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emperadores romanos tampoco permitían que se orara en las escuelas. Pero los primeros cristianos estaban más preocupados en lo que ellos hacían y no en lo que los gobernantes permitían.

      ¿Cómo podía cualquier emperador por poderoso que fuera detener a Dios? ¿Cómo podían los demonios del infierno, aun con todos sus ejércitos y potestades y principados de maldad, impedir el avance del pueblo de Dios que se llenaba de vitalidad nueva cada día, cuando se reunían a orar e invocar al nombre que es sobre todo nombre?

      Los apóstoles tenían una forma de obrar que los caracterizó hasta cuando murieron. ¿Estaban en una dificultad? Oraban. ¿Los intimidaban? Oraban. ¿Los desafiaban? Oraban. ¿Los perseguían? Oraban.

      Esa iglesia recién nacida, que no tenía recursos económicos, que se enfrentaba a un gran poder pagano, que no tenía gran influencia en el mundo de ese entonces, se disponía a ganar al mundo entero para Dios por medio del Señor Jesucristo resucitado y vencedor. Ellos oraban y Dios respondía. Estos hombres no solo decían sus oraciones, sino que las vivían. Hay poder cuando el pueblo de Dios ora y confía en el Creador de este universo.

      Así que este es un buen día para que revises tu vida de oración. ¿Estás fomentando una profunda relación con Dios? ¿Has comprendido a cabalidad de donde viene el verdadero poder en este mundo?

      La casa de Dios es casa de oración y sus hijos son guerreros que saben ponerse en la brecha e interceden con poder, dominio y autoridad. ¿Eres tú uno de ellos?

      Oración:

      Amado Dios, sé que tú has llamado a cada creyente a la oración continua. Y además sé que la oración rompe barreras, destruye las artimañas del enemigo, sensibiliza nuestros corazones y nos conecta contigo. Por lo tanto hoy quiero ser ese tipo de creyente que no se detiene de tocar las puertas del cielo. Dame cada día un corazón dispuesto para buscarte y encontrarte desde la mañana hasta el ocaso. Sé que así mi vida se convertirá en un fluir de tu presencia y podré realizar la obra para la cual he sido llamado/a. Amén.

      Un corazón ardiente

      “Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía” (Éxodo 3:2)

      Cuando leemos el Nuevo Testamento, especialmente el libro de Hechos nos sumergirnos en un torbellino de emociones. Es meternos de lleno en la obra del Espíritu Santo que le daba poder a la iglesia y que permitía que hombres y mujeres llenos de ese fuego espiritual fueran por todas partes obedeciendo la Palabra de Dios, predicando, enseñando, trayendo a muchos convertidos a los pies de Cristo, inundando literalmente todas las regiones con las buenas nuevas de salvación.

      Y vemos una iglesia dinámica. Una iglesia encendida. Una iglesia que no se detenía ni preguntaba si había un ministerio de evangelismo, o si había alguien encargado de dirigirlos para ir de puerta en puerta, no, nada de eso, porque todos deseaban compartir con los demás aquello que llenaba sus corazones. Había poder del Espíritu, convencimiento total en lo que hacían.

      Los que se convertían no iban a ningún seminario primero para estudiar las técnicas para compartir la Palabra, ni estudiaban formas de hablar con los demás.

      La pasión ardía en sus corazones, la llama del Espíritu estaba siempre encendida, sabían que lo más importante estaba en juego, la salvación de las almas, así que no se detenían en su deseo de alcanzar a los perdidos.

      En el Antiguo Testamento, Dios se manifiesta con un símbolo extraordinario. La zarza que no se consumía era la presencia viva de Dios que se comunicaba con Moisés para manifestarle sus propósitos de liberación para su pueblo.

      Pero ahora no tenemos zarzas que ardan en el desierto o en la montaña porque la zarza que arde está en el interior de aquellos que tienen corazones que vibran ante la presencia de Dios y que no permiten que jamás se apague esta llama porque todos los días anhelan profundamente experimentar al Señor desde el mismo fondo de su ser.

      Hoy El Señor quiere hablarte para despertar en ti esa pasión por aquellos que no le conocen.

      ¿Estás compartiendo con otros tu fe? ¿Tu corazón arde con el fuego del Espíritu y te motiva a ser partícipe de la obra divina? ¿Es tu corazón como esa zarza que no se consume?

      Si no es así, este es un bien día para encender ese fuego y al experimentar de nuevo la voz del Señor, sabrás que hay un fuego dentro de ti que no se extinguirá porque es la presencia viva de Dios que ahora está en tu interior.

      Oración:

      Señor Jesús, hoy quiero pedirte que enciendas en mí esa llama que nadie apagará jamás. Quiero ser obediente a tu llamado. Quiero vibrar ante tu voz. Quiero escucharte cada día y seguir tus huellas. Concédeme Señor ser obediente a tu mandato de compartir el evangelio y que esa llama no se apague en mí jamás. Amén.

      Lo haré de nuevo

      “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír” (Isaías 59: 1)

      ¿Anhelas tú algo más de Dios para tus días? ¿Crees que Dios puede hacer esas grandes maravillas de nuevo y las señales y prodigios que contaron los antiguos a sus hijos, para que puedan ser también parte de nuestra historia?

      Podemos nosotros recordar por ejemplo, cómo Dios abrió los mares con su poder y toda la caballería egipcia entró en él persiguiendo al pueblo de Israel, solo para perecer en el fondo cuando El Señor cerró de nuevo el camino que había abierto para su pueblo.

      El Señor derribó los muros de la ciudad fortificada de Jericó, abrió el rio Jordán cuando su pueblo caminó hacia la tierra prometida, confundió a los ejércitos que querían destruir al pueblo de Israel, le dio valor a David para vencer al gigante Goliat, salvó a los moradores de Jerusalén de la mano del rey de Asiria, respondió a la alabanza de sus hijos y sus enemigos terminaron destruidos como respuesta a ese clamor, levantó profetas que trajeron palabras de los cielos, levantó a Sansón para destruir a miles de filisteos, levantó a otro hombre como Gedeón para vencer a los madianitas, detuvo el sol en Gabaón y la luna en el valle de Ajalón para permitir que su pueblo ganara la batalla, le dio valor a sus hijos para derrotar a los enemigos más fuertes y numerosos para conquistar lo que parecía imposible.

      ¿No es acaso la obra de Dios maravillosa? ¿No es acaso que debemos recordarlo siempre para contarle al mundo entero del poder del Dios al cual servimos?

      Nuestro anhelo también es ser testigos de cómo el demonio huye ante el poder de un santo y las comunidades se limpian de crímenes y de maldad, y los jóvenes ven visiones celestiales y los ancianos tienen sueños de restauración y toda carne recibe el poder del Espíritu Santo para profetizar y ver grandes prodigios en el cielo y en la tierra.

      ¿No es palabra divina? ¿No es promesa que viene de los labios de un Dios que no miente?

      Por supuesto que sí, Él es el mismo de ayer, hoy y mañana y su mano de poder no se ha acortado, por lo tanto guarda siempre la expectativa porque no sabes si hoy llegará tu milagro.

      Oración:

      Amado Dios, reconozco que tú eres el Único Dios verdadero y que has obrado con tu poder a favor de los tuyos. Sé que no hay nada imposible para ti y creo que hoy tú puedes hacer algo en mí, algo que he estado esperando por tanto tiempo. Sin duda este será un día para ver de nuevo tus grandes maravillas. Tú eres el mismo de ayer, de hoy y de siempre. Amén.

      Permaneced en mí

      “y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”

      (1 Juan 2:17)

      En el mundo de hoy de cambios

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