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Lágrimas de dolor. Bárbara Bouzas
Читать онлайн.Название Lágrimas de dolor
Год выпуска 0
isbn 9788417763282
Автор произведения Bárbara Bouzas
Жанр Языкознание
Серия TrilogÃa Lágrimas
Издательство Bookwire
Al acabar de comer, vimos una comedia. Malísima. En cambio, la compañía de mis amigos fue de lo más reconfortante. No llegabas a saber lo bien que te hacían las personas que querías hasta que de verdad las necesitabas.
Esperaba ir recuperándolos a todos, uno a uno, hasta llegar a él. O llegar a él y recuperarlos a todos. «Duérmete, Dabria. Ya estás soñando despierta».
A la mañana siguiente, Borak me sorprendió en la puerta de mi apartamento con una bolsa de croissants recién salidos del horno. Solo me había dado tiempo de ponerme las lentillas, todavía medio zombi, para abrirle la puerta.
—Buenos días, bella durmiente. —Me sonrió con cariño y me dio un beso en la frente.
—Buenos días, Borak. —Caminamos hacia la cocina para desayunar. Tan pronto encendí la cafetera, unas horribles náuseas me obligaron a correr al baño.
Vomité toda la maravillosa pasta que había cenado el día anterior. ¡Qué asco! Al levantar la cabeza, mi querido amigo me miraba apoyado sobre el marco. Vaya cuadro. Yo, de rodillas echando las tripas y él, observando con cara de circunstancias.
—Deja de mirarme así. Estoy bien —protesté.
—Claro. Seguro que es un virus. —Su tono de ironía me dio ganas de clavarle el cepillo de dientes en la cabeza.
—Oeies ai, iioa —intenté hablar con el cepillo en la boca, pero me hizo parecer más ridícula.
—Te prepararé una manzanilla mientras te arreglas.
Aproveché el poco tiempo que tenía. Me vestí con uno de los chándales supergordos del gimnasio y me recogí el pelo en una cola.
—Gracias. —Le di un sonoro beso en la mejilla. Estaba esperando por mí sentado a la mesa de la cocina, sorbiendo café de una taza.
—No seas pelota. Debes ir al médico. —Su mirada se mantenía severa, mi muestra de cariño no había valido para nada. Borak no se dejaba mangonear cuando se trataba de algo que en verdad le preocupaba. Y mi salud le preocupaba. Me maldije a mí misma. Borak era como un hermano para mí, estaba ahí siempre que lo necesitaba, sin tener que llamarlo, y yo… era una farsante. Contarle la verdad no era una opción. Mi vida ya corría demasiado peligro al ponerme en evidencia delante de los Korsakov, no podía agrandar el círculo. Aunque eso no impedía que me sintiese como una basura. En las misiones en las que había estado anteriormente nunca había sentido esa sensación, la de ser una mierda de persona, la de estar engañándote a ti misma a la vez que intentas engatusar al resto.
—No voy a ir al médico, Borak. —Me crucé de brazos más tiesa que una vara para darle más veracidad a mis palabras—. Vomitar no es algo tan raro. Yo estoy pasando por unos días muy duros. Hay muchas razones por las que una persona puede vomitar: nervios, malestar estomacal, empacho, migrañas… —Mi amigo me miraba debatiéndose entre decirme algo, no contestar o mandarme a la mierda.
—¡Oh! Desde luego que hay muchos motivos por los que una persona puede estar vomitando, pero tienes que saber cuál es la causa que hace que tú vomites tanto. Los vómitos y las náuseas son síntomas claros de que algo no está bien. —Parecía que él sabía algo que mis conocimientos no alcanzaban a averiguar.
—No voy a ir al médico —aseguré—. En el caso de que no se me pase, lo haré, ¿de acuerdo?
—A veces eres más infantil que una niña de cinco años.
No le hice ni caso, bebí mi manzanilla con tranquilidad. Media hora más tarde, me dejó en la puerta de la universidad, su humor había mejorado un poco. Lo odiaba y lo adoraba por preocuparse tanto por mí, deseaba achucharlo y aporrearlo a partes iguales.
—Si te encuentras mal, llámame —me dijo antes de que saliera del coche.
—Claro, papi. —Bajé del coche rodando los ojos. Luego, cuando ya no podía verme, deshice el camino hacia dentro con una sonrisa de oreja a oreja cargada de sinceridad y ternura.
14
MIKI
Subimos al avión poco después del amanecer, queríamos llegar allí lo antes posible. Primero, recogeríamos al abuelo para que nos acompañase y, luego, continuaríamos hasta el aeropuerto de Moscú. Nos acompañaban unos diez hombres; sabíamos que eran pocos, pero en caso de revuelta, perderíamos de todas formas. Así que mejor llevar un número que no llegase a amenazar a los Pávlov, si no, estaríamos perdidos. No llevar hombres podría ser como una ofrenda de paz.
—¿Qué te ha dicho el abuelo? —le pregunté a mi padre sentándome a su lado. No había abierto la boca y no parecía tener intención de hacerlo.
—Que estaría listo —respondió recostándose en el asiento y cerrando los ojos.
—¿Vas a dormir? —No me lo podía creer. ¿Qué coño le pasaba? ¿Los nervios le darían sueño como a su hermano?
—Voy a descansar, Mikhail, y tú deberías hacer lo mismo.
—Ni siquiera hay una hora de vuelo —protesté.
—Por eso mismo. Cállate de una vez.
Levanté las manos en son de paz, aunque mi padre no podía verme. Me levanté. Un trago y una charla de hombres me distraería.
—Ponme un vodka —le ordené a una azafata al pasar por su lado. Caminé hacia la parte trasera del avión, donde estaban los hombres conversando. Me senté al lado de Akim, enfrente estaban Pashenka y Feodor; en el otro lado estaban otros tres, y un poco más atrás, el resto echando una cabezada. Mi padre no era el único que quería aprovechar el vuelo para babear el asiento.
Los cuatro callaron de forma brusca. Como a los cascanueces que se les cerraba la boca de golpe, decidieron no seguir con la conversación tan entretenida que parecía que estaban teniendo segundos antes.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Nada, Mikhail —respondió Pashenka atemorizado. Era de mi edad y desde niños me tenía pánico. Llevaba tiempo con nosotros, era de total confianza, o eso queríamos creer; su padre todavía trabajaba con nosotros y su abuelo lo había hecho antes que él. Era fuerte, leal y trabajador; aunque un poco cagón en situaciones como aquellas: ridículas.
—¿Vas a vomitar, Pashenka? —le pregunté al ver su cara cada vez más amarilla.
—Lo que pasa es que…
Interrumpí a Feodor. No quería excusas.
—Nada de lo que habléis puede afectarme. Escupidlo —ordené en tono desenfadado.
—Verás… —tartamudeó Pashenka. Tomé el vaso que me ofreció la azafata y le di un trago.
—Nos contaba que Babette tiene más huevos que un elefante, un animal enorme, y la mulata… —Akim se detuvo un momento. Sabía que había sido un error llamarle mulata a mi… era igual, lo dejé pasar—. Es tan pequeña. Compararla con un elefante es porque…
—Deja de comparar a Babette con un puto elefante. Me estás poniendo enfermo —lo regañé—. ¿Qué os contaba, Pashenka? —pregunté recorriendo a los demás con la mirada—. Y ni se te ocurra volver a hablarme del puto elefante y sus enormes huevos y la relación que tienen con Babette —le advertí con el dedo índice a Pashenka.
—Está bien —se disculpó Akim algo aturdido—. No me mires así, Pashenka —le dijo a su amigo, que no quitaba la mirada de enfado y sorpresa de su cara.
—Mikhail no te matará hasta bajar del avión —se burló Feodor.
—Solo le contaba lo valiente que fue. Su manera de enfrentarse a los hombres que quisieron matar a tu padre fue admirable.
—Además