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En este contexto se difundió en México la principal obra del médico y escritor Mariano Azuela: Los de abajo, obra que llegaría a ser considerada primigenia de la novela de la Revolución mexicana. Aun cuando se ha realizado un balance general sobre la novela de la Revolución, sobre todo en los años sesenta del siglo pasado y se la ha considerado positiva para la literatura de aquella época, Adalbert Dessau, uno de sus compiladores y comentaristas de mitad de ese siglo, afirma que

      Para quienes vivieron de cerca la muerte y el abandono de los civiles y el sufrimiento de la población marginada acentuado con el paso de las tropas de diferentes bandos, como fue el caso de Azuela, ciertamente no tenían una visión romántica del movimiento armado, como aquella que una década más tarde construiría la industria del cine nacional. A diferencia de ésta, la prensa diaria de la capital del país casi se limitó a dar partes militares, o a reproducir informes de los propios revolucionarios para que se conocieran sus avances y, sobre todo, sus éxitos en las batallas. En tanto, los grandes periódicos como El Universal, Excélsior y La Prensa seguían dando prioridad al acontecer internacional por sobre lo ocurrido en el territorio mexicano. Sólo en el periodo que abarcó la Convención de Aguas Calientes y durante la discusión del proyecto constitucional carrancista, hasta la promulgación de la nueva Constitución Mexicana en 1917, la prensa dedicó grandes espacios a ese acontecimiento.

      No obstante, de las tribulaciones sufridas por la población del interior del país y aquella marginada en los barrios pobres de la capital durante el movimiento armado, poco se sabía. Desde finales del siglo xix ciertas noticias fueran la comidilla preferida de los diarios cuando de vender se trataba: robos, asesinatos, suicidios, desastres naturales, siempre hubo en las páginas de todos los periódicos de amplio espectro noticioso. Este tipo de información compartía el espacio junto a la literatura en entregas, novela, poesía, predominantemente de autores extranjeros de moda en Europa. Mientras en México los estrechos grupos elitistas de intelectuales, desde la última década del siglo xix y la primera del xx acaparaban el espacio público, la literatura para las clases bajas la constituían las notas rojas o notas de policía, el reportaje sensacionalista, cuyo auge se inició en las páginas de El Imparcial, de Rafael Reyes Espíndola, en los últimos años del porfiriato, y que fueron retomados por los grandes diarios comerciales en la segunda mitad de la primera década del siglo xx.

      Tanto El Universal como Excélsior, aunque fueron rivales políticos, coincidieron en estilos periodísticos, en temáticas y en sus versiones de lo que debía ser la difusión de la cultura. Ambos diarios respondieron a las necesidades del momento con dos proyectos de difusión de la cultura: primero Excélsior editó la Revista de Revistas en 1916 y a ésta le siguió su rival, El Universal Ilustrado. Asimismo, compartieron colaboradores por mucho tiempo, sobre todo ya entrada la década de los años veinte: escritores como Jaime Torres Bodet, Salvador Novo, José Gorostiza, Alfonso Reyes, Jorge Cuesta, Enrique González Martínez, Luis G. Urbina, Amado Nervo, Ramón de Valle Inclán y Mariano Azuela, entre muchos otros, escribieron en ambos periódicos.

      Los “descubridores” de Azuela

      La novela de Mariano Azuela, Los de abajo, al ser publicada como folletín en El Paso (Texas) en 1916, era desconocida en México y lo fue hasta 1924 cuando el director del diario El Universal decidió difundirla en entregas o capítulos semanales a través del Universal Ilustrado (suplemento o magazine cultural semanario). Nadie imaginaba entonces el éxito que tendría esta obra, al grado de ser considerada como emblemática de la literatura de la Revolución mexicana. La lluvia de elogios que la novela recibiría dos décadas más tarde no disiparía las dudas y opiniones polémicas a que dio lugar. Hacia la segunda mitad del siglo xx todavía algunos reconocidos escritores (como Juan Rulfo) guardaban silencio absoluto ante la mención de las “cualidades” de dicha novela. No obstante, ya la obra había dado vuelta al mundo como modelo típico de la literatura mexicana de la Revolución. Durante al menos dos décadas se la consideró lectura obligatoria para los estudiantes de educación media y media superior. Y puedo afirmar que para estos estudiantes la duda y el asombro ante el “modelo de novela de la Revolución” no fue menos que el provocado a los primeros lectores de los años veinte y treinta del siglo pasado. ¿Cómo podía considerarse un ejemplo de literatura aquello que denostaba crudamente al movimiento revolucionario y presentaba por momentos a los participantes en él como seudo humanos, bárbaros inconcientes, malhablados y tontos?

      La respuesta a esa pregunta sólo se puede construir sumando la serie de circunstancias que contribuyeron al reconocimiento de la obra de Azuela en un momento que para la literatura mexicana puede constituir una “ruptura” con la tradición clásica, fomentada y defendida aún después de la consolidación de las instituciones políticas surgidas de la Revolución. Los cuestionamientos hechos a la obra no fueron del todo infundados; años más tarde, la narrativa mexicana tomaría su cauce, ya no tradicional, pero sin desdeñar los cánones de la forma, que eso es la literatura. Para entonces, los “descubridores” de Azuela se peleaban el mérito de las primicias. Curiosamente ambos eran personajes secundarios a principios de la década de los años veinte: Francisco Monterde elaboraba el Boletín bibliográfico de la Biblioteca Nacional y aún no tenía el peso que después alcanzó en las instituciones educativas del país y en las letras; el segundo de los “descubridores”, o mejor dicho el principal de ellos, después de

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