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un grupo de selección que tenía que repugnar y repugnó con las nuevas ideas.

      Toda nuestra inquieta historia política está relacionada con la Universidad de Guadalajara. Su clausura o su reapertura era señal de que estaba en el poder uno u otro de los dos bandos contendientes. Dos tendencias se disputaban la pauta educativa: la universidad reteniendo en su claustro de caracol el rumor de las disputas escolásticas y el Instituto del Estado, cuya fundación antagónica se debió a los hombres del gobierno liberal, organización más abierta al mundo y al clamor imperativo de la hora.

      Como dos líneas que parten de un mismo punto y que después se separan hasta el infinito, hay dos tendencias: la que conspira a ejercitar las disciplinas escolares desentendiéndose de las realidades latentes de la vida y la que se preocupa sobre todo por hacer del hombre un factor de la contienda esencialmente práctica. Importa a la primera, sea cual fuere su fin, hacer de la inteligencia humana un instrumento para alcanzar su verdad teológica, o metafísica, o científica o artística, sin oír las necias disputas de los hombres. Su medio tiene que ser esencialmente de aristocracia intelectual y su centro, para decirlo con la palabra consagrada, la torre de marfil; y a la segunda, lo que persigue un fin únicamente práctico y utilitario.

      Pero entre esas dos tendencias, como en el aurea mediocritas del poeta, estará quizás la verdad: en el medio está la virtud. Ya José Enrique Rodó, desde la tribuna apostólica de Ariel, resolvió con su pensamiento profundo y firme de maestro, ese problema que es de nosotros los latinoamericanos, más que de nadie, puesto que racialmente nos debatimos entre tan encontradas virtudes espirituales, que a las veces se exacerban en misticismos alucinantes y en groseros apetitos primitivos.

      Es cierto que, como lo expresó Hamilton, “En el mundo sólo es grande el hombre, en el hombre sólo el espíritu”; pero ello no quiere decir que el alma sea únicamente una llama que implore trémula al cielo, sino el fuego sagrado, el calor que todo lo vivifica. Justo Sierra, ese gigante, reverso del gigante egoísta del cuento de Oscar Wilde, y que, como éste después de su iluminación de Damasco, siempre tuvo abiertas las entradas de sus huertos para que la juventud cogiera los frutos de oro de la sabiduría, dijo: “Toda contemplación debe ser el preámbulo de la acción”; que no es lícito al universitario pensar exclusivamente para sí mismo y que, si se pueden olvidar a las puertas del laboratorio el espíritu y la materia, como Claudio Bernard decía, “no podemos moralmente olvidarnos nunca ni de la humanidad ni de la patria”.

      Sí, en efecto, por encima de todo, tenemos que contestar a los problemas cuya resolución vaya a llevar alivio al enfermo, pan al hambriento, actividad al brazo anquilosado, trabajo a la mano ociosa, justicia al desvalido. La Patria, que no es una entidad retórica, sino algo viviente, con dolorosa vida, pide que todos, pero sobre todo, los más aptos, vayan a contestar afirmativamente a la interrogación que pregunta si México llegará a ser un gran pueblo, grande con todas las grandezas: con la material, cimentada en el desarrollo de sus propias riquezas; con la moral, en el reinado de la justicia social; con la espiritualidad, en el encausamiento de ese venero copioso que de vez en vez brota en el esfuerzo abnegado de nuestros hombres de ciencia; en la lira de nuestros mejores poetas, que lo son también del idioma; en el sentimiento popular manifestado aquí y allá, en el canto que ennoblece el alma; en el soplo que anima la arcilla.

      Quise, señoras y señores, principiar estas palabras desaliñadas, viendo hacia la génesis desde donde arrancan aquí en Jalisco las instituciones universitarias, para procurar, en la medida de nuestras fuerzas, ver el error y corregirlo, ahora que se desea encauzar las actividades superiores de nuestra juventud.

      Va la universidad a formar hombres. “El grano que tú siembras son almas”, decía el moralista; pero para ello precisas que se desatienda lo mismo del brillo oropelesco de las vanidades que no conducen a nada, como de las risas que quieren ser punzantes de los que necesitan reír para que los cobije la frase de Rabelais. Precisa arrancar el vicio que por serlo tienen profundas y dolorosas raíces; no tener la obsesión del pasado, sino la mano atenta a las pulsaciones del momento, la vista a los mirajes del mañana.

      “El verdadero hombre no aprende por reglas de colegio”, dijo el filósofo norteamericano, y es una verdad evidente si se atiende a dos cosas: al completo sentido de la palabra y a la organización de la enseñanza. Ahora mismo, con motivo de la fundación de esta universidad, se tuvo que tomar en cuenta todo esto.

      La educación pública se resentía de un grave defecto, de un mal grave, por mejor decir. Oficialmente no había en Jalisco más que unas cuantas carreras liberales que seguir; y hay una propensión muy natural, muy humana, de los padres de familia: la de pretender elevar el plano de sus hijos. ¿Cómo?, como se pueda. No existen más de dos caminos; pues por cualquiera de esos dos. No importa que para lograrlo se tengan que arrojar sobre el campo de la vida los dados del destino, a trueque de que muestren la cara siniestra de los fracasos irreparables. Ya es un lugar común hablar del proletariado intelectual, del médico gana pan y merolico; del abogado rábula que perdió el ovillo en el laberinto e hizo una madeja inextricable de la justicia, del que arrastró la toga por el fango. La universidad tiende a corregir esa lacra de organización.

      Pero ¿es esto una universidad? ¡Esto no es una universidad de modelo clásico! ¿Qué tiene que ver con las universidades tipo esa enseñanza de artes serviles?

      No vamos a discutir, como en los tiempos de Abelardo por los nombres; pero aun cuando fuéremos al palenque de una inútil y verbosa dialéctica, nosotros sabemos que si en el siglo XII se llamó a la de París y de Bolonia universidades porque resumían la universalidad de conocimientos de esos tiempos, ahora estamos obligados a resumir los de los nuestros. Ya hace muchos siglos que Protágoras aseguraba que el hombre es la medida de todas las cosas que existen y de la no existencia de las que no existen.

      Desentrañar, pues, todas las facultades, hacer surgir la fuente en la que abreven todas las ansias de conocimiento, debe ser el ideal de la educación. Abrir de par en par las puertas a toda vocación, vocación en el sentido prístino de la palabra, vocare: llamar. Sí, llamar… Debe ser una voz que llame a los hombres para que puedan descifrar su enigma…

      Emerson, a quien siempre que se trate de estas cosas, hay que citar, afirmaba que todo hombre es la enciclopedia entera de los hechos. “La creación de mil bosques está contenida en una bellota” y luego:

      cada cual sabe tanto como el sabio. Las superficies internas de los espíritus más rudos están todas llenas de garrapatos concernientes a hechos y pensamientos. Algún día cogerán esos espíritus una linterna y leerán las inscripciones.

      Tenemos la tendencia, en la humildad de nuestro esfuerzo, de poner en las manos de nuestra juventud esa linterna, y se ha querido que esa luz vaya precisamente a los que más la necesitan. Si os habéis fijado en el Plan de esta Institución, habréis visto la importancia de la Escuela Politécnica.

      La Politécnica enseñará la técnica del fotograbado de los trabajos de madera, de metales, de fundición, del plomo, del yeso, del color y de la piedra, de dibujantes, de arquitectura, de albañilería y carreras prácticas de electricidad, de mecánica, de ensayadores de metales y de la juguetería. Prestará especial atención a las industrias agrícolas y químicas sobre la base de las condiciones vernáculas, de los productos naturales de Jalisco: tal la jabonería, el aprovechamiento de nuestros aceites, la cerámica y la industria de las lacas, que por ser tan de cierta manera nuestras, son tan interesantes. Se completará después la escuela con la creación de otras carreras similares. Los estudios de todas ellas tendrán una base científica, aprovechando, desde luego, el sólido instrumento de las matemáticas y el conocimiento de aquellas ciencias y materias de estudio más indispensables al perfeccionamiento de esas carreras, claro está, en la dosis aplicable al caso. La universidad pone con esto, pues, más el establecimiento de la Facultad de Ingeniería y la carrera odontológica y la reorganización de las facultades de Jurisprudencia, de Comercio y de Farmacia, de la de Medicina y sus carreras anexas, de las preparatorias y de la Normal, pone, decía, a los jóvenes que están dentro de ella, o por mejor decir a la juventud del estado y de una importante región del occidente de la república, en condiciones de desenvolver sus vocaciones, abriendo nuevos caminos para que cada quien siga

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