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La dimensión desconocida de la infancia. Esteban Levin
Читать онлайн.Название La dimensión desconocida de la infancia
Год выпуска 0
isbn 9789875387638
Автор произведения Esteban Levin
Жанр Документальная литература
Серия Conjunciones
Издательство Bookwire
El aprendizaje es un desdoblamiento en el que el niño rompe la inercia; en la revuelta recibe el impacto del desconocimiento y se reconoce como sujeto, nunca como un objeto propio del estimulador de turno. Para que ello no suceda, hay que relacionarse con el niño; al hacerlo, en el “entredós” se juega la experiencia dramática de un sujeto que desea aprehender. En ella lo esencial se juega en el intersticio, en el “entre” compartido, desconocido, para recrear el deseo de saber.
El pensamiento es una experiencia rebelde y topológica en la que prima el afecto entretejido en la trama, que historiza el sentido de lo pensado. Es un tejido cuyas hebras traslucen el placer de lo enredado en la red deseante e indeterminada de un saber a componer, conjugar y construir junto con el niño. ¿Seremos capaces de transformarnos en tejedores de saberes no sabidos para aprehender lo que todavía no sabemos?
En algunas sesiones, Agustín se retrae, vuelve la tensión y se sienta sobre la mamá, a upa. Es muy difícil modificar esta situación e imposible desprenderlos: ante el intento, se resiste. La escena tiende a completarse en esa actitud gestual- postural congelada. Por momentos parece inamovible; la sensación de frustración acrecienta el no saber que más puede hacerse. Ensayo diferentes alternativas: el títere, un nuevo juguete, una canción acorde a la ocasión, pero, sin embargo, no reacciona. Una densa desazón inunda el consultorio. ¿Qué hacer?
La pobreza y parálisis de la experiencia acompañan esos instantes de vacilación y zozobra, en los que el tiempo y el espacio se aplanan en un punto y parecen achatarse hasta condensarse en inmovilidad del sufrimiento. Compartimos la angustia, el sinsabor del dolor y el no saber.
Agustín viene al consultorio por la tarde y, a veces, se retrasan unos minutos con su mamá. Después de él concurre Rafael. Eventualmente, el azar produce la probabilidad del encuentro. (4)
Hace muchos años que atiendo a Rafa; la problemática neurometabólica que lo aqueja afecta fuertemente su desarrollo y estructuración subjetiva. En todos este tiempo, su evolución pasó de no hablar ni jugar a acceder a la representación y poder hacerlo, mediante el trabajo clínico y la integración educativa que mantuvimos hasta que pudo pasar a una escuela de recuperación.
Muchas imágenes y recuerdos surgen cuando pienso en él y el proceso que Rafa generó durante todo este tiempo. En su nueva escolaridad puede comenzar a relacionarse con pares y a pertenecer por primera vez a una comunidad de aquellos que, como él, muchas veces son llamados discapacitados y, como tales, permanecen por fuera de cualquier lazo social.
Después de un largo recorrido, Rafael es un joven de dieciocho años; con todos los avances y también dificultades, ha podido constituir diferentes niveles de pertenencia a la comunidad, representación simbólica y de pensamiento, que anteriormente no se vislumbraban.
Algunas veces, cuando viene al consultorio, llega antes de su horario, deja todas sus cosas (mochila, útiles, vianda, etc.), mira con atención lo que pasa y, últimamente, quiere participar, ayudándome. Durante unos minutos se encuentra con Agustín.
Cuando Rafa lo ve, pregunta si puede jugar con él. Agustín tira un autito por el tobogán, mira como rueda, lo vuelve a lanzar, una y otra vez repite el mismo gesto sin mucha convicción ni dramaticidad. Rafael toma el auto, lo devuelve y le explica cómo lanzarlo para que vaya más rápido. En ese cruce, los dos se miran y simultáneamente, esperan mi confirmación; sorprendido, exclamo: “¡Claro, si tiran los autos de esa forma, van más rápido y no se caen!”. Rafa, contento, le indica cómo hacerlo, pero como Agustín no le habla, me pregunta: “¿Por qué no habla?”. Le respondo: “Hablale, él te entiende; como cuando vos eras chiquito, de a poco, va a poder hablar”. Mientras tanto, Agustín, sonriente, espera la ayuda de Rafa, cuando él se la da, se ríen y con un movimiento los autos salen a toda velocidad.
La escena dura uno minutos, ya que termina la hora de la sesión de Agustín; nos despedimos de él y la mamá, que contemplaba la escena, comenta: “Qué lindo juegan… ¿puede venir siempre Rafael un ratito a jugar con él?”. Le respondo: “Claro, pueden coincidir unos minutos y jugar juntos”.
Durante varias semanas, el azar y el tiempo hacen que los breves encuentros entre Agustín y Rafael vuelvan a producirse. En cada uno de ellos comienza a tejerse entre ambos una red, postural, rítmica, con algunas palabras y sonidos que surgen, en función de la experiencia que ellos generan. Al verse, se saludan con alegría, chocan las manos con el puño cerrado en señal de saludo. De esta manera, continúan el juego que hacen o crean, en un tejido relacional y simbólico que enriquece el escenario compartido.
Para Rafa y Agustín, la red anuda los encuentros entre ellos y multiplica sentidos insospechados. Rafael le propone esconderse para hacer una broma y asustarme. Le da la mano y se ocultan tras una puerta; entonces, empiezo a buscarlos y llamo a los dos. El silencio resuena en eco en procura de una demanda.
Busco en la cocina, en el balcón y en otra sala; juego a no encontrarlos y, mientras tanto, ellos, cobijados en la ficción de la escena, juegan el artificio simbólicamente real de estar y no estar presentes. Entre los dos realizan la alianza que tal vez, si uno faltara, no podrían hacer. Se acompañan para poder jugar. La mamá de Agustín (que está presente a la espera, en otra sala) los ayuda a refugiarse de la mirada de Esteban. Perplejo, me encuentro jugando a las escondidas.
A través de estas escenas, el tiempo compartido entre ellos se torna significante. La textura temporal abre la historicidad. Es un trazo abierto a la natalidad de lo nuevo y, en esos momentos, sucede lo impredecible. Ellos aprehenden decididamente lo esencial: que el tiempo fluye y marca el final como límite y, al mismo tiempo, la posibilidad de inspiración. Se dan cuenta de que el acto de jugar es el lugar de la intuición, de la repetición y lo inaudito.
Abrimos la oportunidad de que la ocasión historice el destino y, al hacerlo, este puede cambiar y fluir. Al constituir el espacio escénico del juego, los chicos “ganan” tiempo al perderlo en la plasticidad que lo vuelve a causar.
Los dos se esconden, juegan a no estar y, de repente, aparecen asustándose. Surgen la alegría y el grito al mismo tiempo. En ese impulso, crean lo que no saben, inventan una experiencia en la que afirman la imagen corporal, incluyen al otro y abren la plasticidad de la posibilidad, la sorpresa y la aventura.
Cuando aprehenden a jugar, en algunos momentos secretamente íntimos, ambos necesitan hacerlo entre ellos. Una soledad, sin embargo, compartida; otro con el cual dialogar, salir del encierro y pensar cosas diferentes. Se ocultan de Esteban al tiempo que se abren a la fantasía; en ella despliega lo fantástico de hacer de cuenta que asustan, dan miedo y sostienen un secreto.
Rafa y Agustín crean una experiencia simbólica. Al asustarme, sin darse cuenta, juegan el susto y el miedo; ambos sienten placer al conquistar aquello que los aterroriza; descubren dramáticamente un artificio que les permite soportar la angustia, el dolor del miedo, el enojo, la amenaza. Comienzan a creer en la ficción. En una palabra, desafían el temblor de la angustia, la inmovilidad de los miedos y pueden enfrentarlos y revivirlos al generar humor, ironía, gestualidad.
El juego con los autitos, los gestos, la escondida, el susto, el humor ensanchan el espacio del “entredós”, entre “tres”, entre “cuatro”, que configuramos en múltiples dimensiones con el niño. Somos parte de aquello que había una vez… o que una vez había… para narrar una historia entreverada en las redes que los causa y origina.
Los niños asumen el riesgo, la fructífera idea de hacer una experiencia escénica de lo siniestro, de lo que no entienden. Provocan y convocan al miedo que en la vida diaria cada vez es más real (en Agustín, implica no poder hablar y en Rafael, la imposibilidad de su autonomía) para incorporarlo a la propia red simbólica mediatizada por imágenes, gestos o palabras que corporizan el placer de jugar. Apasionados por lo desconocido, asumen el riesgo y juegan a lo real (lo que no comprenden y no tiene representación) para transformarlo, anudándolo a una red de cuerdas ondulantes donde lo extraordinario cobra existencia afectiva, sin la cual lo simbólico, como tal, pierde toda su potencia.
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