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con lo que está queriendo decir de la vida real.

      Lo expuesto hasta aquí se puede resumir así:

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      Lo que la crónica muestra puede ser o bien una persona, un animal, un lugar, un acontecimiento o una situación. En los tres primeros casos (persona o animal) puede hasta hablarse de ‘personaje’, y el texto pasaría a tener una fuerte o predominante carga descriptiva. Con el resto, la balanza se inclina, y la carga más significativa pasa a ser de la narración o la prosa reflexiva en sus variados matices.

      La circunstancia principal que motiva a la reproducción de ese ‘algo’ es el interés que despierta. Eso significa que la crónica está condicionada, en principio, por los clásicos criterios de interés periodístico; aunque en un panorama ampliado también tienen cabida personajes, situaciones, lugares y acontecimientos que no clasificarían como interesantes para el periodismo tradicional, pero que como de todos modos se han configurado o construido sobre la base de sus propios elementos dramáticos, generan otros detonantes para la crónica. A ese sentido, del que hemos hablado antes con la ayuda de Bruner, apunta el concepto de Samper Ospina (2004), quien dice en el capítulo “El rescate de lo cotidiano” del libro Poder y Medio, editado por la revista colombiana Semana:

      Hacer crónicas que no tienen raíz en la coyuntura, aunque sí en la cotidianidad, es como descubrir tréboles de tres hojas: son ordinarios, pero fabulosos. Un trébol de tres hojas necesita los mismos milagros del sol y la clorofila que uno de cuatro, pero no suele ser tomado en cuenta. El periodismo narrativo es la manera de reivindicar la importancia de los tréboles de tres hojas. (p. 96)

      Es característica de los cronistas latinoamericanos, agrega Correa S. (2017), que son capaces encontrar temas en su cotidianidad porque se sobreponen a ella, porque andan atentos, con la disposición del cazador; porque ellos, los cronistas:

      ...viven y cuentan y recuentan la urbe. Con la tarea de encontrar temas, recorren sus ciudades con ojos atentos, descubren y redescubren esquinas, parques y negocios. La urbe en su más pura cotidianidad es de común interés: carnicerías y galerías de mercado, bares, tabernas, teatros y cementerios, prisiones y sanatorios, bulevares y escenarios deportivos. Lo que no es noticia, pero sí es historia. (p. 45)

      Sobre las motivaciones ya ahondaremos más adelante cuando nos corresponda hablar de la selección del tema. Por ahora, concentrémonos en los elementos que configuran la crónica desde el cruce entre el periodismo y la literatura. Es su ámbito privativo, en el que se mezclan la forma expresiva de las artes escritas con la vida real como materia de trabajo. En ese aspecto, los más variados conceptos confluyen. Son mezclas que más bien deberían ser consideradas como “préstamos” entre géneros, que se manifiestan y operan después de que el autor ha escogido el género que mejor le funciona para sus propósitos. Luego de eso, puede incluir en su relato elementos propios de otros géneros para conseguir mayor efectividad o contundencia.

      Sergio Ramírez (2007), exvicepresidente nicaragüense y escritor, resalta la necesidad de que se produzca este “préstamo mutuo”, porque si bien al cronista le está vedado inventar, nada la impide formular un relato atractivo, dinámico que termine con un golpe maestro. “Es llevar la técnica del narrador de ficción a la realidad”, dijo Ramírez en el mismo conversatorio de Cartagena donde estuvo Hackl, y concluyó que la nueva historia no está siendo escrita por los historiadores, sino por los buenos cronistas de nuestros tiempos.

      “La crónica se constituye en un espacio de condensación por excelencia [...] porque en ella se encuentran todas las mezclas, siendo ella la mixtura misma convertida en unidad singular y autónoma”, dice la periodista e investigadora venezolana Susana Rotker (2005, p. 53). Al hacerlo, explora el campo específico de este género como mezcla entre el periodismo y la ficción, que se desprende de la práctica literaria y se introduce al mercado a manera de arqueología del presente. En esa condición, se dedica a narrar y mostrar lo que está al “margen” de las grandes noticias con el ánimo no tanto de informar, sino de divertir. Ya veremos más adelante cómo ella y otros investigadores, como Aníbal González (1983) y Julio Ramos (2003), ubican en la expresión modernista de finales del siglo XIX la fuente de la crónica moderna latinoamericana, y afirman que con este género se produce un desplazamiento desde la ficción a la realidad. Eso, de alguna manera, pone a la crónica en el mismo nivel y orden de las piezas literarias.

      A la crónica, pues, la delimita también su movimiento en equilibrio sobre la línea fronteriza entre la narrativa de ficción y el trabajo de campo del periodismo. Una línea que “separa o acerca” los dos oficios según se le mire, como suele decir la cronista argentina Leila Guerriero; una condición que, vista desde el periodismo, no comparte con ningún otro género. Las crónicas, recuerda Guerriero (2009), “toman del cine, de la música, del cómic o de la literatura todo lo que necesitan para lograr su eficacia. El tono, el ritmo, la tensión argumental, el uso del lenguaje, y un etcétera largo que termina exactamente donde empieza la ficción” (p. 461).

      Esto no quiere decir que la crónica no apoye a los otros géneros cuando lo amerite o lo requiera; situación que también ocurre en sentido contrario, cuando el reportaje o la entrevista —por mencionar dos de los más cercanos— necesitan conectarse con el lector de una manera distinta y creativa.

imageReflexión
¿Es la crónica una mezcla entre varios géneros o más bien se apoya mutuamente con los otros?

      Por su parte, Caparrós (2016) asegura: “El cronista mira, piensa, conecta para encontrar —en lo común— lo que merece ser contado. Y trata de descubrir a su vez en ese hecho lo común: lo que puede sintetizar el mundo. La pequeña historia que puede contar tantas. La gota que es el prisma de otras tantas” (p. 434).

      Es un género de no ficción, sigue Caparrós, en el que la escritura pesa más porque la crónica aprovecha la potencia del texto, la capacidad de hacer aquello que ninguna infografía, ningún cable podrían: armar un clima, crear un personaje, pensar una cuestión. Un texto lleno de magia, agrega, capaz de conseguir que un lector se interese en una cuestión que en principio no le interesaba en lo más mínimo (p. 435).

      Al llegar a este punto, tenemos un segundo bloque de conceptos que bien puede resumirse así:

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      Alberto Salcedo Ramos (2011b), el más representativo de los actuales cronistas colombianos, resalta el componente humano siempre presente en las crónicas. Su axioma de que “la crónica es el rostro humano de la noticia” responde a su forma predilecta de asumir los temas, la de tomar como eje narrativo una historia personal que lo ejemplifica, una vivencia en torno a la cual se van desarrollando las diferentes aristas, los contextos y los tiempos de la historia. Esa arquitectura garantiza la solidez del relato, lo mantiene compacto y permite, de paso, conectar a los lectores con mayor fuerza. En ese sentido, el personaje actúa como si fuera un pretexto para contar algo más, para abrir el lente. Y aun cuando ese personaje sea lo principal, es decir, que mostrarlo sea la intención del cronista, no deja de aprovecharse el texto para enmarcarlo en sus significados, en lo que lo descifra como personaje. “La crónica es, además, la licencia para sumergirse a fondo en la realidad y en el alma de la gente” (p. 125), remata Salcedo Ramos.

      En este momento de nuestro recorrido conceptual es necesario hacer una precisión territorial: debido a su particular desarrollo, su especial abordaje y la contribución de nuestras más grandes plumas, ya no es para nada atrevido afirmar que, tal y como se ha desplegado su majestad, la crónica es un género “sudaca”. Caparrós hace uso intencional de ese término despectivo europeo para resaltar la fuerza latinoamericana de la crónica. De hecho, esta identificación geográfica ha encontrado eco en algunos teóricos y cultores de la crónica, incluso los de otros lares.

      El profesor Juan Carlos Gil González, quien hizo un esfuerzo por definir la crónica y compartió sus reflexiones con la comunidad de investigadores de España en 2004, y particularmente

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