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del teatro principal. Llegó a ver cuándo trasladaban con dificultad al general Ramón Corona, herido de muerte, entre un hombre y dos mujeres vestidas con elegancia. En su carta, dirigida a su madre, Azuela contaba el acontecimiento -dice él- seguramente con algunas exageraciones y mentiras quizá, que hicieron circular el escrito entre los vecinos de su pueblo. Más bien diríamos que fue su primer éxito periodístico y no literario. El gusto por lo novedoso y conmovedor, que rompe con la vida común, el acontecer que súbitamente llama la atención, la descripción de los detalles y los hechos, son características del estilo de Azuela y a su vez de lo noticioso de la época. El Universal Ilustrado anunciaría al desconocido autor como “La sensación literaria del momento”, cuando más bien la sensación fue el sobresalto que provocó su lenguaje y la visión terrible que daba de la Revolución, motivos de la gran polémica.

      Debemos considerar, sin embargo, que como señala Cosío Villegas, aquel momento se prestaba para hacer el papel de mediador y apagador de fuegos. La nueva prensa había demostrado sus posibilidades futuras y a los caudillos les convenía tenerla de su lado. En otro momento las cosas no serían lo mismo.

      Los gustos cambian: literatura y

       La aceptación del cambio

      Su obra era resultado de numerosas notas, hechas sobre las rodillas, a veces en su consultorio donde recibía a gente marginada del barrio de Tepito, en la capital del país. Azuela contaba que una vez huyó de la “servidumbre jurídica” al renunciar a su puesto de juez, que por azar le tocó en la ciudad de México; le molestaba ser jurado y, sin embargo, en sus obras juzgaba constantemente a través de sus personajes, quienes con frecuencia recurrían al discurso moralista. Su registro del momento era ya una disciplina para él. No sería extraño que pensara en la prensa para publicar sus textos.

      Entre las cualidades que se le reconocen a la obra de Azuela están la de reproducir fielmente el lenguaje del pueblo bajo, la vitalidad de los personajes y el retrato de la vida miserable de los marginados. Como obra literaria prácticamente se evita elogiarla, más bien se intenta la justificación de su importancia como testimonio de la Revolución, de lo que verdaderamente vivieron los combatientes populares en la revuelta armada. Ni sus defensores explican la relevancia más allá de la descripción de los hechos, es decir, su valor literario, aun cuando se la ubique, no con certeza, entre las primeras novelas realistas o neorrealistas en América. Sin embargo, si la vemos en el contexto periodístico en el cual fue publicada, resulta coherente con los intereses amplios de la nueva prensa del siglo xx: su materia se genera y vuelve entre y hacia la masa amorfa de todas las clases sociales, e intenta ganarse precisamente a aquellos sectores hasta ese momento marginados de los escenarios tanto de la literatura como de las noticias prioritarias, y que la Revolución de 1910 vino a colocar de nuevo en primer plano, aunque sólo fuera para apoyar en ellas la lucha armada.

      Azuela afirmaba: “Sí, en absoluto, todos mis asuntos son reales, logrados tras una labor constante de meditación”. En su novela los personajes reflexionan sobre lo inmediato cotidiano, rara vez van más allá del momento (son periodísticos, diríamos hoy). “Usted no sabe cómo todo lo anoto hasta el detalle más insignificante. Es una costumbre”, le decía a “Orteguita”, en la entrevista de 1925, en El Universal Ilustrado. Pero entre descripción y descripción, el médico Luis Cervantes, su personaje alter ego, diría yo, no desaprovecha su condición de hombre ilustrado que intenta comprender la situación casi desesperada de sus compañeros de lucha, iletrados todos, construyendo ilusiones efímeras sobre el futuro, una vez que ganaran los revolucionarios. Entre esas reflexiones se descubre una ausencia casi total de significados claros sobre la lucha que emprendían: simplemente estaban ahí, por la suerte de su destino, porque no quedaba de otra, o porque había ambiciones de tipo material. Estas imágenes de la revolución no serían fácilmente aceptadas por los caudillos triunfadores, ni por intelectuales cercanos al poder.

      No sólo entre los campesinos iletrados cunde la desilusión y el cansancio, también entre los dirigentes llegados de los sectores urbanos y que suponían comprender los fines del movimiento. Cervantes se encuentra con oficiales del popular general Pánfilo Natera y se sorprende de escuchar los mismos desalentados comentarios:

      Al ver el entusiasmo del médico Cervantes, quien apenas lleva un mes en campaña Solís le llama aparte: “…¿Pues desde cuándo se ha vuelto usted revolucionario?

      —Dos meses corridos

      ¡Ah, Con razón habla todavía con ese entusiasmo y esa fe con que todos venimos aquí al principio!

      ¿Usted los ha perdido ya?

      —Mire, compañero, no le extrañen confidencias de buenas a primeras. De tanta gana de hablar con gente de sentido común, por acá, que cuando uno suele encontrarla se le quiere con esa misma ansiedad con que se quiere un jarro de agua fría después de caminar con la boca seca horas y más horas bajo los rayos del sol… Pero, francamente, necesito ante todo que usted me explique… no comprendo cómo el corresponsal de El País en tiempo de Madero, el que escribía furibundos artículos en El Regional, el que usaba con tanta prodigalidad el epíteto de bandidos para nosotros, milite en nuestras propias filas ahora.

      —¿La verdad de la verdad, me han convencido!— repuso enfático Cervantes.

      En este diálogo nos muestra Azuela cómo los periódicos eran la fuente principal de quienes estaban en campaña militar, más de lo medianamente posible. Al final, Cervantes pregunta al oficial:

      —¿Se ha cansado, pues, de la revolución?

      —¿Cansado?...Tengo veinticinco años y, usted lo ve, me sobra salud… ¿Desilusionado? Puede ser.

      —Debe tener sus razones…

      En cuanto al mensaje de la novela de la Revolución en su sentido más limitado, señala Dessau:

      Finalmente, el éxito de la literatura tiene que ver con dos

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