Скачать книгу

mi padre, Miki y yo. —Antes de que añadiera algo más, pregunté:

      —¿El abuelo? ¿Por qué ha de venir el abuelo?

      —Hedeon Pávlov es poco más joven que tu abuelo. Menos sabio qué él y más que nosotros. Lo necesitamos.

      —¿Por qué no vamos nosotros? —preguntó Murik. Parecía que su tiempo de aceptación había terminado.

      —Si se convierten en carne para tiburones, mejor dejar a algún Korsakov —explicó mi tío mientras mi padre hablaba con el abuelo por teléfono.

      —¡Qué alentador! —ironicé.

      —¿Por qué no vamos nosotros en vez de ellos? —preguntó Zoria.

      Desde niños nos habían inculcado que había que anteponer la vida propia tanto a la de tu líder como a la de tu familia. En su caso, el deber de protección era doble.

      —No nos recibirían; si hay alguna posibilidad, deben ir ellos.

      —Podemos acompañarlos. Podemos ir nosotros en lugar de otros hombres —ofreció Aleksei.

      —No pondremos en peligro ninguna vida más —negó Liov.

      —Tienen razón. Si morimos, que al menos seamos solo nosotros —dije.

      —En tal caso, yo cuidaré tu Veneno, primo —se burló Zoria. Sonrió mostrando todos los dientes. Típico de él, querer quitarle leña al fuego.

      —Os mantendremos informados —me despedí para preparar las cosas.

      DABRIA

      La ducha me había sentado de maravilla. Había arrastrado toda la suciedad y la sangre seca de mi cuerpo y mi cara; sin embargo, no había arrastrado mis preocupaciones. Los Kostka y los Kovalenko habían llegado muy lejos. Intentar matar a su jefe no era una simple ilusión, se había convertido en un propósito, que por esa vez habíamos podido evitar.

      Miki se pondría hecho una fiera; bueno, a esas alturas, ya estaría hecho una fiera. El liderazgo se tambaleaba, y debía ir con mucho cuidado para que no se le derrumbase encima la enorme pirámide.

      Quería estar con él, apoyarlo, ayudarlo y… abrazarlo hasta que se quedase dormido en mis brazos. ¡Joder! Mi vida se había vuelto un puto caos. Ni yo misma entendía cómo había podido llegar a ese punto, pero lo cierto era que no me arrepentía. Estaba enamorada de él. Completamente enamorada. Ese amor que puede más que cualquier otro sentimiento. Por muy fuertes o sabias que fueran las otras emociones, las que más pesaban eran las que sentía por él.

      Estaba acurrucada en el sofá, envuelta en una mullida manta cavilando, cuando el timbré sonó. No esperaba a nadie a esas horas, a no ser que a Borak se le ocurriese traerme la cena. No iba a tener esa suerte.

      —Va —grité casi en la puerta ya—. ¿Quién es?

      —Soy yo.

      No respondí. Abrí para comprobar que había escuchado bien. Allí estaba. Mi amiga me miraba con una tímida sonrisa.

      —Nitca —saludé—. Ven, pasa.

      Me hice a un lado para que entrase, cerré la puerta y caminé detrás de ella hacia el salón. Se fue desprendiendo de las capas de ropa, que dejó en el perchero de cualquier manera y luego me miró durante unos cinco segundos sin abrir la boca, para finalmente tirarse a mis brazos.

      —Lo siento, Babette. Siento muchísimo lo que está pasando —repetía apretándome con fuerza—. ¿Cómo te encuentras?

      —Destrozada. Nunca había pensado que el pecho podía doler de tal manera sin ser por un infarto.

      —Conservas el sentido del humor. —Sonrió—. Es bueno saber que sigues siendo tú.

      —Siempre he sido yo, pese a las mentiras, el nombre y el aspecto.

      —No lo decía por eso, lo decía por Miki —se disculpó.

      —No tiene importancia, es la verdad, ¿por qué no hablar de ello para quitárnoslo de delante?

      —¿Crees que es lo mejor? Ha pasado poco tiempo.

      —En ese poco tiempo he sufrido más que en años. Me he sentido más perdida que un niño en un laberinto —le confesé.

      —Todo se arreglará. —La mirada de Nitca era de todo menos de sinceridad.

      —Por ahora, me llega con que se arregle contigo. —Le sonreí de forma amable para que no intentase buscar razones que no encontraría.

      —Aleksei habría venido conmigo, pero todo está muy turbio. Por cierto, le has salvado la vida a Egor. —Elevó una ceja esperando una explicación.

      —Debía hacerlo, quería hacerlo. No quiero que os ocurra nada, creo que ya os lo he dicho unas cien veces.

      —Bueno… no es fácil de entender. Sobre todo, porque nosotros no te dimos pie a… No te ayudamos… En fin, que no te creímos, no te creí.

      —¿Y ahora, Nitca? ¿Me crees tú ahora?

      —Sí, lo hago —aseguró.

      —Te he echado de menos —le dije con una sonrisa.

      —Lo siento. No quiero que sufras, pero no podía. Verlo así, Babette, es horrible. Miki no… él está… Desde que se enteró…

      —No. —Posé una mano sobre la de ella y negué con la cabeza.

      —Pero debes saber que…

      Esa vez la interrumpí yo.

      —No puedo. Desearía escucharte hablar de él durante días, pero no hoy. Por favor. —Acababa de salvarle la vida al padre de la persona que yo más amaba, incluso sabiendo lo que él me odiaba. No quería derrumbarme al escuchar cómo de mal estaba por mi culpa.

      —Está bien —aceptó—. ¿Qué vamos a ver? —Cogió el mando y comenzó a buscar algo que pudiese entretenernos. Antes de empezar a ver la película, el timbre sonó de nuevo—. Seguramente sea Aleksei —dijo mientras me levantaba del sofá.

      Así era, Aleksei me miró con la misma sonrisa que nuestra amiga minutos antes. Esa vez fui yo quien lo abrazó con fuerza.

      —¿No vamos a cenar? —preguntó sentándose al lado de Nitca, que estaba en el centro del sofá.

      —Podemos pedir pasta al italiano de la esquina —sugerí.

      —Excelente. —Nitca sacó su teléfono y se puso a buscar el número del restaurante—. ¿Qué queréis?

      —Yo quiero espaguetis con salsa boloñesa —dijo Aleksei.

      —Yo, macarrones con queso. —No tenía mucha hambre, pero menos ganas tenía de aguantarlos a ellos mandándome comer.

      Esperamos con paciencia a que Nitca pidiera, parecía que no la escuchaban bien, porque a la tercera que lo repitió era como si estuviera pidiéndole la comida al vecino de abajo. Colgó el teléfono y suspiró.

      —Listo.

      —Vuestra presencia aquí no será una muestra de agradecimiento por haber salvado a Egor, ¿no? —vacilé.

      —En mi defensa, alegaré que decidí venir a verte antes de que supiese lo que había ocurrido. Eres nuestra amiga. Te queremos —dijo Nitca.

      —Sé que vendría pronto; después de lo que os ocurrió a Egor y a ti, quería saber cómo estabas. Así que ha sido como… agilizar el proceso, por decirlo de alguna manera.

      —Bien. Es bueno saberlo, porque no volveré a sortear los coches de la avenida Sadovaya para salvaros la vida a ninguno más.

      —¿Qué hiciste qué? —preguntó Nitca asustada.

      —Nada,

Скачать книгу