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genéticas realizadas durante los últimos diez años y publicadas en las propias revistas científicas evolucionistas?

      A pesar de las muchas semejanzas que puedan existir entre simios y humanos, nuestra singularidad se explica mejor por medio de un diseñador común que mediante un ancestro común. El Homo sapiens es una especie singular y única. Quizá la mejor evidencia de ello sea el progreso científico y cultural que hemos alcanzado. El ser humano no solo ha sido capaz de secuenciar su propio genoma sino también de pisar la Luna, diseñar complejas ciudades, crear enormes bibliotecas, elaborar poesía o música y, sobre todo, realizar proezas éticas, como amar sin esperar nada a cambio o relacionarse espiritualmente con Dios.

      El evolucionismo no ha sido capaz de explicar cómo las mutaciones casuales del ADN hubieran podido crear la conciencia humana, la inteligencia, la responsabilidad moral o la propia espiritualidad ya que tales rasgos trascienden la mera biología.

      3.1.1. La idea de que somos un 98% idéntico a los chimpancés ya no se puede sostener

      Tal cantidad ha descendido significativamente pero esto no se ha comunicado convenientemente al gran público. Los genetistas Jeffrey Tomkins de la Universidad de Idaho y Jerry Bergman, de la Universidad Estatal Wayne (Detroit, Michigan) vieron que la reducción al 70% de parecido genético propia del cromosoma masculino podía ampliarse también a los 23 cromosomas restantes.1 Utilizando una herramienta de búsqueda especial, conocida en genómica como BLASTIN, analizaron el porcentaje de alineación de secuencias de ADN entre chimpancés y humanos, viendo que en todos los cromosomas el porcentaje promedio de similitud era inferior al 70%. Lo cual significaba que la diferencia porcentual aumentaba considerablemente, pasando de un 2% a aproximadamente un 30%. Es decir, unas 15 veces mayor de lo que se decía anteriormente

      Pero, ¿por qué es tan importante este cambio del 98% al 70% en el parecido de nuestros genomas? En primer lugar, porque demuestra que no somos tan similares como se pretende. Es lógico que tengamos muchos genes en común con los simios porque nuestros cuerpos son muy parecidos y realizan similares funciones fisiológicas. Pero también tenemos muchas diferencias. Una diferencia genómica de casi el 30% entre estos simios y nosotros representa aproximadamente unos 1.000 millones de bases nitrogenadas o letras de ADN distintas. Esto es muchísima información nueva, necesaria y suficiente para sustentar nuestra singularidad humana. Y, además, semejante información no puede haber surgido por casualidad en el poco tiempo que supuestamente mediaría entre nuestro antecesor simiesco y la aparición del Homo sapiens. De manera que este descrédito del 98% de parecido genético, al que asistimos hoy, derrumba la explicación evolucionista de los orígenes humanos y, a la vez, respalda un origen independiente y reciente de nuestra especie. Tal como indica la narración bíblica del Génesis.

      3.1.2. Aunque las diferencias entre los genomas fueran muy pequeñas (del 1%), lo cierto es que no sucede lo mismo con las proteínas resultantes de dichos genomas

      Esto es algo que nunca suele decirse pero que tiene importantes repercusiones para el tema que nos ocupa. Como es sabido, el ADN contiene la información necesaria para fabricar todas las proteínas del organismo y éstas son las encargadas de realizar las funciones que nos mantienen vivos. En principio, cabría suponer que si hombres y chimpancés poseemos un ADN casi idéntico, deberíamos tener también unos conjuntos de proteínas (proteomas) casi idénticos. Sin embargo, esto no es así. Desde hace más de una década, se sabe que las diferencias entre los proteomas de chimpancés y personas rondan la increíble cantidad del 80%. El ADN no se expresa de la misma manera en chimpancés y humanos. El evolucionismo no tiene explicación para este hecho, pero desde la perspectiva de un Dios que crea a los seres vivos según su género y según su especie, sí la tiene. Él pudo diseñar especies diferentes por medio de unos genes similares con la capacidad de expresarse en proteínas completamente distintas.

      Con cada división celular aparecen nuevas mutaciones o errores en el ADN. Estos errores se van acumulando en el libro de instrucciones de los seres vivos (genoma). La inmensa mayoría de tales errores son perjudiciales porque estropean o destruyen sistemáticamente la información biológica, produciendo enfermedades y taras genéticas. Pero la evolución exige que todas estas mutaciones malas sean eliminadas poco a poco para que los organismos puedan evolucionar positivamente. El problema es que las malas mutaciones (deletéreas) se están acumulando en el ADN de la humanidad mucho más rápidamente de lo que están siendo eliminadas por la selección natural. El genoma humano (o ADN) ha estado degenerando durante la mayor parte de la historia registrada.

      Actualmente podemos decir que el genoma humano no está progresando sino degenerando y que semejante fenómeno es mucho peor de lo que generalmente se reconoce. Esto lo analiza en profundidad el genetista estadounidense, John C. Sanford, quien fue uno de los primeros biólogos en hablar de “entropía genética”, es decir, del grado de desorden que se acumula lentamente en el ADN humano.2 Sus trabajos mediante simulaciones numéricas evidencian que más del 90% de las mutaciones perjudiciales no pueden ser eliminadas por la selección natural. Este declive genético que se detecta hoy en la humanidad, contradice el modelo evolucionista y supone una corroboración del relato bíblico de los orígenes del ser humano. Según la Escritura, el hombre fue creado con unas condiciones óptimas y, desde entonces, habría estado degenerando continuamente. La hipótesis del simio a la persona resulta poco convincente porque el cambio en nuestro genoma ha sido siempre descendente, nunca ascendente. A veces, puede parecer que mejoramos (porque vivimos más años que el hombre medieval, somos más altos, o superamos muchas enfermedades, etc.) pero no debemos confundir la evolución cultural con la biológica.

      Nuestro progreso cultural, científico y tecnológico nos ha permitido una buena alimentación, medicina y salud, pero esto no nos ha hecho genéticamente mejores que nuestros antepasados. Sin embargo, lo cierto es que nuestra genética ha empeorado. Y esta degeneración genética es notablemente consistente con la perspectiva bíblica de una pareja creada perfecta, una Caída literal, una población humana en decadencia y un mundo que envejece “como una vestidura” (He. 1:11).

      La selección natural contribuye a preservar las distintas especies biológicas, eliminado a los individuos débiles o peor adaptados a su ambiente. Pero una fuerza natural así es incapaz de crear algo tan complejo como nuestro genoma, la mente o el alma humana. Lo único que puede hacer la selección natural es ralentizar la tasa de degeneración genética, pero poco más. En determinadas ocasiones, permite algún pequeño ajuste genético cuando un organismo está experimentando un cambio en su entorno, como ocurre con las bacterias que adquieren resistencia a los antibióticos o el famoso pico de los pinzones. Pero esto es “microevolución”, o mejor dicho “variación adaptativa”, es decir pequeños cambios observables en todas las especies biológicas, pero no la “macroevolución”, o evolución general desde los microbios a las personas y el resto de los animales, que requiere el evolucionismo.

      Darwin creyó que la microevolución continuada generaba lentamente la macroevolución a lo largo de millones de años. Sin embargo, lo único que permite la microevolución es que las bacterias se vuelvan resistentes a los antibióticos o que ciertas plagas de insectos logren superar insecticidas como el DDT. Pero esto lo consiguen no porque se hayan creado genes nuevos mediante mutaciones al azar sino porque los individuos que sobreviven ya poseían genes resistentes a tales venenos. Cuando los antibióticos o los insecticidas dejan de actuar, las condiciones biológicas de los organismos revierten a su estado primitivo. Es la información genética que ya portan todas las especies la que les permite adaptarse al medio ambiente. Las mutaciones que ocurren al azar, aunque sean seleccionadas por la naturaleza, no aportan información nueva capaz de generar todo lo que supone la teoría de la macroevolución. Este es el gran problema del darwinismo actual. La ciencia no ha descubierto ningún proceso natural que sea capaz de explicar el origen de la información biológica. Por tanto, la teoría de

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