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no en forma de libro. He deseado por algún tiempo sacarlo en inglés; pero quería hacer algunas revisiones en el texto antes de ello, convencido de que varias secciones requerían una mejora. No pude asumir semejante revisión durante el año académico 1988-9, cuando consagré un año sabático a la producción de The Logical Basis of Metaphysics y de Frege: Philosophy of Mathematics. Desde entonces, estuve, hasta octubre de ese año, comprometido con la enseñanza, entre otras cosas, y no pude encontrar el tiempo para realizar la tarea. Habiéndome retirado, ahora he logrado llevarla a cabo.

      El libro no pretende ser una historia; la ausencia del artículo en el título intenta indicarlo. Ello es en parte debido a que, como explico en el Capítulo 1, he intentado prestar atención a aquellas influencias causales que parecen operar en el campo de las ideas independientemente de quién lee qué o escucha qué, pero también porque este libro no intenta ser totalmente comprehensivo: no he discutido el rol de los filósofos británicos Russell y Moore en la génesis de la filosofía analítica; del mismo modo, he dejado virtualmente sin mencionar tanto al Círculo de Viena como a los pragmatistas. El libro se pretende, más bien, como una serie de reflexiones sobre las raíces de la tradición analítica: observaciones que cualquier escritor de una genuina historia de esta tradición tendría, en la medida en que sean correctas, que tomar en consideración. Confío en que una historia tal se escribirá: sería fascinante. Pero mi objetivo ha sido bastante menos ambicioso, y mi libro mucho más breve de lo que una verdadera investigación histórica posiblemente sería.

      El libro ha tomado la forma que tiene debido a una comprensión que ha ido creciendo en mí durante los últimos años de que la filosofía analítica tiene sus orígenes mucho antes de que hubiera una corriente tal. Lo que es más, tiene las mismas raíces que la tradición fenomenológica, que a muchos les parece la antítesis de la filosofía analítica, o de lo que ellos conciben como filosofía “angloamericana”. Entiendo que en la década de 1950 solían tener lugar conferencias estériles, compuestas por filósofos analíticos británicos y fenomenólogos franceses en números iguales, con la esperanza de establecer una comunicación; pero me parece que la comunicación es más probable que resulte como un esfuerzo de ambos lados por comprender cómo sus respectivos estilos de filosofía se originaron a partir del trabajo de aquellos que en el pasado se encontraban muy cerca el uno del otro, y ciertamente sin dar la impresión de encontrarse fundando escuelas divergentes. El término “angloamericana” es un nombre inapropiado que hace un gran daño. No solo tiene el efecto perjudicial de alentar a aquellos que aceptarían el rótulo para sus trabajos creyendo que no tienen necesidad de leerlos, por no hablar de escribirlos, en otra lengua excepto el inglés, sino que además da una impresión completamente falsa sobre cómo se originó la filosofía analítica. Si bien tanto Russell como Moore fueron muy importantes, ninguno fue la, o siquiera una, fuente de la filosofía analítica; y el pragmatismo fue meramente un tributario interesante que fluyó en la corriente principal de la tradición analítica. Las fuentes de la filosofía analítica fueron los escritos de filósofos que escribieron, principal o exclusivamente, en idioma alemán; y esto hubiera sido evidente para cualquiera de no haber sido por la plaga del nazismo que condujo a muchos filósofos de habla alemana a cruzar el Atlántico.

      David Bell, John Skorupsky y otros han estado por un breve tiempo cooperando en un proyecto de investigación a largo plazo sobre los orígenes de la filosofía analítica; espero que ello eventualmente resultará en un libro que delinee las etapas de este intrincado episodio de la historia intelectual, cuya comprensión creo que será capaz de arrojar bastantes frutos. Debe en cualquier caso contribuir a cerrar la absurda brecha que anteriormente se abriera entre “filosofía angloamericana” y “filosofía continental”, y que muchos en el pasado reciente se han ocupado de subsanar. La filosofía, sin haber acordado una metodología y contando apenas con algunos triunfos incontrovertibles, está sometida particularmente a cismas y sectarismos; pero ellos solo producen daño. Espero, también, que el presente libro pueda servir en alguna medida para estimular el interés en el pasado filosófico que considero una pre-condición para la comprensión mutua.

      En el conflicto entre las tradiciones analítica y fenomenológica, uno podría ser neutral solo considerándolas a ambas como igualmente erróneas; un libro como este, por lo tanto, difícilmente podría ser escrito desde un punto de vista neutral. Este en particular, ha sido escrito por un practicante de la filosofía analítica. Aun cuando he estado interesado en mostrar cuán cerca estaban los fundadores de las dos tradiciones a principios de siglo, no he podido hacer otra cosa que argumentar a favor de la perspectiva analítica en puntos en los cuales ellos divergían. Un libro que cubra el mismo campo, escrito desde una perspectiva fenomenológica, sería un contrapeso del más alto interés: tengo la esperanza de que alguien lo escriba.

      M. D.

      Oxford, diciembre de 1992

      1 Lingua e Stile, Año XXIII, 1988, pp. 3-49, 171-210.

      2 Gilbert Ryle, The Concept of Mind, Londres, 1949. [N. del T.: traducción castellana de Eduardo Rabossi, El concepto de lo mental, Buenos Aires, Paidós, 1967.]

      3 D. Bell, Husserl, Londres y Nueva York, 1990.

      4 Ver H. Philipse, “The Concept of Intentionality: Husserl’s Development from the Brentano Period to the Logical Investigations”, Philosophical Research Archives, Vol. XII, 1986-7, pp. 293-328, para una excelente muestra de sus contribuciones

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