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      Posó un brazo en mi hombro y me dejó solo. Me acerqué al mueble a por un trago. Sin duda, estaba en el peor momento de mi vida. Cada día que pasaba había una asquerosa rata traidora nueva. Las mataría a todas. Por ahora, le haría caso a mi padre, lo haríamos a su manera; sin embargo, cuando el mar se calmara, Miki desataría un tsunami. Haría una limpieza a fondo en las calles de San Petersburgo.

      Me serví una copa y me senté a bebérmela en el sofá. Lo único que me tranquilizaría en ese momento era imposible. Solo había una persona capaz de hacerme olvidar todo, perderme en sus brazos era la sensación más placentera que había experimentado. No podía seguir así, acabaría peor de lo que ya estaba, sus recuerdos eran sumamente dolorosos, y no ser capaz de no pensar en ella era insoportable. Por ambas razones siempre terminaba con ella, o por mi esfuerzo en no pensarla o porque su dulce imagen aparecía sin ser llamada.

      Mi padre casi había sido asesinado, la traición era más latente que nunca. Las Tres K nunca se había encontrado en una situación tan nefasta como esa, y yo, incluso en ese momento, pensaba en ella.

      Terminé la bebida de un trago y deshice el camino hasta la habitación de invitados, que había adoptado como mía. Me duché rápidamente y me metí en la cama intentado encontrar una solución. Mañana sería un día duro.

      Me desperté antes de que tocase el despertador. No eran ni las siete de la mañana cuando bajé a desayunar. Laryssa estaba sorbiendo el café mientras ojeaba su teléfono.

      —¿Qué tal, La? —Del susto, escupió el café por la mesa—. Joder. Has puesto todo hecho un asco. —Cogí un trapo para limpiar sus babas.

      —Podrías tener un poco de tacto. Estaba concentrada —protestó, limpiándose la camisa con una servilleta en un intento inútil de quitar el café.

      —¡Oh sí! Disculpa, el Candy Crush requiere de toda tu atención. —Tomé una de las magdalenas que tenía mi hermana en un plato—. Será mejor que te cambies, esa camisa parece el babero de un bebé que empieza a comer solo.

      —¿Por qué no te callas, Miki? —Me miró enfadada—. Además, ¿qué mosca te ha picado? No paras de parlotear como un loro, ni que hubiera algo que celebrar.

      —¿Echabas de menos el humor mañanero de tu hermano? —la piqué.

      —Déjate de estupideces. Mamá me dijo que quisieron matar a papá.

      —Así es.

      —Y me dijo también que Dabria ha impedido que sucediera. Le ha salvado la vida.

      —Sí. ¿Y? Suéltalo, Laryssa.

      —No sé, la verdad es que no sé qué pensar. Por una parte, podría ser cierto lo que dice; por otra…, no puedo creerla. Por ahora, no.

      —Entonces deja de hablar de ella. Me alegro de que le haya salvado la vida a papá, pero la odio todavía más que ayer. O eso intento —acabé susurrando antes de darle un sorbo al café.

      —Iré a cambiarme —dijo mi hermana—. No puedo ir así a clase. —Salió de la cocina sin decirme nada más. Babette, Dabria, traición, muerte… eran temas muy delicados para tratar con mi hermana pequeña a primera hora de la mañana.

      Decidí hacer ejercicio, me vendría bien para liberar la tensión del día anterior y dejar hueco a la de ese día. Tras un buen rato golpeando el saco y unos posteriores largos para relajar los músculos, subí a ducharme pensando en cómo afrontar lo que se nos venía encima.

      —Por fin apareces —saludó Zoria cuando entré en el despacho.

      —Llevo más de dos horas matando el tiempo —respondí.

      Todos estaban allí ya: Aleksei y Murik tras el ordenador, Venyamin frotándose los ojos cerca de la ventana, mi padre y Liov tomando un café alrededor de la mesa y Zoria tirado de cualquier manera sobre un sillón.

      —¡Oh! Te has levantado con ansia —se burló Venyamin bostezando.

      —Al contrario que tú. ¿Es qué no has dormido anoche?

      —No, llegamos de madrugada y no he podido pegar ojo —respondió sirviéndose un café. Habían dejado una cafetera y bollos encima de la mesa para los que no hubieran desayunado o para los que quisieran volver a desayunar como yo, que, después de tres horas despierto, ya tenía hambre otra vez.

      —Ayer intentaron matarme. —Mi padre alzó la voz proclamando el inicio de la reunión.

      —Lo sabemos —dijo Murik.

      —Debemos buscar una manera de dejarlos en evidencia delante de las cinco familias —observó Venyamin.

      —Eso sería maravilloso, si tuviéramos la manera de hacerlo —dijo mi padre.

      —Ayer intentaron matarte —intervino Aleksei—. Acabar con tu vida, hacerte desaparecer muchos metros bajo tierra.

      —Como le he dicho a Miki, no tenemos pruebas de que hayan sido ellos —explicó mi padre.

      —Sí las tenemos —lo corregí.

      —No. —Mi padre me miró de forma dura.

      —Miki tiene razón, Egor. Dabria tiene las grabaciones. Si se las mostramos a los cinco… —empezó a decir Murik, pero mi padre lo atajó.

      —No podemos acusarlos con unas pruebas que no tienen valor. ¿Cómo justificaríamos ese micro? ¿Proclamando que no nos fiábamos de ellos y lo pusimos así, sin más? ¿O les contaremos que Dabria lo puso porque es una poli?

      —Esto se sale de control —dijo Zoria preocupado. No supe en qué momento se había puesto recto en el sillón.

      —Hablemos con los Pávlov —dijo mi tío. Había estado callado, escuchando y meditando hasta que de repente nos soltó eso.

      —Nos cortarían la cabeza sin llegar a saludarnos. —Murik lo miraba con mala cara, sin entender qué coño le pasaba a su padre. Todos sabíamos que la otra mafia rusa no era una opción. Nosotros éramos leones, viviendo en su selva y conservando su hábitat; ellos eran tiburones, buceando en el mar y evitando que se contaminase. No había un mundo donde los leones y los tiburones se llevasen bien, ni nosotros buceábamos ni ellos conocían la selva. Ni ellos cazaban zorros ni nosotros comíamos bichos con escamas. Así de simple, se sabía de la existencia de muchas especies que no habías visto nunca.

      —¿Y cómo hacemos, papá? —preguntó Zoria—. Llegamos allí, ¿y? ¿Por quién preguntamos? ¿Cómo nos presentamos? ¿Crees que nos darán siquiera la oportunidad de hablar?

      —La verdad es que deberíamos intentarlo —respondió mi padre.

      —¿Es qué habéis perdido el juicio? —inquirió Aleksei.

      —Necesitamos averiguar si saben algo. Quizá estén al tanto de la traición de los Kostka y los Kovalenko, incluso podrían haber trabajado con ellos. Si llegaran a unir fuerzas… —interrumpí las enloquecidas reflexiones de mi padre.

      —¿Tú estás escuchándote? Los Pávlov y los Korsakov llevan dos siglos sin hablarse, desde la escisión no han cruzado palabra.

      —Casi —intervino Liov. Lo miré sin entenderlo—. Hace ciento noventa y siete años exactamente que no se hablan, desde que fue asesinado el último miembro de la Yedinsvo.

      —Omites lo más importante —lo regañó Murik, que era el más reacio a intentar una tregua—. Un Korsakov lo asesinó.

      —Eso dicen —intervino Liov.

      —Una alianza con los Pávlov sería muy productiva en estos momentos —explicó mi padre.

      —¿Cómo lo hacemos? —quiso saber Zoria. Sabíamos que se había tomado una decisión y que era inexorable.

      —Hablaremos con su líder: Hedeon Pávlov —respondió mi padre.

      —¿Cuándo

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