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al que cariñosamente llamamos Ronaldinho), pero faltaban los médicos y el traductor. Enviamos un coche para avisarles y al poco volvió sin ellos. Gabriel se acercó a preguntar y le dijeron que no iban a venir porque había cientos de personas esperando a ser atendidas. Se les preparó comida y el coche la llevó para todos los que allí seguían trabajando.

      De nuevo la comida no nos entraba por los ojos. Hicimos lo justo para aparentar que comíamos y que no pareciese un desprecio. El calor se hacía bastante insoportable y el cansancio podía más que nuestra buena fe. Algunos acabamos dormidos sobre las sillas con cuerdas de plástico.

      «Vamos, debemos continuar». Nos acercamos a ver cómo iban los doctores y ya aprovechamos para ver el CSCOM. Cientos de personas esperaban para recibir atención médica, en su mayoría mujeres con bebés y niños pequeños amontonados en el suelo, a pleno sol. Los hombres, por lo general, estaban a la sombra

      Era un edificio con tres o cuatro habitaciones. Tenía el tejado de chapa de zinc y, aparte, unas letrinas sin techo ni puerta. Una vez dentro, daba un poco de miedo que se desplomara por las grietas que tenían sus paredes. Apenas había mobiliario y sí muchas moscas. Con maderas y cajas de cartón de los medicamentos habilitaron unas camillas donde tumbar a los enfermos. No había luz ni agua corriente y de un bidón sacaban cubos cuando era necesario.

      Salimos de allí hacia la mezquita vieja, donde nos esperaba el imán. Comprobamos su arquitectura de gruesos muros de barro, con pasillos estrechos que se comunicaban y entrelazaban a modo de laberinto. Decidió el alcalde dejar para el día siguiente las escuelas y cruzamos el mar seco para ir a ver algunos pozos en desuso o averiados por falta de mantenimiento o piezas mecánicas. Nos llevó hasta unas instalaciones ubicadas a tres o cuatro kilómetros. Sorprendía desde la distancia que allí pudiera haber un pozo, pero, efectivamente, lo había. Tenía unos setenta metros de profundidad y estuvo automatizado en su día con bomba, tuberías e instalación eléctrica a base de placas solares, que elevaban el agua hasta un depósito cisterna con acumulador de agua y varios grifos alrededor. Nos explicaron y tomamos nota de las condiciones en que se encontraba. Solicitamos al alcalde que si era posible pedir presupuesto para reparar lo hiciera y nos lo enviase por correo para estudiarlo y buscar financiación suficiente para ponerlo de nuevo en marcha.

      Volvimos por otro camino y encontramos un nuevo pozo, pero este era de bomba manual y de menor profundidad. En su día abastecía a los vecinos del barrio de este lado del mar, pero llevaba varios años averiado. También pedimos al alcalde presupuesto de reparación… y nos dijo que había un vecino que reparaba estas bombas, por lo que le pedimos que nos lo presentase antes de volver a España.

      Ya se había hecho tarde y estaba oscureciendo. Nos pasamos por el CSCOM para ver cómo seguían nuestros compañeros los médicos y si se podían venir. Los encontramos con las linternas frontales encendidas, atendiendo pacientes, y cada vez había más gente en la calle a pesar de la oscuridad que, poco a poco, iba ennegreciendo el lugar. Conseguimos que volvieran con nosotros tras anunciar a la gente que no podían seguir por falta de luz. «Mañana volverán a primera hora», les dijo el alcalde.

      Camino del campamento le pregunté al regidor si esa gente se irá a sus casas y contestó que algunos, pero que los que tuvieran más necesidad se quedarían para no perder la vez y ser de los primeros al día siguiente.

      De nuevo nos volvimos a ver todos los integrantes del grupo, cansados pero contentos. La experiencia había sido brutal. Algunos ya preparaban su cubo y su jarrillo para darse una ducha aunque fuese en las letrinas, cuyo olor era muy desagradable, y en compañía de cucarachas, grillos, arañas, moscas, mosquitos, etc., que verían en cuanto encendieran la linterna.

      A lo lejos se oía un murmullo que iba aumentando a cada momento y de pronto se abrió el portón del recinto. Cientos de personas escoltaban a un grupo de cazadores armados con arcos, flechas, palos y escopetas, que nos daban la bienvenida disparando al cielo y golpeando con fuerza los tambores con el griots (persona que relata los hechos que acontecen en el lugar para mantener viva la historia de su pueblo, ya que apenas hay gente que sepa leer y escribir) a la cabeza y las mujeres que los acompañan emitiendo con la lengua sonidos de agradecimiento hacia nosotros.

      ¡Qué noche tan mágica! No debería terminar nunca.

      De pronto una tormenta de arena se nos vino encima; nadie se dio cuenta. El viento lo removía todo. La gente intentaba guarecerse junto a las paredes de los edificios, se amontonaban para evitar ser arrastrados. Un grupo de mujeres me llamaba con insistencia, haciéndome señas, y me acerqué. Entre todas me cobijaron, colocándome en el centro y tapándome con sus turbantes, que desprendieron de sus cabezas para cubrirse también hasta que pasase el vendaval.

      El viento y la arena se alejaron y agradecí mucho su atención, dándoles la mano y sonriendo. Alguna me dio la explicación de lo sucedido, que solo entendí por las señas que hizo, y se lo volví agradecer.

      Una vez calmada la tempestad, el alcalde nos comunicó que los cazadores habían venido para darnos las gracias por nuestro viaje tan duro y el esfuerzo para ayudarles y que querían hacernos un regalo. ¡No vimos cómo llegó!, pero nos descubrieron un ejemplar de tortuga del Sahel que superaba de largo el metro cuando sacaba la cabeza. Era bastante impresionante. Allí se quedó durante la noche, custodiada por los guardianes del recinto, que la ataron con cuerdas al gancho de un coche.

      Poco a poco se fue despejando el lugar y nos fuimos reagrupando, pues debíamos cenar. Las mujeres habían vuelto a traer la comida, pero casi nadie tuvo ganas o se optó por tomar barritas. De nuevo la cena para los guardias…

      Uno tras otro fuimos pasando por las letrinas. Unos lo soportaban mejor y otros peor. Alguien dijo: «¡Respirad por la boca y así no huele!». Al fin y al cabo, teníamos que ducharnos.

      Terminamos de cenar y de la ducha. Ahora tocaba el briefing; todos queríamos hablar de lo vivido hasta el momento.

      Empezaron los médicos a contar lo duro que había sido ver a tanta gente tendida en el suelo y al sol esperando a ser atendida, la falta de medios de que disponían, el calor y el sudor que les habían acompañado permanentemente o las distintas enfermedades que habían ido viendo, algunas de las cuales ni conocían y cuyo remedio se pudo encontrar gracias a la ayuda del médico de Bamako y el enfermero local, que habían sido determinantes para ello.

      Después siguió Alexis, que explicó cómo se había desarrollado el día en el tema agrícola, siendo la falta de semillas y agua lo más importante que había que tener en cuenta: «Hemos visto los huertos que tienen las mujeres cerca del “mar”, formando círculos de un metro aproximadamente. Cada una tiene ocho o diez, dentro de los cuales cultivan pimiento, tomate, cebolla, ajo y otras hortalizas, aunque todo de un tamaño muy pequeño debido a la falta de agua, ya que riegan sacándola con cubos de unos pequeños pozos artesanos, con poca profundidad, y estos se van agotando muy rápidamente».

      Así, sucesivamente, cada uno fuimos exponiendo nuestras experiencias hasta que Gabriel intervino a fin de organizarnos para el siguiente día, exponiendo los quehaceres previstos para cada grupo.

      Teníamos que montar las mosquiteras y había cierto recelo por si volvía la tormenta. Además, los guardianes auguraban que llovería… aunque hacía mucho tiempo no pasaba. Llevaban razón; a medianoche la tormenta descargó con fuerza y tuvimos que hacer algunos cambios en el recinto donde dormíamos para evitar mojarnos.

      Pronto cantaron los gallos, los burros, el imán… ¡Todos arriba!

      Algunos nos acercamos a ver la tortuga, que seguía sujeta al coche, y… ¡Sorpresa! ¡Había movido el coche casi un metro! Debía de tener una fuerza excepcional.

      Desayuno rápido y partimos cada uno a su menester. «¡Hasta luego, que tengáis buen día!».

      Seguía el CSCOM lleno de gente a rebosar. Parecía que se había corrido la voz y habían venido desde otras aldeas en carros o andando, algunos desde lugares situados a decenas de kilómetros de Goumbou. Aquello no tenía fin… Sería otro día

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