ТОП просматриваемых книг сайта:
Tinta, papel, nitrato y celuloide. Francisco Martín Peredo Castro
Читать онлайн.Название Tinta, papel, nitrato y celuloide
Год выпуска 0
isbn 9786073036580
Автор произведения Francisco Martín Peredo Castro
Жанр Документальная литература
Серия Miradas en la Oscuridad
Издательство Bookwire
La prensa periódica significó para Azuela y para muchos otros escritores un espacio alternativo de difusión ante las elites literarias exclusivistas, ante los grupos cerrados de intelectuales de profesión. Al ser un espacio más abierto, con propósitos de llegar a un mayor número de personas, el periódico permitió la variedad de criterios, de niveles de conocimiento, de gustos y formas de expresión. Al realizar un repaso de sus memorias y de los obvios desaciertos en que incurrieron muchos críticos de la novela Los de abajo, su autor no dejó de emitir un juicio favorable y generoso hacia esa clase de escritores que, “sin dársela de mentores de la opinión pública, laboran modestamente en la prensa y que con su espíritu recatado, ecuánime, comprensivo, emiten los juicios más ponderados: oro molido sobre todo para los que están comenzando”.25 En este juicio, Azuela deja entrever una imagen más amable de la prensa al permitir su uso a gente no reconocida con cierto prestigio proveniente de las vías formales o del Estado. Le atribuye también a sus redactores una visión más prudente al no ubicarse desde las alturas de la academia.
Debemos considerar, sin embargo, que como señala Cosío Villegas, aquel momento se prestaba para hacer el papel de mediador y apagador de fuegos. La nueva prensa había demostrado sus posibilidades futuras y a los caudillos les convenía tenerla de su lado. En otro momento las cosas no serían lo mismo.
Los gustos cambian: literatura y
La aceptación del cambio
Años después de haber obtenido el éxito de Los de abajo, ante los reclamos de crudeza y barbarie que retrataba su obra, Azuela respondía que él sólo se apegó a la verdad vivida. La soledad de sus estancias en pueblos miserables del país le había abierto las puertas de la escritura, como única opción para expresar los sentimientos que le dejaban la frustración y la tristeza de la dura vida de los pobres. Insistió en que sus novelas sólo decían la verdad de una desgraciada existencia que en realidad era mucho más dura de lo que él describía. La realidad de la vida era lo que los diarios pretendían llevar a los lectores, con un poco de aderezo en los materiales de entretenimiento y de recreación. Antes, decía Azuela, las preferencias estaban del lado del Arcipreste de Hita, con su pesadez: “¡Y todavía hay quien afirme que debemos escribir así!”, se asombraba.26
Su obra era resultado de numerosas notas, hechas sobre las rodillas, a veces en su consultorio donde recibía a gente marginada del barrio de Tepito, en la capital del país. Azuela contaba que una vez huyó de la “servidumbre jurídica” al renunciar a su puesto de juez, que por azar le tocó en la ciudad de México; le molestaba ser jurado y, sin embargo, en sus obras juzgaba constantemente a través de sus personajes, quienes con frecuencia recurrían al discurso moralista. Su registro del momento era ya una disciplina para él. No sería extraño que pensara en la prensa para publicar sus textos.
Entre las cualidades que se le reconocen a la obra de Azuela están la de reproducir fielmente el lenguaje del pueblo bajo, la vitalidad de los personajes y el retrato de la vida miserable de los marginados. Como obra literaria prácticamente se evita elogiarla, más bien se intenta la justificación de su importancia como testimonio de la Revolución, de lo que verdaderamente vivieron los combatientes populares en la revuelta armada. Ni sus defensores explican la relevancia más allá de la descripción de los hechos, es decir, su valor literario, aun cuando se la ubique, no con certeza, entre las primeras novelas realistas o neorrealistas en América. Sin embargo, si la vemos en el contexto periodístico en el cual fue publicada, resulta coherente con los intereses amplios de la nueva prensa del siglo xx: su materia se genera y vuelve entre y hacia la masa amorfa de todas las clases sociales, e intenta ganarse precisamente a aquellos sectores hasta ese momento marginados de los escenarios tanto de la literatura como de las noticias prioritarias, y que la Revolución de 1910 vino a colocar de nuevo en primer plano, aunque sólo fuera para apoyar en ellas la lucha armada.
Azuela afirmaba: “Sí, en absoluto, todos mis asuntos son reales, logrados tras una labor constante de meditación”. En su novela los personajes reflexionan sobre lo inmediato cotidiano, rara vez van más allá del momento (son periodísticos, diríamos hoy). “Usted no sabe cómo todo lo anoto hasta el detalle más insignificante. Es una costumbre”, le decía a “Orteguita”, en la entrevista de 1925, en El Universal Ilustrado. Pero entre descripción y descripción, el médico Luis Cervantes, su personaje alter ego, diría yo, no desaprovecha su condición de hombre ilustrado que intenta comprender la situación casi desesperada de sus compañeros de lucha, iletrados todos, construyendo ilusiones efímeras sobre el futuro, una vez que ganaran los revolucionarios. Entre esas reflexiones se descubre una ausencia casi total de significados claros sobre la lucha que emprendían: simplemente estaban ahí, por la suerte de su destino, porque no quedaba de otra, o porque había ambiciones de tipo material. Estas imágenes de la revolución no serían fácilmente aceptadas por los caudillos triunfadores, ni por intelectuales cercanos al poder.
No sólo entre los campesinos iletrados cunde la desilusión y el cansancio, también entre los dirigentes llegados de los sectores urbanos y que suponían comprender los fines del movimiento. Cervantes se encuentra con oficiales del popular general Pánfilo Natera y se sorprende de escuchar los mismos desalentados comentarios:
Al ver el entusiasmo del médico Cervantes, quien apenas lleva un mes en campaña Solís le llama aparte: “…¿Pues desde cuándo se ha vuelto usted revolucionario?
—Dos meses corridos
¡Ah, Con razón habla todavía con ese entusiasmo y esa fe con que todos venimos aquí al principio!
¿Usted los ha perdido ya?
—Mire, compañero, no le extrañen confidencias de buenas a primeras. De tanta gana de hablar con gente de sentido común, por acá, que cuando uno suele encontrarla se le quiere con esa misma ansiedad con que se quiere un jarro de agua fría después de caminar con la boca seca horas y más horas bajo los rayos del sol… Pero, francamente, necesito ante todo que usted me explique… no comprendo cómo el corresponsal de El País en tiempo de Madero, el que escribía furibundos artículos en El Regional, el que usaba con tanta prodigalidad el epíteto de bandidos para nosotros, milite en nuestras propias filas ahora.
—¿La verdad de la verdad, me han convencido!— repuso enfático Cervantes.
En este diálogo nos muestra Azuela cómo los periódicos eran la fuente principal de quienes estaban en campaña militar, más de lo medianamente posible. Al final, Cervantes pregunta al oficial:
—¿Se ha cansado, pues, de la revolución?
—¿Cansado?...Tengo veinticinco años y, usted lo ve, me sobra salud… ¿Desilusionado? Puede ser.
—Debe tener sus razones…
—Yo pensé una florida pradera al remate de un camino…Y me encontré un pantano.27
En cuanto al mensaje de la novela de la Revolución en su sentido más limitado, señala Dessau:
[…] varias veces se ha dicho que la mayoría de sus autores se muestran escépticos o aun hostiles ante el movimiento espontáneo de las masas, y que su crítica del desarrollo posrevolucionario parte de puntos de vista liberales. Con frecuencia se encuentra la afirmación de que la novela de la Revolución mexicana no es revolucionaria.28
Finalmente, el éxito de la literatura tiene que ver con dos