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El camino de la crónica. Javier Franco Altamar
Читать онлайн.Название El camino de la crónica
Год выпуска 0
isbn 9789587892673
Автор произведения Javier Franco Altamar
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
Pero no por estos giros semánticos, datos históricos y confusiones de homonimia debe declararse a Crono como dios del tiempo. Es más, su nombre, explica Souvirón (2008), podría significar “cuervo”:
En efecto, a Crono suele representársele como un cuervo, igual que después a Apolo con una corneja (latín, cornix; griego, koronís). El cuervo, como otras aves de la familia de los córvidos, es un ave oracular y, por tanto, se le atribuyen cualidades cercanas a la inteligencia. La perspicacia de estas aves parece estar detrás del dicho romano, atestiguado por Cicerón, cornicum oculos configere, cuya traducción literal es “vaciar los ojos las cornejas”, es decir, engañar a los más perspicaces. (p. 95)
La palabra Khronos, en cambio, sí nos remite a tiempo: Chroniká (χρονικά) corresponde a [βιβλία] Biblia, o libro escrito en clave cronológica. En su forma adjetiva es χρονικός (chronikós). Y cuando ya Roma, luego del periodo helenístico, pasa a reemplazar a Grecia en la historia, a esta condición atributiva se denomina chronĭcus. De esa manera, se denomina “cronista” a todo aquel que usa la palabra como instrumento de fijación, en respeto del orden secuencial, de algo que ya pasó.
Me gusta la palabra crónica —dice el argentino Martín Caparrós (2016)—. Me gusta, para empezar, que en la palabra crónica aceche Cronos, el tiempo. Siempre que alguien escribe, escribe sobre el tiempo, pero la crónica (muy en particular) es un intento siempre fracasado de atrapar el tiempo en que uno vive. Su fracaso es una garantía: permite intentarlo una y otra vez, y fracasar e intentarlo de nuevo, y otra vez. (p. 432)
De hecho, cuando aparecieron los primeros escritos asociados con la idea del desplazamiento en el tiempo, pasaron a denominarse ‘crónicas’ en idioma castellano. Por eso es considerado “cronista” el poeta Teognis de Mégara, a quien los estudiosos de la Grecia antigua le deben parte del acceso a lo ocurrido en la época de los tiranos (Souvirón, 2006, p. 446); también Esdras, a quien se le atribuye la autoría de los dos libros de Crónicas del Antiguo Testamento en la Biblia judeocristiana (siglos IV y III a.C.); y hasta Quinto Curcio Rufo, el historiador romano por quien han llegado a nuestros días algunos episodios formidables de la vida de Alejandro Magno.
Es claro, entonces, que la crónica, en su acepción primigenia de reconstrucción de acontecimientos del pasado fijados por escrito, es más antigua que el periodismo, actividad a la que terminaría incorporada porque siempre, desde la aurora de sus usos, el relato tipo crónica ha remitido a la reproducción de hechos reales, de cosas que de verdad ocurrieron, y que son traídas al presente en respeto de la ruta temporal. La crónica, sin embargo, no es el equivalente a un texto histórico, sino una aproximación, en cuanto relato, a uno de sus muchos matices o dimensiones posibles desde un narrador: uno de los colores de ese gran espectro blanco que es la historia. Al respecto, dice Walter Benjamin (2008):
El cronista es el narrador de la historia. Puede evocarse otra vez en el pasaje de Hebel, que tiene de punta a cabo el acento de la crónica, y medir sin esfuerzo la diferencia entre el que escribe la historia, el historiador, y el que la narra, es decir, el cronista. El historiador está supeditado a explicar de una u otra manera los sucesos de los que se ocupa; bajo ninguna circunstancia puede contentarse con presentarlos como dechados del curso del mundo. Pero precisamente eso hace el cronista, y de manera especialmente enfática, sus representantes clásicos, los cronistas de la Edad Media, que fueron los precursores de los posteriores historiógrafos. (p. 77)
Hoy se podría decir que, si bien el tiempo subyace como elemento capital en el texto tipo crónica, ya no lo hace en respeto riguroso al flujo del insumo histórico, sino incorporado según los criterios y límites creativos del relator o cronista. En el periodismo moderno, como bien apuntan Ronderos y León (2002), la crónica perdió su camisa de fuerza cronológica y evolucionó hasta convertirse en un territorio sin fronteras, cuyo autor, si seguimos a Benjamin, es: “...quien toma lo que narra de la experiencia, de la suya propia o la referida. Y la convierte, a su vez, en experiencia de aquellos que escuchan su historia” (p. 65).
En consecuencia, un primer aspecto que debe considerar en la construcción del concepto de crónica es que su abordaje y construcción remiten a la narración como forma comunicacional. Es decir, más allá de que como expresión periodística deba responder a una lista de criterios en lo que se impone, sobre todo lo novedoso (ya sea en contenidos o enfoques), la crónica es un texto narrativo. Dada esa condición, participa de unas característica y alcances que no deben pasarse por alto.
Reflexión | |
¿Qué primeros elementos diferenciales hay entre el relato histórico y la crónica periodística? |
Duch (2012) ha enfatizado que la temática en torno a la narración posee una excepcional importancia para la comunicación, ya que es una pieza fundamental tanto para los procesos de construcción de la identidad individual y colectiva como para el mantenimiento y la recreación de una determinada tradición.
Los humanos tenemos una continua necesidad de narraciones para presentarnos y representarnos a los otros y a nosotros mismos, descubriendo al mismo tiempo nuestra propia mortalidad, dice Duch. Y para ello remite a la tensión natural, jamás resuelta, entre mythos y logos, que más que excluyentes son caras de una misma moneda. Es un aspecto que más adelante veremos desarrollado por Bruner como la dicotomía pensamiento paradigmático (logos en este caso) versus pensamiento narrativo (mythos) desde la sicología popular.
La narración, a juicio de Duch (2102), es un “universal humano” (p. 255), posee la virtud de exteriorizar y de representar los “procesos pulsionales y cerebrales que, pese a las diferencias de carácter cultural e histórico, son comunes a todos los miembros de la familia humana. Y, además, lo sepamos o no, lo queramos o no, “vivimos siempre en un mundo narrado y los comentarios que sobre y de él hacemos, ya sea en clave histórica o en clave cuentística, son otras narraciones, otras historias, y así ad infinitum” (Duch, 2008, p. 197). Este autor conviene con Benjamin en que, si bien toda narración muestra un gran interés por las historias, no suele tener ninguna atención especial por la Historia como discurso científico. Este discurso, dice Duch (2012):
...Se expresa en tercera persona porque el historiador intenta —otra cosa es si lo consigue— mantener una neutralidad en forma de lejanía científica y emocional respecto a los acontecimientos o los personajes historiados. En cambio, el narrador, explícita o implícitamente, se mueve dentro del marco de la segunda persona —tú, nosotros o el yo como tú— porque el objetivo de su ejercicio narrativo consiste en crear una atmósfera común, unas complicidades experienciales, un círculo amoroso pregunta-respuesta entre él mismo y quienes le escuchan. (p. 256)
...Y en quienes lo leen, en el caso de la crónica periodística, que, como género, ha significado el retorno a la magia narrativa. En este caso hablamos de un dispositivo que, desde los tiempos de los mitos griegos, vehiculizó la imposición de los modelos culturales sobre los cuales se construyó la civilización occidental (Souvirón, 2006). Porque los mitos se expresan con narración, y basan su eficacia en la imagen, más contundente para fijar algo en la mente que cualquier argumentación (Figura 3).
La crónica, como todo relato, remite a la