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todas las ramas del conocimiento humano y de la investigación tienen su lugar natural e inclusive los intereses culturales de los vencidos, los legítimos que con el estudio alcanzaron, aquí están reconocidos y garantizados, mejor que en sus establecimientos; porque allá se les tendrá siempre como parciales, ya que de suyo y voluntariamente son intolerantes y llaman libertad de cátedra a la imposición de un solo credo religioso, político y social. Nosotros somos más ambiciosos, porque aquí tenemos todo, todo respetamos y todos aquí hablamos y decimos nuestra verdad, alumnos y maestros. Los laboratorios funcionan sin limitaciones. Las investigaciones, se hacen sin atender ningún dogma, sino técnica y científicamente; es decir, somos los depositarios y promotores de una verdadera cultura general, objeto real de toda universidad. En la historia de esta Casa de Estudios, hubo ya conspiraciones para bajarla al radio de un Instituto, primero; luego, se llegó a enfrentarle otro dentro de sus límites, creado deliberadamente para, a su debido tiempo, postergarla, lo que por fortuna no llegó a suceder. Ahora, brotan por ahí nuevos intentos de otros Institutos y de otra Casa... que se dice de la Cultura. Repito que un Instituto no puede abarcar todo el círculo de nuestras actividades, porque de suyo se reduce a parte de ellas; pero respecto de la Casa otra, hemos de estar advertidos, porque puede ocultar un plan, que tal vez podría tener alguna aparente lozanía, insuflado por el elemento oficial y por ciertas actividades mostrencas que ahí creen encontrar la revalidación de sus artificios. El tiempo nos irá diciendo si se oculta en esa casa una obscura intención, que ya queremos encontrar en la sola circunstancia de que, si el deseo fuera sano y noble, si se tratara de dar impulso a la verdadera cultura con sentido de universalidad, entonces no sería necesario duplicar las funciones de lo que ya existe, sino aumentar a los esfuerzos que se hacen aquí, los que parecen llevar torcidos fines. Maestros y alumnos sabremos afrontar el problema. Por otra parte, ¿cómo sería posible que las edificaciones que se hagan para el servicio de la obra de culturación se dediquen a ello fuera de nuestra órbita, cuando ya ahora, otros edificios se nos tienen secuestrados para servicios públicos como el correo y el telégrafo…? ¿Cómo se quiere desorganizar nuestra cultura de esa manera, ahora que es obvio el triunfo de la Ciencia, cuando por esa vía ocupa el hombre los espacios siderales y dispone a su arbitrio de la fuente inagotable de la energía atómica? Cuando todo tiende a buscar normas de dirección general para toda la humanidad, ¿cómo habíamos de permitir que aquí, donde conforme a la Ley, vamos cumpliendo nuestro deber con valentía, se nos venga a insertar una gangrena mortal? Y si es la Ciencia la que al entregarnos los más profundos secretos de la Naturaleza nos compromete a usarlos en aplicaciones pacíficas y útiles, favorables al desarrollo evolutivo de las sociedades humanas y no en la destrucción de la vida ni en fines aviesos, ¿cómo hemos de tolerar que la cizaña prenda en nuestro campo y nos haga retroceder? Estamos históricamente obligados a impedirlo. Así nos aproximaremos al ideal que allá en 1915, un estudiante juvenil, Enrique Díaz de León, que después fuera nuestro Primer Rector, dejó enunciado en el discurso que aquí, en estos mismos sitios pronunció, por encargo del entonces Gobernador del Estado General Manuel M. Diéguez. Oíd parte de él:

      “Así, señores, el Gobierno Constitucionalista viene ahora a ofrecer en este lugar, como la mejor ofrenda votiva a los Padres de la Patria, la construcción de dos templos del saber en donde se enseñe a las generaciones futuras a venerar a los nombres esclarecidos de los héroes, a imitar las fuertes virtudes que exornaron sus vidas propincuas y en donde, como en el hondo pensar del inmenso Emilio Zolá, se lleva a la conciencia humana, no el enervante “BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPÍRITU PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS”; pues mientras haya pobres de espíritu, habrá rebaños serviles de parias dispuestos a doblegar la cerviz al yugo de todos los despotismos; sino esta máxima lapidaria: “BIENAVENTURADOS LOS HOMBRES SANOS DE CUERPO Y ALMA. FUERTES DE CORAZÓN Y DE INTELIGENCIA. PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LA TIERRA”. Este acto está pleno de un bello simbolismo: es una halagüeña promesa de un óptimo florecimiento futuro: es la cimiente que habrá de dar la fortaleza y la lozanía: es el mismo brazo poderoso de la Revolución que detuvo el avance de un fanatismo que nos asfixiaba ya, el que viene a colocar aquí, no la primera piedra material de un edificio; sino la piedra angular que será el sólido plinto de nuestra futura organización social”.

      Y ya que recordé a Enrique Díaz de León, a quien tenemos aquí siempre presente, voy con ese fraternal signo, bajo la advocación de su nombre de intelectual y bohemio, a decir algunas palabras a los dos próceres ante quienes volcaremos el afecto de nuestros corazones y que están aquí honrándose con su presencia, acompañándonos en este glorioso aniversario: José Cornejo Franco y Agustín Basave. Universitarios los dos, de méritos inigualables, a quienes muchas generaciones guardan acendrado cariño, hondo respeto y admiración, unido todo a una gratitud sin límites; porque durante toda su vida, la dedicación magisterial ha sido su único apostolado. La Universidad tiene entre sus destacados fundadores, al señor arquitecto don Agustín Basave, Director en aquellos años de la Benemérita Escuela Preparatoria de Jalisco. El señor Profesor Basave fue activo y entusiasta participante de los continuos y arduos trabajos técnicos que se llevaron a cabo en numerosas juntas históricas, en unión de otros distinguidos intelectuales y educadores jaliscienses, desde en 1924, para llegar afortunadamente a coronar nuestros deseos con la fundación de nuestra Universidad en un día como éste, el año siguiente de 1925. José Cornejo Franco, participante a su vez, en los campos estudiantiles, intelectuales, literarios y artísticos desde entonces, ha puesto todo su interés y su valioso esfuerzo, para dar primero ser y luego prestigio y rico y humano contenido a nuestras aulas; pues continuó la obra del profesor Basave cuando éste fue a radicar a otros lugares y sigue siendo en nuestros días, decidido sostenedor de los ideales que habrán de llevarnos al cumplimiento íntegro de nuestro destino cultural, con su ejemplo de hidalguía, desinterés y valor civil para todos nosotros, maestros y alumnos. Muy lejos de nuestros deseos el de querer con estas palabras y con nuestro homenaje, cubrir la larga deuda, tan enorme e imposible de pagar; pero al menos, con nuestras palabras tan alejadas de la adulación, con esa naturalidad llana y franca, que es regla de conducta en nuestros círculos universitarios, que vean ellos dos, cuán espontáneo y sincero es este afecto que nos mueve a darles una mínima demostración de nuestro grande reconocimiento por su mucho más grande auxilio espiritual y cultural; demostración que les rendimos en el sagrado recinto de este Templo levantado a las Ciencias y a las Artes.

      Enrique Díaz de León pronunciando el discurso inaugural de la Universidad de

       Guadalajara en el Teatro Degollado el 12 de octubre de 1925.

      Discurso inaugural

       de la Universidad

       de Guadalajara

       12 de octubre de 1925

      Este discurso es la gran pieza oratoria de Enrique Díaz de León (1890–1937), cuyos conceptos cimbraron los muros del Teatro Degollado. Abordó los orígenes históricos de las universidades, la agitada historia política de la universidad tapatía y la apertura ese día de una nueva universidad, conceptualizada en la redención de las clases populares a través de la educación y la cultura.

      Enrique Díaz de León, “Discurso pronunciado en el acto inaugural de la Universidad de Guadalajara (Guadalajara, 12 de octubre de 1925)”, Enrique Díaz de León: revolución, universidad y cultura, Guadalajara: Sindicato de Trabajadores Académicos de la Universidad de Guadalajara, 2013, pp. 40–51.

      Curiosa e interesante por demás es la historia de la Universidad Real de Guadalajara. En el proyecto de su fundación no es ajena una migaja de rebeldía a los sistemas educativos en ese tiempo imperantes. Su gestación es algo verdaderamente desesperante: más de noventa años de ocursos, de solicitudes, de informes, de dictámenes, de consejos, de toda esa inútil tramoya administrativa, a la que tan dados eran algunos monarcas españoles. Su realización fue con mucho tardía no sólo por lo que se refiere al tiempo mismo, sino a sus naturales consecuencias. En vísperas de los primeros asomos libertarios, nacida esa universidad casi al claror de la aurora de la independencia,

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