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p. 88), una actitud epistémica que se concibe ella misma como impermeable a los cuestionamientos “externos” y/o a la crítica. En este caso particular, el cerramiento es una consecuencia de la insistencia en que no hay nada externo al sistema en cuestión. Así, podría ser mejor decir que la brecha peligrosa es la que se da entre nuestro entendimiento del mundo natural y nuestra desaprobación de la sociogénesis. Si la razón es fundamentalmente comprendida como un esfuerzo para obtener control sobre el mundo, entonces ella tenderá hacia los sistemas de explicación mecanicistas y cerrados (y por ende controlables), donde ella no puede recuperarlos o descubrirlos, ya sea mediante su intento de imponerse o mediante declararlos totalmente irracionales y caóticos. Ello es cierto si el dominio en cuestión es tanto de recursos y objetos físicos, como de poblaciones humanas, ambos por la necesidad de catalogación (encerramiento) y ordenamiento (ambos en el sentido de la imposición y en el sentido de administrarlos), de tal manera que ellos puedan ser eficientemente controlados. Las diversas críticas en torno a este ideal de razón son múltiples, pero lo que es central en este capítulo es el modo en que se es incapaz de una explicación por no contar con el principio sociogenético. Si el modo por el cual los agentes epistémicos razonan y por lo tanto la manera en que los agentes mismos son moldeados es una cuestión de sociogénesis, entonces la razón es un proyecto de control que está destinado a entrar en una forma de circularidad, por esa intencionalidad de encerrar todo dentro de un solo sistema de racionalidad. Esto conlleva que los agentes epistémicos, quienes tienen el control, al mismo tiempo escondan y desaprueben las fuerzas sociogenéticas que han moldeado a esos agentes. Para señalarlo con insistencia, el Hombre europeo de razón podría moldear a las culturas no europeas (y de esta manera llevarlas al mínimo aproximativo de su propia civilización), pero el punto de vista que Sylvia Wynter manifiesta es que él mismo no puede visualizarse como un producto de la sociogénesis. Él es lo que es por virtud de su biología (raza) y de su voluntad autónoma (dominante); esto es, que el conjunto de los otros (el Otro humano del Hombre) se mantendrá atrasado por su naturaleza inferior, la cual incluye de manera significativa una incapacidad para lograr una autonomía completa. Para sujetar su propia racionalidad al escrutinio racional, debería admitirse que su entendimiento de razón (y de esta manera, de sí mismo como un competo ser racional) es incompleto y que no puede ser tolerado.

      De esto surge una cuestión interesante a propósito de la viabilidad de un concepto universal de razón capaz de ofrecer una perspectiva crítica de la concepción de razón renacentista. Es decir, una que, de cierta manera, resuelve la tensión entre lo moderno y lo posmoderno. Si tomamos seriamente las raíces coloniales de la modernidad europea que causan el asunto de vislumbrar la razón como un sistema cerrado y universal que es capaz de lograr verdades fijas, estables y mentes independientes, ¿entonces nos estaremos quedando nosotros solamente con un campo abierto de interpretaciones infundadas? Esto es, ¿nosotros abandonamos la razón como inherentemente colonial y giramos en lugar de ello a las bases culturales hermenéuticas o, en su lugar, intentamos articular una idea de razón alternativa? Gordon (2008) explica este dilema en términos de lo que él llama “neopositivismo” y “hermenéutica posmoderna”, y apunta hacia una posible solución de la siguiente manera:

      Las creencias neopositivistas acerca de que toda verdad se logra por los métodos de las ciencias exactas son triviales y por ende caen por su propia inconsistencia. La hermenéutica posmoderna plantea la postura de que la verdad puede carecer de prueba de permanencia y de exactitud, lo cual quiere decir que se tendría que subordinar a los procesos de la interpretación. La cuestión que emerge para dar contestación a ambos posicionamientos, sin embargo, es acerca del dinamismo de la verdad. ¿Por qué la verdad no puede ser dinámica? (p. 92).

      El planteamiento de que la verdad podría ser “dinámica” sugiere una perspectiva aproximativa completamente diferente a la razón, y entonces entraríamos en la necesidad de la epistemología. Si la verdad es dinámica, entonces el acierto epistémico no se puede entender como el arribo a (o la aproximación hacia) un punto final estable y fijista, y por tanto la razón no puede ser simplemente un procedimiento formal conducente a ese logro o llegada.

      Como otra vía alternativa, vuelvo a La epistemología de la resistencia, un trabajo reciente de José Medina. Mucho de lo que dice Medina (2013) en este extraordinario texto tiene que ver con el modo en el cual nuestro medio cultural, especialmente bajo condiciones de opresión, puede dificultar que los agentes reconozcan sus propios límites epistémicos, fenómeno que él refiere como una metaceguera. En efecto, dicha metaceguera apunta hacia la manera como la sociogénesis condiciona a los agentes, de tal modo que nuestras propias lagunas epistémicas, lejos de ser fuentes o motivaciones de búsqueda de conocimiento, pueden ser, por el contrario, ocultadoras para nosotros. José Medina, en este sentido, se enfoca en el contexto específico de opresión, lo que significa que nosotros podemos ser insensibles a los modos en los cuales nos insensibilizamos a las injusticias que sufren los otros (o aún nosotros mismos). La prescripción para esta metaceguera es que mantengamos nuestros procesos mentales alerta por medio de la resistencia y por lo que él refiere como una “fricción epistémica” (Medina, 2013). La fricción epistémica ocurre cuando la función “normal” de nuestros modos y significados de interpretarnos a nosotros mismos, al mundo y a nuestro contexto, se encuentra con algo inesperado o con el que tenemos conflicto: entonces generamos resistencia y fricción dentro de este sistema interpretativo/epistémico. Este es, además, un proceso fundamentalmente social que requiere interacción precisamente con individuos, grupos y contextos que son un importante modo “exterior” del propio marco epistémico y de esta manera con mayor probabilidad generamos fricción a través de la interacción (Medina, 2013, p. 204). La metaceguera, en otras palabras, es una limitación epistémica o un fracaso epistémico que es resultado en buena medida de un exceso de homogeneidad. De la misma forma que un sistema ecológico falla cuando la diversidad se reduce, así la monocultura cuando sucede lleva a que el sistema epistémico falle, excluyendo, desaprobando o marginalizando aquel modo de entendimiento que queda fuera en algún sentido significativo. Para combatir la meta-ceguera y promover la metalucidez (Medina, 2013), uno debe, por consiguiente, cultivar necesariamente el punto de vista de la diversidad que presenta la resistencia a la metaceguera de uno, para desarrollar fricción epistémica en uno mismo y en los otros.

      En términos de nuestro entendimiento de razón y la persistente cuestión de cómo podemos criticar racionalmente la concepción de razón heredada de la modernidad europea, el trabajo de Medina ofrece prometedoras vías a desarrollar y lograr. Ahora bien, si fuera el caso de que nosotros podemos llegar a la perspectiva universal o “visión del ojo de dios” desde la cual no necesitamos correcciones porque no caemos en las lagunas epistémicas o en momentos de metaceguera, entonces, quizás, tenderemos hacia que dicho logro de monocultura podría ser un ejercicio meritorio. Sin embargo, las lecciones del llamado encuentro colonial y el principio de la sociogénesis nos han aclarado que esforzarse hacia tal perspectiva no es algo fútil o inútil, pero puede ser terriblemente dañino y peligroso aun en los terrenos estrictamente epistémicos. Si nuestro ideal epistémico no puede, por ende, ser la llegada a la misma serie de afirmaciones o principios estáticos y finales que resuelven todas las cuestiones, entonces nuestra apelación y la concepción de la razón que hemos argumentado deben ser unas que consideren e incluyan dentro de nuestra estimación el pluralismo, la resistencia y la fricción.

      En ese sentido, la metáfora de José Medina es particularmente creativa en este contexto, porque precisamente puntualiza no solo la idea

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