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Tinta, papel, nitrato y celuloide. Francisco Martín Peredo Castro
Читать онлайн.Название Tinta, papel, nitrato y celuloide
Год выпуска 0
isbn 9786073036580
Автор произведения Francisco Martín Peredo Castro
Жанр Документальная литература
Серия Miradas en la Oscuridad
Издательство Bookwire
El teatro de revista, las modas femeninas, la fiesta brava, los deportes y hasta la carpa y el circo, alternaban con capítulos de la literatura universal y nacional. Sus portadas mostraban el perfil y el rostro de la mujer moderna, los típicos peinados de las “pelonas” de los años veinte y hasta actrices hollywoodenses en poses provocativas y semi desnudas. Pero los escritores de renombre cedieron al embrujo de la difusión “masiva” del momento, pues simplemente ése era el medio para seguir en el escenario. Noriega Hope promovió también la publicación de novela corta en el suplemento “La Novela Semanal”; sin embargo, se quejaba de los pocos escritores que cultivaban el género, ya que el dinamismo del periódico requería de textos cortos y atractivos para un público amplio. Las pocas revistas de élite literaria que aparecieron en la segunda mitad de los años veinte fueron efímeras, pues no había dinero para sostenerlas y tampoco existía un público amplio que las comprara. En ese terreno, el nuevo semanario en realidad no tenía competidores, a excepción de la revista de su tipo editada por Excélsior.19
La modernidad era tema constante en los periódicos, pero sus propios redactores se desconcertaban con las imágenes que las agencias de noticias hacían circular sobre modas extravagantes, peinados y novedades tecnológicas. En ocasiones, la ligereza de los contenidos provocaron algún comentario de reclamo de parte de sus lectores, que los llamaron frívolos y no con poca razón. Los motivos para obtener alguna línea de parte de personajes conocidos, ya fuera en la farándula, en el arte o en la política, rayaban en la fatuidad: preguntar al historiador Luis González Obregón, igual que a la bailarina del teatro Lírico, Alicia Murillo, o al músico Manuel M. Ponce, “¿Cuál ha sido su mejor regalo de Reyes?”. No cabía duda de que los tiempos habían cambiado, pues en su infancia, decía González Obregón, no se acostumbraba recibir regalos en 6 de enero…Y tampoco, habría que añadir, hacer tal tipo de preguntas a la gente de letras. Pero en medio de tales ligerezas, aparecía también alguna obra de la literatura francesa, o de algún autor nacional que se ocupaba del pasado indígena, como José Juan Tablada, o los versos de Xavier Villaurrutia y la obra de algún joven desconocido autor, como Xavier Icaza con su novela “La Hacienda”. El semanario aprovechaba toda ocasión para captar lectores y lo consiguió al hacer suya la polémica por la novela Los de abajo.
Las propias divisiones entre caudillos revolucionarios dieron un margen a la libertad de prensa. De acuerdo con Daniel Cosío Villegas, esto le permitió a los diarios hacer su papel de foro sin atacar algún bando en particular.20 Pero tratándose de discusión literaria, los bandos se explayaron en defensa de sus posiciones particulares. Querella que continuaría hasta mitad de la siguiente década. Mientras tanto, el diarismo “moderno” ganaba con las polémicas públicas y las novelas que despertaban el asombro de los jefes revolucionarios.
Los detractores de la obra
Diferencias y debilidades en el estilo de Azuela desataron los ataques a Los de abajo. Los eruditos esperaban tal vez un análisis concienzudo del movimiento armado, y los nostálgicos una romántica visión de la lucha por la libertad. El lenguaje que se proponía retratar Azuela y los motivos de los implicados en la lucha, fueron como un balde de agua fría en la cara de los intelectuales y de los jefes de la Revolución. Sin embargo, pocos se atrevieron a expresar públicamente su malestar con la novela recién publicada en 1924 en El Universal Ilustrado. El silencio de muchos fue también la respuesta inconforme acerca de la obra. Por su parte, el semanario se jactaba del gran éxito obtenido por Azuela entre sus lectores; cosa que no tenía cómo comprobar, pero tenía el espacio público para decirlo y nadie se atrevía a refutarlo.
Entre los que no pudieron contener su descontento estuvo el escritor y diplomático Victoriano Salado Álvarez. Dice de él José Luis Martínez que la Revolución le fue como su “bestia negra”. Los revolucionarios fueron los destructores de lo que había sido “su mundo” en el porfiriato. Y no sólo para Salado Álvarez, sino para la mayor parte del grupo de intelectuales destacados antes de 1910. Muchos de ellos salieron del país entre 1912 y 1915 y poco a poco fueron reingresando con la venia de Carranza; varios no volvieron a México. Para todos ellos, de cierta manera, la Revolución fue la causa de la destrucción de sus familias y la vida tranquila que les permitió el gobierno de Díaz.
Pero Salado Álvarez se horrorizó en especial del lenguaje y el “estilo” de Azuela. El maestro de la cátedra de lengua castellana en la Nacional Preparatoria y autor de las Minucias del lenguaje no podía aceptar semejante irreverencia al lenguaje “gramaticalmente correcto”. El señorito que se firmaba con el seudónimo de Don Querubín de la Ronda debe haber abominado de aquello que se hacía llamar “novela” de la revolución. En el propio Universal matutino publicó su artículo atacando la primera entrega que el periodo había publicado del trabajo del señor Mariano Azuela. Sorprendido de que el diario diera espacio a alguien que “desconoce la gramática”, señalaba la abundancia de faltas de ortografía (puntuación sobre todo) y de sintaxis, y alardeaba de conocer el habla popular del pueblo cuando mostraba claras contradicciones en sus diálogos y descripciones de los personajes.21
En otras críticas menos corrosivas, años después, se intentaba redimir la obra por su valor de testimonio popular. Rafael Heliodoro Valle, en sus reseñas bibliográficas de la revista Letras de México, se refería a las novelas de la Revolución, hijas de Los de abajo, como descripciones con “economía de medios” como su más evidente cualidad. “Son cuadros certeros, compuestos rápidamente”, en lo cual no se equivocaba. Pero al mismo tiempo su cualidad dinámica limitaba la profundidad del relato. Al parecer esta cualidad no se la proponía el autor, según Heliodoro Valle, y se quedaba en la superficie de los personajes.22 Más tarde, cuando la novela fue aceptada como primigenia de las que harían suyo el tema y los testimonios sobre la Revolución mexicana, se diría que en realidad se trataba de cuadros o estampas de la Revolución.
A pesar del silencio de muchos y las críticas agudas de algunos, El Universal se jactaba del éxito de la publicación de Los de abajo, y menospreciaba las críticas esgrimidas en sus propias páginas:
[…] ha tenido una acogida muy favorable en el público. Realmente nos complace haber mostrado a la República un positivo valor desconocido (…) nos tiene absolutamente sin cuidado que ciertos venerables abuelos de nuestras letras (…), abuelos por el espíritu manchado de tacañería, hagan crítica a base de puntos y comas. El público está muy lejos de los cenáculos, de las asociaciones de elogios mutuos, y de las artimañas de los simuladores del talento y él ha ungido en su opinión sencilla, a Los de abajo.23
Estaba claro a quiénes deseaba halagar el periódico. No tenía pretensiones académicas. El clima empezaba a ser propicio para hablar de la importancia del pueblo bajo y del público-masa. Durante la década siguiente cobraría auge esta visión de lo popular y éste sería el terreno fértil para el éxito pleno de una obra como Los de abajo. Mientras tanto, también hubo quienes por amistad con Francisco Monterde acercaron a Azuela a los dominios universitarios y le dieron espacio en las publicaciones de la principal casa de estudios superiores del país. Con la reivindicación del pueblo bajo en todos los ámbitos de la cultura nacional, Los de abajo, la novela de Mariano Azuela, vino a ocupar un lugar destacado y a ser reconocida como la novela típica y primigenia de la Revolución mexicana.
Mariano Azuela eligió a la prensa cotidiana para difundir sus primeros escritos, porque las revistas literarias le parecían vetadas a los no iniciados, a los no eruditos. La crítica literaria de esa época era celosa de sus espacios, y Azuela expondría años más tarde sus desacuerdos con esa elite intelectual que cerraba el paso a los escritores que se salían de los cánones aceptados. Pero al mismo tiempo, al elegir un medio de difusión considerado más “ligero” en sus criterios selectivos, Azuela pensaba que se dirigía a un público heterogéneo, no tan culto, no tan exigente en sus gustos y mejor conectado con las batallas de la vida cotidiana. Porque mientras el país se desangraba en batallas entre hermanos —así pensaba el autor de Los de abajo—, los eruditos escribían sus obras con títulos como La hora de Ticiano, El libro del loco amor, Senderos Ocultos.24
Su vocación para el relato de lo cotidiano, lo evidencia a Azuela con lo