vuelta a Michoacan sin demasiados problemas para su transporte, el canibalismo, en cambio, se ejercía sobre otros segmentos de la población: «los viejos y viejas y los niños de cuna y los heridos, sacrificaban antes que se partiesen en los términos de sus enemigos, y cocían aquellas carnes y comíanselas».116 Sea como fuere, tampoco se puede olvidar que a nivel de cultura popular, por así decirlo, ha cundido la idea de ser las mesoamericanas unas sociedades militaristas y sedientas de sangre, lo cual no es cierto en absoluto. Ruvalcaba Mercado nos lo recuerda citando a Sophie Coe, para quien existe un viejo cliché según el cual «[…] los aztecas eran unos militaristas sedientos de sangre, dejándolo como una sobresimplificación ridícula, producto de la autojustificación de los europeos que ha sobrevivido a causa de ese rasgo sombrío que nubla nuestro pensamiento».117
Aunque no se conoce a ciencia cierta el origen de las guerras floridas, como tantos otros elementos de su cultura bélico-religiosa, todo apunta a que los mexicas pudieron introducir prácticas propias de los toltecas. Un cronista, Francisco Chimalpáhin, creía que las guerras floridas ya fueron practicadas por Chalco contra los tlacochcalcas en 1324, contra los tepanecas en 1381 y contra los mexicas en 1378. La guerra contra Chalco, que se prolongó en el tiempo durante muchos años, sin duda estuvo en el origen de un endurecimiento de la misma, pues llegó un momento en el que incluso los nobles combatientes eran muertos en los combates. El uso de los arcos y las flechas en la campaña de 1453, con la posibilidad de matar a distancia, de manera que la habilidad personal contaba mucho menos,