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de acercamiento y alejamiento son inconsistentes, debido a la situación paradójica que vive el niño, quien necesita de la protección de figuras que a su vez provocan en él/ella situaciones atemorizantes. Main y Hesse (1990) relacionaron el apego desorganizado con un ambiente asustador, propio de hogares en los que existe maltrato y abuso, o en los que la figura de apego presenta un trastorno afectivo de magnitud, como depresión mayor o trastorno bipolar. Fonagy (2001) reporta que los niños que presentan un patrón de apego desorganizado tienen altos niveles de cortisol, el que está asociado a situaciones de distrés y que genera una hiperactividad del sistema nervioso central a temprana edad, que conlleva al desarrollo de patrones irregulares de reacción emocional ante situaciones de estrés en el futuro. De allí, que el apego desorganizado esté relacionado con conductas de agresión infantil (Fonagy, 2001).

       Teoría conductista

      La teoría conductista señala que la ansiedad se adquiere y se aprende, ya que es condicionada. La reacción emocional de ansiedad se condiciona a un estímulo ambiental concreto, por relaciones de contingencia espacial y temporal, y por los refuerzos positivos que la persona recibe de otros al emitir una respuesta de ansiedad frente a determinados estímulos, que luego se generalizan a otros estímulos o situaciones. De este modo, se puede explicar por qué los niños aprenden a imitar las respuestas ansiosas de otros (por ejemplo, de la madre).

      Klein y Mowrer (1989) plantean que la ansiedad es adquirida mediante dos mecanismos de condicionamiento: clásico y operante. Bajo el primero, uno aprende a asociar las respuestas de ansiedad a los estímulos que son temerosos. Estos estímulos lo son, ya sea porque constituyen amenazas reales a la sobrevivencia (por ejemplo, el fuego), o porque son percibidos socialmente como amenazantes (por ejemplo, hablar en público). Además, la ansiedad se aprende mediante mecanismos de condicionamiento operante, ya que por refuerzos externos recibidos de otras personas se aprende a evitar el estímulo temido (por ejemplo, al "felicitar" al niño con atención y cariño cada vez que manifiesta sentir miedo a la oscuridad). Esta evitación constituye un refuerzo negativo, en tanto se produce una reducción de la ansiedad, lo que refuerza aún más la conducta evitativa. Aprender a evitar los estímulos amenazantes hace que el miedo se mantenga y aumente, lo que refuerza conductas de evitación más prolongadas y elaboradas.

      Desde el enfoque conductista es posible entender el mantenimiento de conductas de evitación que resultan fóbicas. El niño(a) aprende, por modelaje o imitación de la conducta de las personas que le rodean, a responder a los estímulos del ambiente de un modo mayoritariamente evitativo. Esto provoca un alto nivel de angustia cada vez que el niño se ve enfrentado al estímulo que intenta evitar, lo que redunda en aún mayores esfuerzos para evitar dicho estímulo, y una ansiedad manifestada ya no sólo cuando se ve enfrentado al estímulo, sino además ante la mera idea de enfrentarse a éste.

      La importancia del enfoque conductista para los trastornos de ansiedad es que propone que, así como las conductas fóbicas se aprenden, también se pueden "desaprender". Las técnicas típicamente desarrolladas bajo la terapia conductista suelen ser muy efectivas para el tratamiento de algunos cuadros ansiosos.

       Teoría cognitivo - conductual

      La teoría cognitivo-conductual entiende al trastorno de ansiedad como patrones cognitivos distorsionados que preceden a conductas desadaptadas y a desajustes emocionales (Beck & Emery, 1985). A diferencia del conductismo clásico, plantea que la ansiedad es mejor entendida como un conjunto de pensamientos y creencias inadecuadas respecto a sí mismo y al entorno. Una sobrevaloración de los estímulos externos como amenazantes -"si salgo a la calle me pueden atropellar, puedo sufrir un accidente, nadie me va a ayudar" y la infravaloración de las potencialidades personales –"no soy capaz de enfrentar esta situación, me hace sentir muy mal, prefiero evitarla y así me siento mejor"- generan en la persona niveles de angustia exacerbados. Desde la perspectiva cognitiva, un niño que piensa que el mundo es muy amenazante, que lo que existe más allá de su hogar le puede causar daño e incluso la muerte; y que él/ella tiene pocas probabilidades de poder revertir esta situación, tendrá más probabilidades de desarrollar un cuadro ansioso. Asimismo, las personas con un estilo cognitivo más negativo respecto a sus sensaciones corporales y a la peligrosidad de las crisis (hipocondría y ansiedad anticipatoria), unido a la necesidad de amparo y protección, desarrollarían más fácilmente un síndrome agorafóbico, ideando progresivamente más formas para evitar encontrarse con personas desconocidas que le resultan amenazantes.

      Para Beck y Emery (1985) los trastornos de ansiedad se caracterizan por una serie de alteraciones en el pensamiento que conforman un sistema de alarma hipersensible: "el paciente ansioso es tan sensible a cualquier estímulo que pueda ser considerado como indicador de un desastre o daño inminente, que está constantemente advirtiéndose a sí mismo sobre los potenciales peligros. Debido a que casi cualquier estímulo puede ser percibido como peligroso y puede encender el "sistema de alarma", la persona ansiosa experimenta innumerables "falsas alarmas" que lo pueden mantener en un estado constante de distrés y agitación" (p. 31, traducción nuestra). Según estos autores, la preocupación constante con respecto a situaciones peligrosas se manifiesta a través de pensamientos automáticos, de carácter tanto verbal como visual, que "invaden" a la persona, "aparecen" de manera repetida y rápida, y parecen ser completamente posibles cuando surgen.

      La persona con un trastorno de ansiedad se ve impedida en su capacidad de razonar sobre estos pensamientos. Aún cuando puede estar de acuerdo en que dichos pensamientos son irreales o resultan poco lógicos, le es muy difícil evaluarlos en términos realistas y adecuados. Además, ocurren una serie de alteraciones cognitivas que ayudan a mantener y agrandar estos pensamientos; entre ellos, la generalización, la actitud catastrófica, la selección de la información, el pensamiento dicotómico y la falta de habituación.

      La generalización se refiere a la tendencia a asociar la ansiedad referida a un estímulo o situación específica, como volar en avión, a otros elementos similares o propios del contexto -a andar en vehículos en movimiento, a los aeropuertos, etc.-. La ansiedad se transfiere a estas otras situaciones no sólo cuando están presentes, sino también cuando se piensa en ellas. A esto se le llama ansiedad anticipatoria -los síntomas propios de la ansiedad que se experimentan al pensar sobre la mera posibilidad de enfrentarse a uno o varios objetos o situaciones aumentan el temor al estímulo y las conductas encaminadas a evitarlo. Ya que las situaciones que provocan ansiedad se generalizan, la persona desarrolla una actitud catastrófica ante la vida, desde la cual se imagina el peor escenario posible de cualquier situación que puede llegar a tener consecuencias desagradables. No sólo piensa en lo peor, sino que focaliza sus pensamientos en ello; es decir, restringe su atención de manera selectiva en los eventos negativos y amenazantes. Además, tiende a interpretar las situaciones de manera dicotómica, como "seguras" o "inseguras". Dada la generalización y el procesamiento selectivo de la información, la mayor parte de las situaciones son catalogadas como inseguras, pues la persona no es capaz de tolerar la ambigüedad e incertidumbre. Por último, y a diferencia de las personas que no sufren de este tipo de trastornos, las personas ansiosas no se acostumbran a los estímulos amenazantes; presentan una falta de habituación a ellos. Cuando medimos los niveles fisiológicos de ansiedad a sonidos fuertes, por ejemplo, encontramos que las personas con trastornos de ansiedad, al igual que el resto de las personas, presentan un nivel de alerta inicial elevado; pero a diferencia de ellas, estos niveles se mantienen, y no se produce el descenso en los niveles de activación corporal que suele ocurrir en el resto de las personas (Lader, Gelder y Marks, 1967).

      Las propuestas del enfoque cognitivo-conductual para la comprensión y tratamiento de los trastornos de ansiedad han calado profundamente en la psicología y en la psicoterapia de los cuadros ansiosos. Muchos autores han ampliado y profundizado en los lineamientos iniciales de la teoría de Beck y Emery (1985). Así por ejemplo, Clark y de Silva (1985) proponen que la interpretación catastrófica de las sensaciones corporales es un mecanismo explicativo de los ataques de pánico. Las personas que presentan crisis de pánico tienden a malinterpretar las respuestas normales de ansiedad como eventos catastróficos. Así, las sensaciones de mareo, falta de aire, palpitación y sudoración son interpretadas como mucho más peligrosas de lo que realmente son; por

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