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      Narrar en el periodismo es el arte de construir versiones de los sucesos del mundo exterior a partir de un juego de equilibrio entre la memoria y la voz de los testigos, los datos dormidos en los documentos, los significados alojados en los contextos, y la mirada contemplativa, creativa, reflexiva y comprometida del autor. (p. 17)

      Más adelante desglosaremos las aristas de este concepto que, por cierto, es muy certero. No obstante, es necesario resaltar que la narrativa propia de la crónica ha superado las fronteras del periodismo, porque en su condición de relato de hechos reales, este formato expresivo ha resultado muy valioso. En el mercadeo y en la publicidad cobra forma de storytelling y en la oferta de la comunicación estratégica se incorpora como testimonio validador de una marca para fortalecer su reputación. Esto también lo retomaremos y ampliaremos a su debido momento.

      Y al final de este camino, que ha llevado al relato tipo crónica a otros ámbitos distintos, está la educación, en la que la incursión es aún muy tímida y no del todo clara, no obstante esfuerzos notables como los de la Unesco (2012) cuyas estrategias de toma de conciencia ambiental incluyeron el relato de casos como material de lectura; y cuyo manual educativo para los Objetivos del Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 (2017) relaciona productos específicos de expresión narrativa.

      Es un camino que debe fortalecerse para que el relato no solo aparezca en muchos escenarios donde podría ser útil para la enseñanza a través de la lectura (Solé, 1998; Cassany, 1988), sino que proporcione una ruta de aprendizaje a lo largo del proceso de elaboración. Se daría así una forma de aprendizaje por descubrimiento en el ámbito del saber incluso ampliado en un compartir de cultura (Bruner, 1986) o de la propia realidad que rodea al cronista para redefinirla, y se abran posibilidades de cambio social a través del ejercicio de la ciudadanía (Rodríguez, 2009). Sin olvidar que el propio ejercicio de elaboración de textos permite la expresión de la inteligencia lingüística (Gardner, 1994).

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       El concepto de la crónica

#1EN ESTE CAPÍTULO
• El origen de la palabra “Crónica” y sus consideraciones históricas.• Aproximaciones teóricas desde los cronistas y estudiosos del género.• Precisiones conceptuales desde las ciencias sociales y humanidades

      La actividad periodística se expresa no solo en varios lenguajes según las características y posibilidades del medio de difusión escogido, sino en distintos formatos o esquemas denominados ‘géneros’. El primario y fundamental es la noticia, en cuya construcción se expresan las cuatro características harto identificadas del lenguaje periodístico: claridad, precisión, brevedad y concisión. A la noticia, como género informativo, la define su condición de respuesta a los denominados criterios de interés periodístico. Es decir, con base en esos criterios, un hecho de la realidad se evalúa como ‘noticiable’ porque se evidencia como de conocimiento valioso e importante para una comunidad determinada. Eso conduce a la redacción de un relato esquemático y sencillo, que el periodista ordena y presenta sobre la base de las respuestas a los interrogantes clásicos qué, quién, cómo, cuándo y dónde.

      Con la noticia y sus derivados (la breve, la reseña; y en la actualidad, los trinos en la red social Twitter) queda planteado lo básico y primario, pero capital, para escalar hacia otros niveles de abordaje: el de los textos periodísticos creativos. En la construcción de estos últimos prevalece la iniciativa —ya sea del periodista o de un medio a través de un editor o un superior jerárquico— de ir un poco más allá, de complementar, de ampliar. Aparecen, entonces, otros tres géneros básicos: la crónica, la entrevista y el reportaje.

      En la crónica se expresan y se incluyen los otros dos. Ya veremos cómo en su construcción de marcado corte literario, la entrevista se incorpora en la crónica no solo como diálogo, sino como herramienta de consecución de datos y de insumos. Y el reportaje también aparece con sus instrumentos de profundización e interpretación, proporcionando los recursos de largo aliento y de explicación. En la crónica, en resumen, caben los demás géneros; o si se prefiere, los otros dos géneros apoyan con sus respectivos atributos. Y, por supuesto, en cuanto texto periodístico, la crónica respeta las consideraciones básicas del lenguaje periodístico.

      Como resultado de la lectura de este capítulo, y del cumplimiento de las actividades sugeridas, el lector estará en capacidad de diferenciar el género crónica dentro del ámbito del periodismo, tendrá más claro el concepto y habrá conocido los elementos históricos que la distinguen.

      La palabra “crónica” nos remite, primero, a Khronos, expresión griega que significa “tiempo”, y que, dada una similitud fonética, es muy fácil de confundir con el nombre de Crono, personaje mitológico griego de una generación previa a la de los tres grandes dioses hermanos: uno de ellos Zeus, su propio hijo. La primera obligación etimológica, entonces, es no ceder a la tentación de asociar la crónica con este personaje, que en Teogonía, de Hesíodo, figura como uno de los 12 titanes, hijo menor de Urano y Gea, la Tierra. Su importancia en la mitología radica en que un buen día a Gea le dieron ganas de deshacerse de Urano, o de tan siquiera frenar su dinámica e insaciable capacidad de reproducción. Urano figura como un personaje que odiaba a sus hijos, y sin distinciones en ese odio, los mantenía ocultos en el seno de Gea. Para librarse de su esposo, Gea acudió a sus hijos en busca de apoyo, y solo uno de ellos dio el paso al frente: Crono, el último de la lista. Su madre le proporcionó una afilada hoz, entre ambos le tendieron una celada, y el obediente hijo castró a su padre con aquel instrumento. Del espumarajo que cayó en los mares, se dice, surgió Afrodita, la diosa del amor (Venus para los romanos).

      Por Hesíodo (quien escribió en 700 a.C.) también nos enteramos de que Crono (Saturno en la adaptación mitológica romana) ocupó el trono de Urano. Pero se convirtió en un tirano que prácticamente repitió la historia, y ante el vaticinio de que uno de sus hijos lo destronaría, los devoraba tan pronto nacían. Zeus, el último de sus hijos, no alcanzó a ser presa de su voracidad. Ya después, encontramos a Zeus reinando en el Olimpo, y al cruel y despiadado Crono condenado, por siempre, al Tártaro o inframundo.

      Cada uno de estos personajes adopta su imagen específica y diferenciada en el entendimiento del griego de la época, y Crono, que en Teogonía aparece como el de “mente retorcida”, no es la excepción: se le representa como un anciano flaco y triste con una hoz en la mano, el arma de la castración, correspondiente después con la idea de los ciclos de las cosechas. Por allí, quizás, es por donde comienza la confusión: dado que la dinámica del cultivo se rige por ciclos regulares, no fue sino un leve movimiento conceptual para que remitiera al paso del tiempo. También ayuda en eso que el tiempo suele ser pensado como “voraz” (lo mismo que Saturno), en el sentido de que va consumiendo la vida sin misericordia.

      Los egipcios y los babilonios fueron los primeros, hace unos 5.000 años, en medir el tiempo para organizar la actividad agrícola. Tomaron como base la observación del firmamento, el paso de las estaciones y el comportamiento de los ríos al lado de los cuales florecieron como civilizaciones. Los romanos respetaron y adaptaron, más adelante, los inventos y descubrimientos asociados con eso*. En la Edad Media todavía se ve que varios acontecimientos, entre ellos justamente ese paso de las estaciones (Duch, 2015), servían para establecer pautas de servicio a la vida cotidiana. Eso constituía el referente de tiempo de los agricultores y campesinos, que nunca sabían la hora exacta, pero se apoyaban, para tener una idea, en los toques de campana de la iglesia parroquial, el canto de las aves o el curso del sol.

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