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a su hombre en su piso, que quedaba a pocas calles del mío. Rompí el silencio cuando pasó por mi portal sin detenerse.

      —Egor, ese era mi portal. Para.

      —Tú te vienes a casa —ordenó.

      —No, yo me quedo aquí, en la mía —repliqué.

      —No vamos a discutir eso. Tenemos que hablar, y lo haremos en mi casa.

      Al llegar a la mansión Korsakov, respiré con alivio al no ver a Miki. No había nadie, excepto Dara y Laryssa. La primera se acercó al vernos llegar, la segunda subió las escaleras sin mirarme siquiera.

      —¿Qué ha pasado, Egor? —preguntó su mujer al percatarse de nuestro aspecto.

      —Han intentado matarme —explicó sentándose en el sofá.

      —¿Qué? ¿Quién? ¿Estás bien? —Dara no dejaba de manosear a su esposo asegurándose de que estaba ileso.

      —Dusan y Vasyl han cruzado la línea. Dara. —Agarró sus manos para frenar a su nerviosa mujer—. Estoy perfectamente, mi amor. ¿Puedes dejarme con Dabria un momento?

      —¿Es tan urgente…? —empezó a preguntar, pero su marido la interrumpió:

      —Lo es, si no, no te lo habría pedido —le respondió con mucho cariño—. ¿Cómo te has enterado? —preguntó nada más ver a su mujer desaparecer.

      —Estaba escuchando el micro de los Kostka. Dusan y Vasyl hablaban con alguien por teléfono. Le decían que todo estaba listo, que Andrei te llevaría.

      —Quiero esa grabación.

      —Por supuesto. ¿Qué vas a hacer?

      —Todas las pruebas que pueda reunir me serán de mucha ayuda, aun así, debemos ir con pies de plomo.

      —¿Es tan complicado? Quiero decir, si muestras las pruebas, es suficiente para echarlos, ¿no?

      —No es tan sencillo. Las Tres K, y las mafias de Rusia y de países vecinos en general, solo tenemos tres reglas: honor, respeto y sangre. Una cámara en la mansión Kostka incumple la segunda. Debes tener un motivo de peso para ponerle una cámara a tus socios, por eso es importante recaudar alguna prueba que justifique esa acción.

      —Tú eres el jefe, Egor, no debería ser tan complicado —observé.

      —Son tiempos difíciles; como bien sabes, el legado de Miki corre peligro. Sangre. No quiero ninguna clase de objeción más. Es una alianza forjada hace casi doscientos años, no puede romperse en dos días, Dabria —me explicó.

      —Mañana le daré la grabación a Liov; ahora, si no tienes más preguntas, me gustaría irme.

      —¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué viniste a ayudarme?

      —No deseo tu muerte, Egor. De hecho, no creo que a nadie, excepto a los Kostka y a los Kovalenko, le beneficiara.

      —Gracias por salvarme la vida —dijo levantándose del sofá. Hice lo mismo. Le mostré una débil sonrisa junto a un asentimiento de cabeza antes de encaminarme fuera de la mansión.

      MIKI

      —¿Qué coño ha pasado? ¿Cómo estás? —Estaba nervioso; hasta que pude comprobar con mis propios ojos que se encontraba bien, no me tranquilicé. Recorrí el salón con la mirada. No estaba. ¿En serio esperaba que estuviese en mi casa? Lo peor fue que me sentí decepcionado al ver que no era así. «¿Qué coño te pasa, Miki? ¿En qué habíamos quedado?». Cierto. Volví a mi padre, me fijé en que tenía algún que otro golpe—. ¿Cómo ha podido pasar esto, papá?

      —Estoy bien, Miki. —Me sonrió sin ganas. Que te hayan traicionado e intentado poner fin a tu vida no era motivo de celebración.

      —Pudieron haberte matado —repliqué.

      —No lo han hecho. —Su rostro denotaba cansancio.

      —Has tenido suerte. ¿Quién estaba en el coche? ¿Cómo ha sido?

      —Pashenka y Andrei. Dabria nos abordó en medio de Sadovaya. No sé cómo hizo para atravesar tres carriles y colarse en el coche mientras esperábamos en un semáforo en rojo.

      —¿Que hizo qué? ¿Os contó que iban a mat…?

      —No. Hizo una actuación perfecta de novia despechada para aburrir a los hombres y acercarse a mí. Se las ingenió con mucha maña para que la entendiese. Andrei nos ha vendido.

      —¿Cómo lo supo?

      —Escuchó hablar a Dusan y Vasyl, decían que no había mejor momento, que Andrei se encargaría de llevarme a donde le habían mandado.

      —¿Por qué no pidió ayuda? ¿Por qué no le pidió a Liov que enviara a alguno de nuestros hombres a buscarte? ¿Por qué fue ella sola? —escupía preguntas sin parar.

      —Lo llamó, pero no lo cogió. Llamó a Aleksei. Le dijo que todos estabais fuera, así que vino a por mí.

      —¿Hubo heridos? —Mi padre sonrió de lado.

      —Ella está bien, Miki. Es una chica muy lista, y muy hábil también.

      —Estoy seguro. —¿Tanto se me notaba mi preocupación por ella? ¿Cómo lo evitaba? Yo la odiaba, sin embargo… ¿La quería muerta?

      —¿El resto? ¿Andrei?

      —Muertos. Todos muertos.

      —Iré a visitar a Gosha.

      —No, Mikhail.

      —Si Andrei estaba metido, seguramente su hermano también.

      —No lo sabemos, lo suponemos —me advirtió mi padre con un dedo en alto.

      —Yo estoy seguro y mis puños me ayudarán a descubrirlo.

      —De eso nada, no vas a torturarlo hasta que diga lo que quieres oír. Lo intentaremos a mi modo.

      —Muy bien, pues tú dirás. —Di una palmada con las manos—. ¿Cómo vamos a hacer si no tenemos a nadie que pueda contar lo ocurrido y no me dejas que acelere el proceso?

      —Buscaremos la manera. Dabria nos enviará las grabaciones. Debemos extremar el cuidado, un paso en falso y todo se vendrá abajo.

      —¿Tan poca confianza tienes en nuestro legado, papá?

      —Nuestro legado está cojo, Miki; mientras no aseguremos eso, no confío en nadie.

      —¿Cómo arreglamos eso? ¿Vas a drenarme para luego llenarme de sangre pura?

      —De verdad que este no es momento de bromear. Buscaremos una razón para justificar la puesta de micros en la mansión Kostka. De esa forma, tendremos ventaja.

      —Claro, la misma que ellos. Tenemos el apoyo de las otras cinco y…

      —Y, aun así, no es suficiente. El apoyo es variable, hoy aquí y mañana allá. Tenlo claro, Miki.

      —Te equivocas. Los cinco te respetan, incluso te tienen cariño.

      —Me respetan y respaldan mientras mis acciones y decisiones lo merezcan; cuando se descarríen, también se desviará su lealtad.

      —¿No hay una forma de que eso cambie? ¿No podemos imponer nuestras normas y ya?

      —No. No quiero perder el apoyo de todos o entrar en guerra.

      —Bien —accedí—. ¿Qué propones?

      —Mañana hablaremos con el resto. Pensaremos en algo. —Mi padre se frotó la cara con cansancio.

      —Yo lo arreglo. Vete a descansar.

      —Intentaremos hacerlo bien. —Se levantó del sofá y se paró enfrente de mí—. Sé que no confías

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