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máquinas conscientes con neuronas. El problema es que cuando observamos la naturaleza de las neuronas vemos que no tienen ningún parecido con nuestra vida consciente. Las propiedades físicas de estas células nerviosas no ofrecen ninguna razón para creer que sean capaces de producir conciencia.

      Es verdad que la conciencia está asociada a ciertas regiones del cerebro, pero cuando las mismas neuronas están presentes en la médula espinal (o en el troco encefálico), no hay ninguna producción de conciencia.

      Solo una fe ciega e infundada en la materia permite creer que ciertos trozos de ella pueden “crear” una nueva realidad, la conciencia, que no tiene el menor parecido con la materia.

      Los ordenadores o las computadoras pueden resolver problemas pero no saben lo que están haciendo. Esta es la diferencia fundamental entre las máquinas y las personas. Decir que una computadora “entiende” lo que está haciendo es como decir que un cable alimentador puede meditar sobre la libertad humana, o que un reproductor de CD’s o un MP3 comprende y disfruta de la música que hace sonar. Sin embargo, los seres humanos somos conscientes de lo que hacemos y de por qué lo hacemos. ¡La mayor parte de los teóricos del Nuevo ateísmo reconoce que no poseen una explicación satisfactoria para el problema de la conciencia!

      1.5.4. El pensamiento simbólico:

      Más allá de la conciencia, se encuentra el fenómeno del pensamiento, de la comprensión, de la captación de significado. Detrás de nuestros pensamientos, de nuestra capacidad de comunicarnos, de nuestro uso del lenguaje, hay un poder milagroso. Es el poder de darnos cuenta de las diferencias y de las semejanzas; el poder de generalizar y universalizar: lo que los filósofos llaman “elaborar conceptos universales”. Por ejemplo, yo sé en qué consiste ese sentimiento concreto que siento hacia mi esposa, (amor conyugal) pero también puedo pensar en el concepto de “amor” en abstracto, sin relacionarlo con ninguna persona concreta. Y esto es algo connatural a los seres humanos y desconcertante.

      ¿Cómo es que desde niños somos capaces de pensar en el color rojo sin necesidad de pensar en una cosa roja concreta? El color rojo no existe por sí mismo, independientemente de los objetos rojos. Estamos empleando continuamente el pensamiento abstracto sin darnos cuenta. Pensamos cosas que no son físicas, como la idea de libertad, de verdad, de perdón, o la misericordia de Dios, y no le damos importancia. Pero esta capacidad humana de pensar por medio de conceptos abstractos, es algo que trasciende la materia. Podríamos decir que nuestras neuronas, o nuestro propio cerebro, no entienden nada. Y que somos nosotros quienes entendemos. Es nuestra “conciencia” quien comprende, no nuestras neuronas. ¿Por qué las neuronas de la médula espinal no generan conciencia? El acto de comprender es un proceso físico en su ejecución (porque depende de las neuronas del cerebro), pero espiritual en su esencia. Y este acto es indivisible en la persona humana. No se puede descomponer en partes para explicarlo.

      1.5.5. El “yo” humano (o el centro de la conciencia):

      Curiosamente, el dato que pasan por alto los nuevos ateos es el más evidente de todos: ellos mismos. Una vez que admitimos que existe un “yo” personal nos encontramos ante el mayor de los misterios. Yo soy, yo pienso, yo percibo, yo deseo, yo actúo… Pero, ¿quién es este yo? ¿Dónde está? ¿Cómo llegó a existir? Nuestro “yo” no es algo solamente físico. No somos solo un cuerpo. Pero tampoco somos algo solo espiritual. ¿Qué somos entonces? Somos un “yo” encarnado, un cuerpo con alma. Yo no estoy en una célula específica de mi cerebro, de mi corazón o en alguna otra parte de mi cuerpo. Ninguna de mis neuronas tiene la propiedad de ser mi “yo”. Mis células están cambiando continuamente y, a pesar de ello, “yo” sigo siendo el mismo.

      El científico sueco, Jonas Frisen, cree que la edad media de todas las células de un cuerpo adulto puede ser de entre 7 y 10 años. Los glóbulos rojos solo viven unos 120 días, las células que recubren el estómago y las de la epidermis un par de semanas. Cada tejido tiene su tiempo de renovación. Solo las neuronas de la corteza cerebral, y pocas más, parece que duran hasta la muerte. Pero la conciencia no se explica por medio de las neuronas. Pues bien, aunque nuestro cuerpo cambia cada diez años, nuestro “yo” permanece.

      Ser persona humana es tener cuerpo y alma. (El “yo” tiene dimensión corporal, anímica y espiritual). Es una unidad psicosomática. La existencia del “yo personal del hombre” es la realidad más evidente, pero también más inexplicable para la ciencia. No podemos analizar el yo, porque no es un estado mental que pueda ser observado o descrito científicamente. El “yo humano” no puede ser explicado en términos físicos o químicos. La ciencia no descubre el yo, es más bien al revés, es el yo quien descubre la ciencia.

      ¿Cómo llegaron, pues, a existir la racionalidad, la vida, la conciencia, el pensamiento y el yo? La única forma coherente de describir todos estos fenómenos es reconocer que están por encima de las realidades físicas, a las que la ciencia humana tiene acceso.

      Aunque el Nuevo ateísmo no se ha enfrentado seriamente al problema del origen de la racionalidad, la vida, la conciencia, el pensamiento simbólico y el yo, la respuesta es evidente. Lo metafísico (o espiritual) solo puede proceder de una fuente metafísica. Todas estas características humanas solamente pueden tener su origen en lo divino, consciente y pensante. Es inconcebible que la materia, por sí sola, sea capaz de generar seres que piensan y actúan. Por tanto, desde el nivel de la razón y de nuestra experiencia cotidiana, podemos llegar a la conclusión de que el mundo de los seres vivos, conscientes y pensantes debe tener su origen en una Fuente viviente, que nosotros consideramos como la mente de Dios.

      No es erradicando la religión como vamos a terminar con el terrorismo en el mundo, sino como propuso Ángela Merkel: “Volviendo a la Iglesia y a la lectura de la Biblia” (16.11.2015). Como dijera el apóstol Pablo en su discurso en el Areópago de Atenas (Hch. 17:24-28): El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay.. de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres… para que busquen a Dios, si en alguna manera palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos.

      Todos los seres humanos tenemos a nuestra disposición, en nuestra experiencia cotidiana, la evidencia necesaria para llegar a creer en Dios. El ateísmo, el deseo de negar la realidad de Dios, se debe solo a una resistencia deliberada a la fe. Sin embargo, a Dios se llega por medio de la fe, según Hebreos 11:6: Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.

      La Biblia no está interesada en demostrar la existencia de Dios mediante pruebas metódicas. La existencia del Altísimo se da como evidente, como una creencia natural del ser humano. Porque la fe, aunque pueda apoyarse en los datos de la razón, no surge necesariamente de un proceso demostrativo. La doctrina cristiana enseña claramente que la fe, esa capacidad para creer aquello que está más allá de la razón humana, es un don de la gracia divina. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Ef. 2:8).

      La fe es, por tanto, el don de Dios que viene a justificar al ser humano. Dios habla, aparece; el hombre escucha y contempla. Dios se acerca al ser humano; acuerda un pacto o inicia relaciones especiales con él; le da mandamientos. Y la persona lo recibe cuando se acerca a Dios, cuando se abre a la divinidad, cuando acepta su voluntad y obedece sus preceptos.

      La Biblia no presenta jamás a Moisés, a los profetas o a los apóstoles en actitud pensante, como si fueran filósofos, elucubrando sobre el Invisible y llegando a conclusiones filosóficas con respecto a él. Es justamente al revés: el Dios Invisible se manifiesta ante ellos, y ellos descubren su don. Pero solo cuando el ser humano deja de resistirse a Dios, el don de la fe puede florecer en su alma.

      A Dios por el ADN

      Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. (Gn 2:7).

      Según el escritor del libro bíblico de Génesis, Dios creó al ser humano del polvo de la tierra. En el año 1929, el

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