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y bendecidos

      “…Jehová ha entregado toda la tierra en nuestras manos; y también todos los moradores del país desmayan delante de nosotros” (Josué 2:24b)

      El libro de Josué fue escrito para mostrarnos lo que un Dios tan grande puede hacer con un pueblo al que ha escogido para bendecir.

      El tema de este libro no es que Josué tomaba la tierra prometida, no. El tema de este libro es Dios tomando la tierra y Josué y el pueblo recibiéndola de parte de Dios.

      Por eso al final de su carrera, Josué se levanta y desafía a todo el pueblo: Ustedes miren a quién van a servir, si a los dioses a quienes sirvieron sus padres cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra están habitando ahora. Pero sepan que yo ya hice una decisión y es la decisión más importante de mi vida, yo y mi casa serviremos al Rey de reyes y Señor de señores, yo y mi casa serviremos a Jehová.

      Como parte del pueblo de Dios, tú y yo somos gente de conquista. El Señor nos planta en un lugar y es Él quien va tomando su tierra y nosotros vamos recibiendo de sus manos el lugar donde el nombre de nuestro Dios tiene que ser glorificado.

      ¡Hay un territorio por poseer, hay un llamado por cumplir, hay una tarea por realizar!

      Por eso te pregunto hoy:

      ¿Se te olvidó que eres un/a conquistador/a para Cristo Jesús?

      ¿Se te olvidó que has sido comisionado/a por el mismo Señor de señores para entrar a poseer la tierra en la cual habitas?

      ¿Se te olvidó que a través del Espíritu Santo has sido dotado/a de un poder sobrenatural?

      Recuerda hoy que tú has sido escogido/a y bendecido/a por Dios para hacer lo que solo los hijos de Dios pueden llegar a hacer.

      Así que levántate y recibe hoy lo que El Señor está tomando para ti y está entregando en tu mano.

      Al final solo podrás glorificar a Dios por las victorias que día a día te regala.

      Oración:

      Rey de mi vida, mi Señor Jesús, yo soy tu pertenencia y deseo honrarte con cada acto de mi vida. Tú me libraste de la posesión del enemigo y de la muerte eterna. Hoy decido servirte con todo mi ser, y me comprometo a amarte con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas y con toda mi mente. Deseo ser siempre fiel a tu llamado y a tu voz. Quiero ser guiado por tu mano de poder y renuncio a la idolatría, a la religiosidad, a las tradiciones inútiles, a una vida sin propósito, porque sé que en ti tengo todo cuanto necesito para ser feliz. Amén.

      ¿Te olvidaste?

      “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éxodo 20:2)

      El creyente debe aprender cómo debe confrontar las batallas de su vida y debe saber que no es en sus propias fuerzas, sino en la fuerza de Aquel que jamás ha perdido una batalla.

      Pero a veces me pregunto: ¿Por qué personas no pueden retener las cosas de Dios?

      ¿Por qué será tan fácil perder la fe? ¿Por qué la gente anda alegre hoy y mañana anda triste?

      ¿Por qué son salvos hoy y mañana viven como impíos? ¿Qué está pasando con el pueblo de Dios hoy en día?

      La gente es buena para retener las cosas malas, las malas costumbres, sus antiguas formas de pensar, las malas palabras, eso sí lo retienen... pero las cosas de Dios no.

      Nadie vio mayores milagros de liberación que la generación de Moisés.

      Comenzó con diez plagas temibles que cayeron sobre Egipto. Enjambres de langostas, invasiones de ranas, ríos de sangre, tinieblas tan negras que eran palpables – todas estas cosas trajeron caos y confusión sobre los egipcios–. Mientras que todo el tiempo el pueblo de Dios se sentaba seguro en su campamento, protegido de todo.

      Esos mismos israelitas vieron la nube de gloria asentarse detrás de ellos, escondiéndolos del ejército del Faraón que se aproximaba. Ellos vieron cómo el cielo nocturno se encendía con un pilar de fuego, calentándolos durante las noches frías en el desierto. Y ellos vieron un mar entero abrirse ante ellos, con muros altos a cada lado. Ellos caminaron a través de esas olas amuralladas sobre tierra seca. Y luego vieron cómo el ejército del Faraón fue destruido en forma sobrenatural, mientras esos mismos muros de agua cayeron estrepitosamente sobre sus perseguidores, aniquilándolos.

      ¡Cuán grandes liberaciones experimentó Israel!

      Sin embargo, no las entendieron. De hecho, pronto las olvidaron todas. Solo tres días después de su liberación milagrosa, ellos acusaron a Dios de llevarlos al desierto para que murieran de sed.

      La generación del presente también es una generación que se ha olvidado de Dios. Viven como si Él no existiera y sus vidas nunca llegan a la plenitud. Deambulan por el mundo en busca de explicaciones y respuestas, pero la respuesta no la pueden hallar sin reconocer a Aquel que afirmó que era el camino, la verdad y la vida.

      Así que te pregunto en este día: ¿Te has olvidado de dónde te sacó El Señor? ¿Lo olvidaste? ¿Olvidaste que estabas muerto/a y Él te dio vida? ¿Olvidaste que nadie daba un peso por ti y ahora te has convertido en un especial tesoro? ¿Te olvidaste que eras un/a desahuciado/a para el mundo, un/a mentiroso/a, un/a pecador/a, y ahora sobre tu cabeza hay un título que dice: Santo/a de Dios? ¿Lo olvidaste?

      Un corazón agradecido jamás olvida al que lo ha llenado de bendición.

      Un corazón renovado por la presencia de Dios jamás podrá dejar de reconocer cada día de su vida a Aquel que lo sacó de las tinieblas y lo llevó a su luz admirable.

      ¿Eres tú uno de estos/as? ¿O ya lo olvidaste?

      Oración:

      Señor Jesús, sé que amas de tal manera que hasta diste tu vida por mí. Sé que soy importante para ti y por eso tú deseas entrar en mi casa y cenar conmigo. Este será sin duda un momento inolvidable. Las puertas de mi alma estarán siempre abiertas para ti, tú eres mi Señor y Salvador y eres siempre bienvenido a mi vida y a mi hogar. Junto con mi familia deseo en este día ofrecerte lo mejor. Nuestro hogar será el tuyo, cada rincón de nuestra casa será también para ti. Amén.

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