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Piensa y trabaja. Ana Isabel Villaobos Valladolid
Читать онлайн.Название Piensa y trabaja
Год выпуска 0
isbn 9786077422686
Автор произведения Ana Isabel Villaobos Valladolid
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
Estos jesuitas, que no llegaron de España, que no eran jesuitas españoles, eran europeos que no se formaron en la España tradicionalista, dentro del claustro de los “venerables bonetes y reverendas capillas”, que diría Feijoó; ellos vinieron a airear y ventilar el campo de las ideas, y aquí, jesuitas ya criollos, nuestros, como Clavijero, Cavo o Maneiro, y algunos más; otros que no fueron de la Compañía, sino del Oratorio de San Felipe, como Díaz de Gamarra, en San Miguel el Grande, Guanajuato, comenzaron a dar los primeros toques de alarma a la clase privilegiada y prepotente al lanzar conceptos que con seguridad eran francamente heréticos para aquella sociedad; y no es raro que aquí, aquí en nuestra Guadalajara, en nuestro Colegio de San Juan de los jesuitas, hubiera un colegial, Montenegro de apellido, que llegara a la audacia de afirmar: “Pobre nación española, no tendrá remedio mientras no se decida a hacer con su Rey, lo que los franceses hicieron con el suyo”: guillotinarlo, y acabar con la monarquía.
Ustedes comprenderán que cuando llega a decirse expresión tan tajante, ocasiona inquietud; fue procesado y dio a las cárceles de la Inquisición. Pero no era el único.
Junto con él había otros, y las ideas se iban infiltrando no sólo en los colegios de la Compañía, sino que a la expulsión de los jesuitas, los padres del Oratorio de San Felipe Neri de aquí, de Guadalajara, viendo que solamente quedaba el Seminario Conciliar y que hacían falta colegios para la formación de estudiantes estudiosos, trataron de fundar una Casa de Estudios; se pidió permiso a la Audiencia, y lo concedió con carácter de provisional, para la enseñanza de los rudimentos de la gramática y latinidad, mientras venía la autorización —porque entonces todo era Real—, venía la autorización de su Sacra, Católica y Real Majestad.
Y es nada menos Carlos III, que nos lo han presentado como prototipo de la monarquía ilustrada, quien niega que se establezca Colegio, ordenando nada más por su Real Gana, y por el Yo del Rey, que al recibo de la Cédula suspendan y expulsen a los alumnos que estaban recibiendo una enseñanza elemental, y que no se vuelva a tratar nada de educación superior, dejándolo todo en el Seminario.
Para esto, ya se habían iniciado gestiones para el establecimiento de Universidad en Guadalajara, gestiones que fueron puestas en trabajo por la Universidad de México, producto natural del centralismo absorbente que siempre ha prevalecido; no admitían que les hiciera huella ninguna otra provincia, sin pensar que de las provincias era de donde iban a aparecer los que serían rectores de la nueva sociedad.
Después de mil múltiples gestiones, resultó que por quienes menos se esperaba, un monarca tan inepto como el cornudo de Carlos IV, y un pillastre como Fernando VII, su amado hijo, son los que conceden la fundación y ordenan las Constituciones de nuestra vieja Universidad, siguiendo, desde luego, el modelo de las universidades hispanas, principalmente la de Salamanca.
Enclaustradas, sin embargo las ideas ya habían penetrado. Expulsados los jesuitas, quedaron aquí simientes de rebeldía, y señalándose también brotes en nuestra Universidad, recién fundada, y donde se formaron personalidades como Severo Maldonado, que después tuvo tanta relevancia, como los Cañedo, como los Cumplido, como Gómez Farías y como tantos otros que han de tener su significación.
Bien se advierte la verticalidad del concepto liberal que predominó. Al mismo Seminario Conciliar, tan enclavijado, llegaron ideas renovadoras; el mismo Severo Maldonado, antes mencionado, pone para sus alumnos nada menos que el Tratado de las sensaciones de Condillac, cosa inaudita, como guía en los estudios de filosofía, que entonces sí se hacían completos.
Fueron todas esas gentes la simiente para que estallaran, a la consumación de la Independencia, los movimientos de Centralismo y Federalismo, sin llamarnos la atención que fuera Jalisco el estado federalista por excelencia.
¿Por qué razón? En primer lugar, la constitución social de nuestra provincia fue muy diferente a la de otras partes; nosotros no fuimos mineros; nuestras minas fueron de pequeña escala; no fuimos ni Zacatecas, ni Guanajuato, ni Taxco, ni Pachuca, ni sombra de los lugares que dieron ríos de riqueza a la Corona Española.
Nuestra sociedad se fundó con pequeños burgueses, una burguesía muy gachupina, y por lo tanto muy individualista, que se dedicó al comercio, no en muy gran escala, y además a las labores agropecuarias; rancheros que labraban su tierra y cuidaban su ganado y la producían, y que, evidentemente, se fueron formando y conformando en una sociedad que en varias ocasiones se opuso a las intromisiones del gobierno virreinal, hasta el caso de verse envueltos en líos militares, en venidas de expediciones para tratar de sojuzgar a los levantiscos que se oponían al entrometimiento del poder centralizador.
Si había todas esas simientes, no es de maravillar que hubiera un movimiento tan arraigadamente Federalista, como surgió entre nosotros, lo reafirmó, después de la consumación de la Independencia.
Y antes que nada, periodista y ayancado, como llamó Salado Álvarez a Maldonado, antes que nada, Maldonado, se propuso redactar toda una Constitución, él solo, toda una Constitución con el Pacto Federal de Anáhuac, al mismo tiempo que con título similar don Prisciliano Sánchez emprendía, en forma más limitada, la manifestación de propósitos similares.
El resultado ustedes lo saben: De ahí, y no sólo para la verticalidad liberal, y para asombro de muchos tal vez, aun el elemento clerical fue francamente liberal. Nada menos que uno de los campeones del Federalismo, para la Constitución de 24, fue uno, que humildemente Cura de Zapopan, llegó después al Obispado de Michoacán y luego a ser el primer Cardenal Mexicano: don Juan Cayetano Gómez de Portugal. Él, junto con otros, esforzado en sacar adelante las ideas Federalistas. Desde entonces, la aparición de un clero levantisco, bronco, aquí en Jalisco, donde un hombre como el canónigo Caserta, pregonó que le gustaría que se llevaran preso a uno que otro canónigo para que se acostumbraran a ver a los “moraditos” en la cárcel. No es de extrañar tampoco que un canónigo Verdía se opusiera rotundamente a recibir a Maximiliano; por eso no nos tocó la honorable visita: se opuso el Cabildo a recibirlo en la Catedral bajo palio, como se acostumbraba a recibir a los señores emperadores, y por eso no llegó sino hasta las haciendas del “Burro de Oro”, para regresar sin atreverse a llegar a Guadalajara.
No es de admirar, así mismo, que cuando se viene la Intervención Francesa, el Cabildo Eclesiástico proteste contra esa Intervención, actitud por la cual Juárez, al extinguir todos los cabildos eclesiásticos, eximió al de Guadalajara por su patriótica conducta durante la Intervención. Y no es de extrañar tampoco que toda esa pléyade forjada en las aulas de la vieja Universidad, con sus ideas liberales anillara un núcleo de jóvenes impulsivos, atrevidos a todo, expositores de ideas, que se inician con la “Estrella Polar”, siguen como grupo en “La Falange de Estudios Literarios” y “El Ensayo Literario”, patrocinados por López Portillo, don Jesús López Portillo, y continuaran, trasladándose del Instituto de Ciencias, que intentó Prisciliano Sánchez, al posterior Liceo de Varones, donde el elemento liberal fue clásico, al grado de que alguno, y años después, Enrique Díaz de León, lo voy a puntualizar, Enrique Díaz de León, al que su padre metió a hacer estudios preparatorios en el Seminario, todo mundo lo apodaba “el liberal”. Nada raro que hubiera esa generación que no fue espontánea, que no es generación de hongos, sino un almácigo, un almácigo que se fue cultivando desde los jesuitas criollos, los que bebieron en las fuentes de los jesuitas europeos, que venían ya inficionados con todas las lecturas que proliferaban entonces.
Y no es casual que después, con esa misma tradición liberal, surjan los liberales puros, el grupo de Vallarta, de Ogazón, de Robles Gil, de los Ahedo, de Molina, de Vigil, de toda esa gente tan brillante, que Bulnes encarece por ser la generación más importante y la que más configuró las ideas reformistas y con más fidelidad sostuvo a Juárez, como los Camarena.
Qué nos llama la atención si ese grupo liberal clásico, jacobino, a ratos extremadamente jacobino, que decía horrores de todo mundo, era de tal firmeza ideológica que pudo llevar adelante el movimiento reformista sin claudicación de ningún tipo. Y no crean ustedes que era cosa individual, de un personaje, de Pedro Ogazón, digamos por ejemplo, o de un Vallarta, sino que eso trascendía a las familias; mencionaba hace poco a Montenegro, colegial