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propios. Las oraciones declarativas, en las cuales lo único que nos interesa es la denotación de las palabras que en ellas ocurre, también poseen una referencia y un sentido, una referencia y un sentido representado, respectivamente, mediante un valor veritativo y un pensamiento.

      Para Frege, una expresión de referencia se relaciona con su objeto a través de su sentido, mientras que, de acuerdo con Husserl, cada experiencia intencional tiene un noema que, como el sentido fregeano, conecta la experiencia con su objeto. Un ejemplo de un noema husserliano está dado por el fenómeno perceptivo conocido, a partir de Wittgenstein, como ver-como. Cuando vemos un objeto, esto es, cuando tenemos una experiencia visual intencional, somos conscientes de algo que nos es dado a nosotros como tridimensional, transparente, opaco, etc. Y, para Husserl, la participación de la conciencia al tener una experiencia visual intencional muestra, en particular, que se trata de un proceso noético. Ahora bien, el contenido noemático o noema de nuestra experiencia visual intencional es la vía mediante la cual el objeto nos es dado. Por consiguiente, sin el noema no hay percepción de un objeto, y ninguna experiencia intencional en absoluto.

      Sin embargo, Dummett sugiere que, debido a que la percepción visual es, generalmente hablando, un acto mental no-lingüístico, se sigue que, independientemente de la participación de la conciencia en la percepción visual, su noema está destinado a ser un “animador no lingüístico”, como Dummett lo llama. Y esto, de acuerdo con Dummett, demuestra que, por otro lado, “la noción de noema es una generalización de la noción de sentido a todos los actos mentales, esto es, a todos los actos o estados que posean la característica de la intencionalidad” (Dummett, 1993: p. 133 de este volumen); y que, por otro lado, tal generalización de la noción de sentido para todos los actos mentales demuestra ser fatal para la posibilidad de aceptar algo como la tesis de la prioridad relativizada (lo que él llama “giro lingüístico”). Porque, si aceptamos la noción de noema como un animador involucrado en todos los actos mentales, entonces “el lenguaje puede no jugar un papel esencial en el estudio y descripción de esos animadores no-lingüísticos de los actos mentales no-lingüísticos” (Dummett, 1993: p. 82 de este volumen). Pero, si el concepto de noema hace imposible que Husserl vaya junto a Frege por el camino que conduce hacia la filosofía analítica, de la misma manera el concepto de sentido fregeano hace que Frege no pueda seguir a Husserl. Y la razón de esta última situación es, según Dummett, que:

      La noción de sentido de Frege […] es incapaz de generalización. Los sentidos, para él, incluso si no fueran intrínsecamente los sentidos de las expresiones lingüísticas, son intrínsecamente aptos para ser expresados en el lenguaje; se ubican en conexión cercana con la verdad de los pensamientos de los cuales son constituyentes. Por lo tanto, nada que no sea un sentido podría ser tomado en lo más mínimo como un sentido […] (Dummett, 1993: p. 82 de este volumen).

      A partir de la discusión anterior obtenemos que, para Dummett, el punto de divergencia de la filosofía analítica respecto de la fenomenología husserliana reposa en la diferencia entre los sentidos fregeanos y el noema husserliano. Se trata de una posición iluminadora y, tal como hemos observado en la presente sección, perfectamente razonable que nosotros compartimos, y no vamos a trabajar más. Nuestra atención se ubicará, ahora, en el tema central de Orígenes de la filosofía analítica, esto es, la relación entre el lenguaje y el pensamiento.

      6. Lenguaje y pensamiento

      De acuerdo con Dummett, la filosofía analítica se caracteriza por presentar el problema de una teoría no-psicológica del pensamiento y por la solución peculiar ofrecida a esa cuestión, una solución que se despliega bajo el nombre de “tesis de la prioridad”: el lenguaje es previo al pensamiento, en el orden de la explicación (ver §3 p. 23). Como hemos visto en la sección anterior, el primer paso dado en el camino hacia la filosofía analítica era desenredar a la filosofía del pensamiento de la psicología filosófica. Al respecto, tanto Frege como Husserl estuvieron de acuerdo, a pesar de que la diferencia entre la noción de sentido de Frege y el concepto de noema de Husserl era tal que resultaba imposible, para Husserl, aceptar la tesis de la prioridad.

      La propia posición de Frege respecto de la tesis de la prioridad estaba, en verdad, más bien matizada, debido a que él rechazó la tesis de la prioridad generalizada pero creyó en una versión relativizada de ella. Además, su filosofía del lenguaje consideró los pensamientos como entidades abstractas que habitan un reino platónico de la realidad (el “tercer reino”). Esta última idea proporcionó una explicación muy simple y fluida sobre la objetividad y la comunicabilidad de los pensamientos, a costa de multiplicar la ontología. De hecho, las ventajas relacionadas con la idea de que los pensamientos son entidades abstractas fueron socavadas por el llamado “problema de la accesibilidad”: ¿cómo nos son dadas las entidades abstractas, por ejemplo, los números? Frege ofreció una solución paradigmática, aunque no enteramente satisfactoria, sobre este problema en §62 de The Foundations of Arithmetic, estableciendo un ejemplo importante sobre cómo el lenguaje podría ser utilizado para resolver problemas filosóficos. Y cuando, mucho después, en el proceso de escribir “El pensamiento”, Frege regresó a esta cuestión, no logró ir más allá del uso de metáforas sugestivas (“captar un pensamiento”).

      Desde luego, como dice Dummett, la tesis de la prioridad se convirtió en un dogma explícito y ampliamente aceptado de la filosofía analítica hasta el momento en que llegamos al Tractatus, donde Wittgenstein, como es sabido, escribió: “Un pensamiento es una proposición con sentido” (Wittgenstein, 1921: §4, p. 19).

      Sin embargo, en el Tractatus, no solo encontramos una aceptación explícita a la tesis de la prioridad, sino que también tenemos al giro lingüístico como la idea de que el análisis lógico del lenguaje es el método que debe ser adoptado para hacer filosofía de un modo riguroso: “El [Tractatus] se ocupa de los problemas de la filosofía, y demuestra, creo, que la razón por la que se plantean estos problemas es que se malinterpreta la lógica de nuestro lenguaje” (Wittgenstein, 1921: Prefacio, p. 3; las cursivas en la cita son nuestras).

      Como hemos visto en §4, la posición de que la aparente forma lógica de una proposición P podría no ser la real se le debe a Russell. Y, por lo tanto, si, al seguir el camino filosófico que conduce al nacimiento de la filosofía analítica, tenemos la intención de ir desde Frege hacia Wittgenstein, necesitamos utilizar un escalón intermedio, e inevitable, representado por el diagnóstico de Russell sobre la causa principal detrás de la formación de pseudoproblemas o paradojas en lógica, y en filosofía en general: el malentendido de la forma lógica de determinadas proposiciones.

      En este punto de nuestra discusión crítica sobre la reconstrucción racional de algunas de las raíces de la filosofía analítica, existe un interrogante que se presenta a la vista como consecuencia de las dificultades de la aproximación fregeana a la filosofía del pensamiento. Este interrogante pregunta sobre la necesidad de creer que los pensamientos son entidades abstractas, si es que aspiramos a salvaguardar su objetividad y comunicabilidad.

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