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en consecuencia, las gentes de las Américas y el Caribe quienes —después de ser conquistadas, cristianizadas y aseguradas en el sistema de trabajo impuesto conocido como la encomienda, con sus tierras y su soberanía violentamente expropiadas— fueron introducidas, discursiva e institucionalmente, como Pandian (Jacob) señala, a la incorporación de una humanidad ‘salvaje e irracional’, y, por ende, al Otro humano del hombre, definido como el sujeto político racional o ciudadano del Estado (Wynter, 2006, p. 125).

      El proceso del colonialismo lo llevaron a cabo primero los portugueses después de rodear el Cabo Bojador; luego los españoles en sus aventuras transatlánticas, a quienes se les unieron rápidamente los ingleses, los franceses y los alemanes, todos los cuales hicieron posible, de acuerdo con Wynter, el desarrollo del ideal del hombre racional y autosuficiente en contraste con el irracional y dependiente nativo de las colonias de África, las Américas y Asia.

      Bordando sobre la discusión de Fanon sobre la condición colonial, Wynter resume esta idea de la siguiente manera:

      Mientras el hombre negro debe auto experienciarse como el efecto del hombre blanco —como debe confrontar vis a vis la mujer negra a la mujer blanca—, ni el hombre blanco ni la mujer blanca pueden de ninguna manera experienciarse él mismo/ella misma en relación al hombre negro/mujer negra, sino en el conjunto y genericidad del ser humano, y todavía dicha genericidad debe confirmarse por la falta de estos últimos de la completud, de la genericidad (Wynter, 2001).

      El corazón del argumento de Wynter, por ende, es la idea de que la alegada universalidad del humanismo renacentista no solo es subrepticiamente algo completamente particular (blanco, varón, burgués), sino que de forma importante se nutre parasitariamente del contraste con aquellos que carecen de realización completa (desde el ideal del Renacimiento) de humanidad.

      Esto tiene implicaciones significativas para la comprensión del colonialismo. La preponderancia de la Razón fue tal, que su propio ejercicio se mostró como la más alta expresión de la esencia de la humanidad, para controlar y plegar el mundo material hacia nuestros fines, vía la industria y la ciencia (aquí estaríamos pensando en los planteamientos de Locke). Los agentes completamente racionales, independientes y autónomos controlaron el medio ambiente sin explorar otras maneras. Asimismo, la expresión propia de la racionalidad fue controlar y dominar a esos “otros humanos”, quienes carecieron de razón completa o propia. El hombre racional expresó y demostró su racionalidad al encargarse de manera paternalista de los desafortunados incapaces de racionalidad completa, de independencia y de autonomía por sí mismos. Si nosotros pensamos la noción de Hombre como manifestación de la realización más pura de la razón y, de este modo, de la más pura manifestación de lo humano (Hombre), entonces este proceso de dominación y control puede ser pensado como el modelo de un proceso de purificación. Esta purificación tiene procesos “internos” y “externos” que operan ambos para el nivel individual y para el político/social.

      La purificación de la razón y la purificación del humano toman lugar en un nivel individual interno cuando depuramos nuestros egos de influencias irracionales/externas. El dominio de los propios deseos, instintos y emociones se corresponde con el principio renacentista del rechazo a la tradición y a establecimiento de sus propias creencias, siguiendo la luz de su propia racionalidad. Estos son los modos por los cuales las influencias impuras y corruptas se pueden depurar (devolviendo “lo externo” a uno mismo) y entonces la razón se purifica dentro del sujeto. Asimismo, se da un proceso de purificación externamente directo cuando se ejercen las prácticas controladoras del agente racional sobre el mundo externo y se fragua un orden más racional (típicamente entendido como útil y provechoso).

      Además, para el nivel social, la purificación también se manifiesta internamente cuando el cuerpo político sitúa los recursos del poder únicamente en las manos de las manifestaciones más altas (esto es, las “más puras”) de la razón humana, en vistas de controlar a esos elementos irracionales y rebeldes cuya única función es servir como recursos humanos (tanto productivos como reproductivos), y de manera externa cuando el estado racional se establece para identificar, conquistar y explotar aquellos territorios y poblaciones del planeta que fracasen en estar a la altura y en los estándares que plantea la razón. Desde luego, si racionalmente ello solo se hace patente a través de esos procesos de purificación, se fracasa y genera desconfianza llevar a cabo el estatus de uno como racional. En resumen, estamos dando a entender que la razón y el colonialismo no fueron una expresión del oportunismo europeo, sino que se trata de un imperativo racionalmente determinado para purificar el mundo y sujetarlo (lo correcto propio y lo que está formando parte del orden de las cosas) a la voluntad solamente de los agentes más racionales, y cuya racionalidad se demostró mediante el acto de subyugación.

      De esta manera, el colonialismo no es un desafortunado proceso que coincidió justo con el desarrollo de la modernidad europea, sino que cada fenómeno está íntimamente conectado uno respecto del otro. ¿Esto quiere decir que deberíamos abandonar completamente la modernidad, junto con la noción universal del humano como tal? Sylvia Wynter no suscribe tal planteamiento y más bien se dedica a trabajar la articulación de una nueva comprensión de humanidad. Si nosotros estamos intentando encontrar el desafío de Wynter para realizar “el Proyecto Humano” (Wynter, 2006, p. 163), entonces necesitamos confrontar el concepto de razón como dominación. En ese sentido, es importante enfatizar que para S. Wynter ello no significa simplemente la negación de la razón y entonces la valorización de lo irracional o a-racional; ello no quiere decir, por tanto, un giro hacia lo anti-moderno o lo post-moderno. Lo que Wynter (1995) sostiene es que hubo un vislumbre de algo importante en el desarrollo de la modernidad europea y el legado de 1492. Sus propias palabras son provocativas y es pertinente citarlas de manera amplia:

      Debido a que la mutación por la cual nosotros hemos gradualmente llegado a asegurar la autonomía del modo específico de cognición de nuestra especie ha sido solo parcial en el amanecer del viaje de 1492 y un verdadero triunfo por tanto queda incompleto, únicamente con cumplimiento cabal de la verdadera primera victoria será posible una conmemoración de 1492. Tal cumplimiento debería tender por tanto hacia un movimiento conceptual dentro de una esfera más allá de la razón —uno que sea capaz de tomar en sí mismo nuestro modo de razón actual y el sistema de representaciones simbólicas y modos de comprensión subjetiva que oriente las matrices perceptuales y que al mismo tiempo oriente nuestras conductas— como el objeto de una nueva manera de interrogante (p. 40).

      El gran desafío es, pues, subjetivar la noción de razón heredada de la “victoria incompleta” de la modernidad europea para realizar una indagación crítica en torno a ella, considerar con seriedad el modo como funciona la razón, como se manifiesta en y mediante los seres humanos, condicionada por y realizada a través de la sociogénesis. Así, y dicho de otra manera, condicionada no simplemente por la biología, o las leyes científicas puras, sino también por el significado y los modos por los cuales diferentes sistemas (sociales) significativos condicionan los procesos biológicos. De tal manera que es en mucho una materia de la poética, así como una materia de la

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