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capitanes en las ceremonias o encuentros protocolarios. También parece sugerirse a partir del estudio de los códices que las defensas de algodón, los ichcahupilli (escaupiles) tenían un diseño distinto si eran usados por gentes de la plebe mexica, los macehualtin, o por la gente noble, o pipiltin, en cuyo caso la prenda defensiva podía alcanzar las rodillas, sin rebasar la cintura en el primero. Otras fuentes permiten hablar de la existencia de los cuauhuehuetl, capitanes con mucha experiencia de combate, y los quachic, guerreros tan valientes que preferían morir en combate antes que retroceder. Estos hombres, junto con los llamados otomitl, conformaban la vanguardia en las batallas, pero también eran aquellos que en grupos de 4 y hasta 20 individuos podían emprender operaciones concretas, como preparar emboscadas o explorar el terreno. Su aspecto era tan feroz que no necesitaban ningún traje especial para inspirar terror en el enemigo. De hecho, eran reconocibles por su peinado y por el hecho de batallar desnudos, pero con el cuerpo pintado. Según Isabel Bueno, «En la batalla cada cuachic velaba por la vida de tres o cuatro novatos porque se les consideraba “amparo y muralla de los suyos” y eran capaces de permanecer inmóviles, sin comer o beber, varios días para alcanzar su objetivo».96 Por otro lado, existió la figura del cuexpalchicacpol, es decir, un guerrero que había acudido a al menos dos batallas y no había capturado a ningún contrario. El padre Sahagún aporta, asimismo, el título de cuauhtlocélotl para designar a los hombres especialmente diestros en la guerra.97

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      Los guerreros jaguar constituían la élite del ejército mexica. Solían enviarse al frente de la batalla en las campañas militares. Para alcanzar el estatus de jaguar, el soldado debía capturar doce enemigos vivos en dos campañas consecutivas.

      Y añade:

      El propio López Austin, en un trabajo conjunto con Leonardo López Luján, se desdijo en buena medida de esa idea acerca del dominio pacífico, religioso, que nunca llegó a ver la luz, sino que, más bien, existieron o, mejor, coexistieron estrategias de dominación coercitivas e ideológicas, las cuales, por cierto, aplicó la Monarquía Hispánica. López Austin lo reconoce sin ambages:

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