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      –Miguel Guzmán y Carlos Aguado: Sanidad.

      –Elena Martín:Apoyo en cualquier parte que se le necesitase.

      –Y yo: Economía.

      Desde el momento en que se dio el visto bueno por todos y cada uno de los integrantes del grupo se inició una actividad frenética a fin de conseguir financiación suficiente para adquirir material sanitario y medicamentos de primera necesidad a través de Farmamundi para que los médicos pudieran desarrollar su actividad desde el primer día de su llegada. Las gestiones de Gabriel con la compañía Air France dieron su fruto y, dado el motivo del viaje, nos permitieron un exceso de carga de 10 + 20 kilogramos, lo cual, multiplicado por diez personas, suponía cien kilos de equipaje y doscientos de medicamentos, material sanitario y algunos extras.

      PRIMER VIAJE

      Día 1

      Abril de 2004, iniciamos el viaje: de Purchil a Málaga, de Málaga a París y de París a Bamako, la capital de Malí. En este último trayecto ocurrió algo un tanto inusual. A mitad de vuelo un compañero, harto de las horas de avión y bastante desesperado por no poder fumar, se metió en el W. C. y encendió un cigarrillo, pensando que nadie lo advertiría, para así matar el gusanillo que le tenía intranquilo… Fue un visto y no visto. Las azafatas esperaban a que abriera la puerta para recriminarle dicha actitud y así lo hicieron en cuanto salió, aunque este se limitó a decir: «¿Yooo? ¡Yo no he fumado!», dirigiéndose a su asiento sin más conversación. ¡Tuvo suerte de que quedara ahí la cosa!

      La llegada se produjo sobre las 23:00, hora española. Por lo general, no la cambiábamos para adoptar el horario local, que eran dos horas menos. Una vez entramos en la sala del aeropuerto, lo que vimos nos descolocó y algunos comentamos: «¿¡Esto qué es!?». No se parecía a ninguna otra sala de aeropuerto que hubiésemos visto nunca; era una nave rectangular con el techo bastante bajo, no muy grande pero sí muy sucia, en la que apenas cabíamos todos los pasajeros sin equipaje. De hecho, algunos nos quedamos en la zona de aterrizaje, fumando un cigarrillo en la misma puerta de entrada. En el centro había dos pequeñas garitas de aluminio con cristales translúcidos y ondulados, de los que hacen como «aguas», que me recordaban a las ventanas antiguas que había en mi instituto. Ambas tenían dos ventanillas, una de ellas de frente, en el centro, por donde entregar el pasaporte al policía, que te miraba fijamente, con total desconfianza y una tranquilidad pasmosa para comprobarlo hoja por hoja y, si le parecía correcto… pom, pom, te estampaba los sellos oportunos que ponen en los pasos de frontera. La otra ventanilla, en el lateral, era por donde recogías el pasaporte.

      Pasado el control, lo cual suponía de una a dos horas, entrabas en la segunda parte de la misma sala. Allí todo era caótico, un bullicio enorme. Las maletas salían por una puerta que comunicaba directamente con otra sala más pequeña. Desde el avión los mozos sacaban los equipajes a mano en fila, uno detrás de otro, y se iban acumulando allí hasta que sus dueños los localizaban y los retiraban. Mientras tanto, nosotros debíamos esperar a que salieran todos los equipajes, menos los nuestros, que iban identificados con un número y el nombre de la expedición para que no se perdiera ninguno y que serían recogidos por los malienses que nos esperaban a la salida, ya que el alcalde de Goumbou se había encargado de avisar a amigos y familiares para llevarnos con sus vehículos particulares hasta el Hotel Djene, lo cual nos alegró mucho dado el cansancio acumulado durante casi veinticuatro horas desde que salimos de nuestras casas.

      Cuando tuvimos todo el equipaje y los paquetes reunidos se hicieron las presentaciones con la gente de Malí, aunque nos costó bastante saber lo que decían ellos y a ellos lo que decíamos nosotros, salvo para los que hablaban y entendían francés por nuestra parte y español por la suya, que no era el caso.¡Fue todo un placer conocerlos!

      Ya en el Hotel Djene y con todo controlado, apareció una mujer que se presentó como Djeneba Ndiaye y que durante todo el viaje sería nuestra traductora tanto de francés como de la mayoría de lenguas y dialectos que allí se hablan: bámbara, soninké, peúl, árabe (este apenas lo dominaba), etc.

      A primera hora de la mañana, al salir a la calle, vimos a muchas mujeres pasando delante de la puerta del hotel, que iban al mercado para vender frutas frescas. Llamaban poderosamente la atención sus vestidos de colores vivos con los turbantes en la cabeza donde llevaban los recipientes, lo que a la mayoría de los que estábamos allí por primera vez nos sorprendió gratamente.

      Poco a poco empezó a llegar gente al hotel para darse a conocer y ofrecernos su ayuda, dado que ese día tendríamos que realizar actos de protocolo y reconocimiento en edificios oficiales y presentación a diferentes personalidades en Bamako.

      Comenzamos con diversas visitas, una de ellas al Hospital Maternal de Bamako, en el que madame Cámara, que nos acompañaba, nos mostró el centro que ella dirigía, algún material propio de la actividad que allí se desarrollaba a diario y la sala de partos… ¡Casi vomitamos! Una cama mugrienta de hierro oxidado, con el colchón y el respaldo de tejido plástico y gomaespuma rotos; los soportes para apoyar las piernas desvencijados y oxidados también; un barreño de chapa muy viejo, ropa de cama usada y desarmada, una percha para sueros a la que apenas le quedaba un solo brazo, una lámpara de luz amarillenta con poca intensidad y, en un rincón, una funda sucia y envejecida tapaba un ecógrafo averiado desde hacía tiempo, según comentó. Al salir al patio del hospital, por las ventanas se asomaban las enfermeras y las matronas, a quienes madame Cámara, orgullosa, me presentó como monsieur l’argent, le banquier (señor del dinero, el banquero).

      De allí nos desplazamos hasta el Ministerio de Cultura, donde, al parecer, también habían concertado una visita. Entramos en el exterior del recinto ministerial (que no tenía nada destacable, salvo lo descuidado que estaba) y continuamos hasta el interior de la zona administrativa, por donde entraban los empleados, y de allí a una sala de espera pequeña y sucia con desconchones en las paredes y en el techo y donde había un sofá destartalado y roto. Nos sorprendió tanto que incluso pensamos que nos habían llevado por una zona equivocada…, pero no, era por ahí. No creo que hubiese otro ministerio con una recepción similar. Estábamos en la entrada de atrás, como si la visita fuese de incógnito. Al poco tiempo nos indicaron que debíamos subir a la primera planta, donde nos esperaba y nos recibió el secretario, que nos condujo hasta el despacho del señor ministro. «Bons jours, soyez bienvenus! (buenos días, sean bienvenidos)». Nos invitó a sentarnos y en breve apareció el ministro. Se presentó, nos presentamos y se entabló la conversación (evidentemente, en francés) entre él y Gabriel, nuestro coordinador y traductor, mientras el resto estábamos expectantes de lo que hablaban y esperábamos la traducción. Observé la extrañeza del despacho. Como estaba sentado junto a la pared, tenía toda la visión del mismo. La pared de enfrente estaba llena de retratos y fotos, en blanco y negro la mayoría; a la izquierda, una mesa de trabajo con un sillón y dos sillas; al fondo, a mi derecha, una mesa grande llena de libros y papeles; y en el suelo, una colección de coches hechos de hojalata, al parecer por el propio ministro, que llamó mi atención porque eran modelos de coches antiguos muy conocidos como el Citroën 2CV, el Renault 4, el Peugeot 504, el Renault 8, etc. En esto que Gabriel comenzó la traducción y tuve la impresión de haber visto algo al fondo que se había movido… No vi nada y seguí escuchando hasta que terminó de traducir. Me volví a concentrar en lo que había creído ver. Dos minutos después… Sí, era lo que imaginé. ¡Una rata deambulando entre los papeles del ministro! Después lo comentamos entre nosotros y alguien más también la vio. Fue un poco surrealista la visión del despacho.

      Una vez terminada la conversación sobre nuestra visita, fue mostrándonos algunas fotos donde aparecía con personajes famosos del cine francés hasta concluir diciendo que él, aparte de ministro, también era director de cine en Francia, donde había rodado varias películas. Después de la visita y tras haber mostrado mucho interés por nuestro proyecto, nos deseó suerte en el viaje y quedamos invitados a la vuelta de Goumbou a una cena «europea» en su domicilio particular.

      A mediodía

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