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se ha planteado. Dummett afirma:

      El libro se pretende, más bien, como una serie de reflexiones sobre las raíces de la tradición analítica: observaciones que cualquier escritor de una genuina historia de esta tradición tendría, en la medida en que sean correctas, que tomar en explicación. Confío en que una historia tal se escribirá: sería fascinante. Pero mi objetivo ha sido bastante menos ambicioso, y mi libro mucho más breve de lo que una verdadera investigación histórica posiblemente sería. (pp. 48-49 de este volumen).

      A los seres humanos, lo distinto nos incomoda (ciertas veces, nos asusta). Por eso, y para revertir los temores y sentirnos seguros, apelamos a lo familiar, a lo conocido. Es muy difícil que un teórico exceda los límites de la tradición en la que se ha formado, ingresando en el corazón de los problemas planteados por otras escuelas. Transitar los “caminos del bosque” es una tarea valiente. Y Dummett tiene el valor suficiente para hacerlo; por eso mismo, la presente obra debe ser valorada en un sentido profundo: se trata de un pensador buscando respuestas, y ello lo ha conducido desde la filosofía analítica hacia la fenomenología de Husserl, para destacar los puntos de unión y distanciamiento entre ambas tradiciones.

      La presente obra de Dummett ha inaugurado una serie de trabajos que han desplegado una cierta revisión de la escuela analítica. Solo por nombrar algunos, haremos referencia a la obra de Ray Monk y Anthony Palmer, Bertrand Russell and the Origins of Analytical Philosophy (Thommes Press, 1996), Hans-Johann Glock, The Rise of Analytic Philosophy (Blackwell, 1997), William Tait, Early Analytic Philosophy. Frege, Russell, Wittgenstein (Open Court, 1997), David Bell y Neil Cooper, The Analytic Tradition (Blackwell, 1990), Alberto Coffa, The Semantic Tradition from Kant to Carnap to the Vienna Station (Cambridge University Press, 1993), Johannes Hirschberger, A Short History of Western Philosophy (Clare Hay, 1977), Peter Hylton, Russell, Idealism, and the Emergence of Analytic Philosophy (Oxford University Press, 1990); Barry Smith, “On the Origins of Analytic Philosophy” (en Grazer Philosophische Studien, 35: 153-173, 1989). Una serie de diálogos tales son provechosos para la reflexión, pues las posiciones herméticas inhiben la reflexión; pero para que ello suceda –como el propio Dummett aclara en la entrevista con el Dr. Schulte–, debemos creer que el pensamiento del otro no se encuentra por completo desencaminado. Para que exista diálogo, sugería Gadamer, debemos suponer que nuestra posición puede estar equivocada, y que el otro, quizás, esté en lo cierto. Es posible, entonces, que toda reflexión sincera necesite cierta dosis de humildad.

      El conductor de automóvil que toma la decisión de detenerse cuando se muestra el rojo en lo que ve como un semáforo, acompañado por otras cosas que ve como peatones que cruzan la calle, etc., mientras mantiene una acalorada conversación sobre el Brexit con los pasajeros en su auto está, ciertamente, ejercitando algunas de sus percepciones, atención, conocimiento y habilidad para juzgar. No obstante, esa actividad mental intensa, que corre en paralelo a la conversación política, no tiene lugar ciertamente en el lenguaje, debido a que “el medio lingüístico” del conductor ya está albergando consideraciones, pensamientos, etc. relacionados con otros asuntos. Podemos fácilmente conjeturar que los pensamientos sobre conducir un auto, etc. se realizan en el medio no-lingüístico del conductor que consiste en una serie de representaciones multimedia –imágenes, sonidos, aromas, etc.– que provienen del medio ambiente, y que se relacionan el uno con el otro de un modo racional, pero no-lingüístico. (Oliveri, Prólogo, pp. 37 de este volumen).

      Utilizando la terminología de Dummett:

      Un ser humano puede ser asaltado de repente por un pensamiento, que podría ser la llave para la solución de un problema matemático o respecto del hecho de que se ha olvidado en casa algún documento imprescindible; en el último caso, puede dar la vuelta e ir por él. Un animal, o, para este asunto, un infante, no puede actuar de ese modo. (p. 187 de este volumen).

      Nuestros pensamientos son corregibles; y, además, podemos transformar un proto-pensamiento –aquello que aquí hemos sugerido bajo la noción de “trasfondo”– en un pensamiento pleno. Nada, en principio, nos lo impide. Quizás sea cierto que el conductor del automóvil y el chimpancé de Köhler actúen del mismo modo automático para resolver problemas (y los resuelvan exitosamente); pero mientras que el chimpancé –o el resto de los animales de orden superior no humanos– no pueden trasladarse desde los proto-pensamientos hasta los pensamientos plenos, nosotros sí podemos. ¿Por qué? Gracias a que poseemos un tipo de lenguaje y comunicación basado en convenciones lingüísticas más que en el mero instinto.

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