Скачать книгу

triunfante, como un ideal romántico a la manera de las artes del siglo anterior. Pero en los años inmediatos posteriores a la Revolución, la cultura general y las bellas artes, no tenían condiciones para prosperar de manera independiente a los planes oficiales. Con el país sumido en crisis económica a lo largo de los años veinte, ningún escritor podía desempeñarse con éxito sin la protección del grupo en el poder.

      No sólo por motivos económicos sino por las diferencias ideológicas, muchos intelectuales habían dejado el país desde el momento de la caída del general Díaz hasta el ascenso a la Presidencia de Venustiano Carranza; el éxodo en este sector social fue mayúsculo, sin importar si los exiliados participaron o no directamente con alguno de los caudillos. Se ha situado a casi todos los que abandonaron el país en aquella época del lado conservador opuesto a la Revolución, pero las rivalidades caudillistas dentro del grupo revolucionario también fueron motivo para el exilio de no pocos escritores y artistas.

      Se encontraron de frente, en consecuencia, con un proyecto modernizador del país en lo económico y un proyecto cultural bastante restrictivo en sus contenidos y en sus fines. Las aspiraciones e ideas que el grupo gobernante hizo representar en manos de una clase media intelectual, reflejaron ya no la realidad del país, sino el proyecto político cultural de la Revolución triunfante. Los grupos marginados hasta entonces, como los indígenas y los obreros en proceso de formación, constituyeron los ingredientes oportunos para dicho proyecto. Esto implicaba el rechazo a las manifestaciones “cultas” del arte, al gusto por lo europeo, lo clásico, al afrancesamiento propio del porfiriato, para dejar lugar a lo mexicano, lo que podía unificar a la nación ante la ruptura provocada por las luchas caudillistas, y ante el peligro exterior en tiempos de inestabilidad económica y política.

      Con esa finalidad en mente, la Secretaría de Educación había financiado para 1924 varios murales, entre ellos los de Rivera, quien había declarado dos años antes que su pintura, y su propósito personal como pintor, debía recuperar y representar la vida cotidiana y el esfuerzo del trabajador común (obrero, campesino, estudiante, ama de casa), y aceptaba la condición de que fuera el Estado quien subsidiara este arte de vanguardia nacional. Para Carlos Pellicer, el dramaturgo Diego Rivera fue quien inició un populismo en el arte muralista, aunque hay que recordar que antes que él, ya otros pintores mexicanos se habían apropiado de los motivos indígenas y del campo mexicano, así como de las clases populares, como centro de sus producciones pictóricas. Es el caso de Roberto Montenegro y el propio Clemente Orozco.

      En cambio, hasta entonces, la literatura mexicana no había producido nada equiparable con aquellos fines nacionalistas o revolucionarios, a pesar de que ya circulaban las ideas que cuestionaban los valores universales y abstractos en la literatura y las artes; se intentaba definir un arte, propio de las necesidades creativas históricamente determinadas. Se leía también en las publicaciones periódicas (Excélsior, El Universal) sobre la literatura realista que circulaba en España, y comentarios sobre el autor ruso más publicitado: León Tolstoi, invitaba a ocuparse de las grandes hazañas de los pueblos. Se abordaba el concepto de realismo como un factor crítico del acontecer cotidiano y contra el “aristocratismo”. Todo ello llevaría a una polémica entre intelectuales hacia la segunda mitad de los años veinte y la primera de los treinta y la prensa diaria sería el principal escenario de la contienda. La prensa que por su parte se declaraba espacio neutral, foro entre las partes en conflicto, miraba hacia el futuro sin comprometer su existencia a una posición particular.

      La prensa diaria de la posrevolución no sólo fue escenario de este debate, sino que para ajustarse a las exigencias del momento defendió su condición de lectura para las masas y dejó de presumir de sus lectores eruditos. El Universal, en la entrevista realizada por Ortega, llegó a rectificar esta posición al momento en que se desató el ataque a la obra de Azuela. De declararse lectura obligada para las “élites intelectuales de la ciudad de México”, pasó a aceptar su “frivolidad” en contenidos y a sentirse orgulloso de ser una “revista de peluquerías”, porque su propósito, según afirmaba, era hacer un periódico para todos los gustos: “Aunque no hacemos periódicos para una élite social determinada y nos place hacer una revista para peluquerías- como antaño dijera un excelente escritor, que ahora nos honra con sus producciones […], somos, pues, eclécticos”. En realidad, esta prensa pretendió dirigirse tanto al público de educación elemental, como a los eruditos; su propósito desde su origen fue ése: complacer a un público amplio y heterogéneo. Y en aquellas circunstancias de entusiasmo nacionalista, se ajustaba a las exigencias, puesto que su condición abierta le garantizaba un mayor número de lectores.

      El Universal Ilustrado: entre la alta literatura y las exigencias populistas

      El magazine semanal, de todo un poco

      El Universal Ilustrado, magazine semanal fundado, junto con El Universal diario, por Félix Fulgencio Palavicini en 1917, al parecer con el objetivo de competir con la Revista de Revistas, que editaba el consorcio de periódicos dirigidos por el veterano Rafael Reyes Spíndola, y de seguir la línea del periodismo estadounidense de información y variedades, entretenimiento y literatura.

Скачать книгу