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énonciations: Traduction et discours rapporté (Quebec: Balzac, 1991), 310.

      [160] Pierre Bourdieu, Raisons pratiques: Sur la théorie de l’action (París: Seuil, 1994), 217.

      [161] Christian Robin, «Coédition/coproduction, effets sur les contenus et les publications: Le cas du livre pratique illustré» (ponencia presentada en el coloquio internacional Les Contradictions de la globalisation éditoriale).

      [162] A modo de anécdota, en el 2005, Jacques Godbout, autor quebequés publicado por Seuil y miembro de larga data del Consejo de Administración de Boréal, elaboró un balance mitigado, por no decir más, sobre las relaciones editoriales entre Francia y Quebec, y estimaba que las coediciones «que esperaríamos fueran más numerosas gracias al acercamiento propiciado por la mundialización son sin embargo inciertas y escasas. ¿Por qué? Porque el desfase entre nosotros no cesa de crecer: lengua, temas, sensibilidad… todo es diferente. Pocas veces estamos de acuerdo». Pero Jacques Godbout admite no ser sociólogo y hablar desde un punto de vista subjetivo. Así, esta constatación de fracaso quizá no es tanto de la coedición Francia-Quebec como de la asociación Boréal-Seuil. Véase Jacques Godbout, «Plus grande est la distance». Liberté, n.º 270, (s. f.): 17.

      [163] Casanova, «Consécration et accumulation», 13.

      [164] Sobre este tema véase Hélène Buzelin, «Unexpected Allies: How Latour’s Network Theory Could Complement Bourdieusian Analyses in Translation Studies», The Translator 11, n.º 2 (2005): 219-236.

      [165] Entrevista por correspondencia, 25 de febrero del 2008.

      [166] Bourdieu, «Les conditions sociales», 4.

      [167] Por ejemplo, no consideré los acuerdos entre editores vinculados a un mismo territorio, menos frecuentes pero que también existen.

      [168] «In the end, it would seem that there is something about translation itself that must have been unsettling for the disciplines, particularly for the more established disciplines in the social sciences. Could it be related to the fact that translation —like languages more generally— is not an ordinary object, certainly not one that is easy to “objectify”? Where can one stand to turn it into an object and circumscribe its limits? Translation is also a cognitive “operator”, a mechanism which provides access to the social worldview in a double sense: firstly, as a necessary condition for the ordinary, day-to-day comprehension that we have of the social world around us, in our daily exchanges with others; and secondly as a prerequisite for scholarly interpretations of the social world, including the way we build our arguments and make use of “method”. Our research narratives require constant translation […] Proper translation, as has been amply demonstrated in the restricted field of translation studies over the last twenty years or so, is never simply a replica. An appropriate dose of “friction”, in the sense of being neither too aggressive nor too ignorant of the other, is inevitable, giving rise to mutual misunderstandings as an ingenious solution to ordinary, yet potentially, devastating, disagreements in social life (La Cecla, 1997). This of course is an uncertain path». Simeoni, «Translation and Society», 13-14.

      La edición angloamericana, entre la despolitización y la comercialización: el ejemplo de los ensayos y de las editoriales universitarias*

      André Schiffrin

      El siguiente texto reúne dos extractos de la versión inglesa aumentada de The Business of Books, publicada en el 2000 por Verso. Fueron traducidos y reproducidos en su totalidad, salvo unos fragmentos, con el amable consentimiento del autor.

      Antiguo director de Pantheon Books —prestigiosa editorial literaria fundada en Nueva York por Jacques Schiffrin, su padre, y por Kurt Wolff, en 1942, y absorbida por el grupo Random House en 1960—, André Schiffrin fue testigo de la venta de su editorial por el grupo rca, que era dueño de Random House desde 1965, a S. I. Newhouse, director de Advance Publications, en 1980. En los albores de los años noventa decidió mostrar la posibilidad de otro modelo editorial fundando una editorial no comercial, The New Press:

      La constatación de los efectos de la concentración de la propiedad de las editoriales estadounidenses en manos de algunos conglomerados, animados por imperativos estrictamente económicos, movió a André Schiffrin a reflexionar sobre la relativa desaparición, en las editoriales, de los ensayos políticos. La edición estadounidense había participado de manera amplia en la difusión de la información y de la crítica en Estados Unidos sobre la guerra de Vietnam y las luchas sociales y cívicas; sin embargo, desde entonces, en gran medida, renunció a la publicación de los libros más subversivos y contestatarios en beneficio de títulos económicamente rentables.

      Las ediciones universitarias, al estar financiadas por las universidades y no estar directamente sometidas a las metas de rentabilidad de los accionistas ávidos de ganancias, podrían constituir el lugar de difusión de tales ideas. No obstante, señala Schiffrin, el modelo alternativo que encarnan también presenta dificultades. En efecto, cada vez más están sometidas a los mismos imperativos económicos y ceden a la presión de sus universidades, suprimiendo de sus catálogos los libros intelectual y políticamente audaces.

      Cuando los editores publicaban libros políticos

      Cuando se consultan los catálogos de los editores de los años sesenta y setenta, se constata que Pantheon no era el único que publicaba libros políticos. Incluso los que, como Harper, encarnaban el conservadurismo más rígido publicaban un gran número de libros sobre las desigualdades sociales o raciales. La edición estadounidense estaba entonces atravesada por un claro consenso político que iba del centro hasta la derecha. Pantheon se demarcaba por su cosmopolitismo; es decir, por su propensión a buscar nuevas ideas, a menudo subversivas, fuera de Estados Unidos. De manera general, los libros de Pantheon eran de la misma línea que los producidos por las otras editoriales. A propósito, en ciertos ámbitos, había editoriales mucho más radicales que Pantheon. Entre ellas se encontraban viejas editoriales marxistas, como Monthly Review, pero también editoriales que encarnaban la izquierda cultivada y sexualmente liberada, como Grove Press, dirigida por Barney Rosset.

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