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       La escena, viaje al presente

       En síntesis

       Actividad de cierre y asignaciones

       Capítulo 7Edición y revisión

       En síntesis

       Actividad de cierre y asignaciones

       Capítulo 8Crónica, educación y algo más

       Escenarios de la estrategia

       Crónica y competencias comunicativas

       Conocimiento y lectura

       Escenarios de la red

       No olvidar el storytelling

       La enseñanza de la crónica

       Crónica y cambio social

       En síntesis

       Actividad de cierre y asignaciones

       Referencias

       Nota al pie

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      Por Alberto Salcedo Ramos

      El camino de la crónica es un libro estupendo. Su autor, Javier Franco Altamar, hizo un esmerado rastreo de fuentes bibliográficas, y además ha arrojado una mirada perspicaz sobre el género: su definición, su función, su evolución histórica, sus alcances literarios, sus límites.

      Franco nos presenta una exploración ambiciosa que va más allá del periodismo y extiende sus tentáculos hacia otras esferas, como la literatura y la historia. Expone sus hallazgos en forma lúcida y los complementa con una ilustración tan abundante como certera.

      Acaso lo más significativo de este libro es que propicia un diálogo enriquecedor entre el lector y varios de los principales cronistas y teóricos de la escritura narrativa (incluida la de ficción). En tal diálogo se aclaran equívocos injustificables. Por ejemplo, el diccionario de la RAE circunscribe el oficio de narrar a la novela y el cuento. Es el mismo prejuicio que durante mucho tiempo llevó a ciertos autores de ficción a suponer que solo lo que escriben ellos puede considerarse “literatura”. A estas alturas ya no habría que estar aclarando que a través de la no ficción también se produce una literatura de gran belleza, que explora con hondura la condición humana.

      Así que hay que decirlo de manera contundente: literatura no es sinónimo de ficción y narración no se reduce a novela y cuento. Es lo que hace Franco, a su manera, en este libro. Lo hace con una argumentación magnífica y con un arsenal de ejemplos muy útiles.

      En este libro, decía, se leen (y podría jurar que se oyen) las voces de ciertos maestros imprescindibles. Ellos nos regalan luces sobre el oficio, palabras clarividentes que nos acompañarán siempre porque nos ayudan a entender. Alma Guillermoprieto, por ejemplo, dice que “en la noticia el periodista está contestándole preguntas al lector, mientras que en la crónica está generando información que jamás se le hubiera ocurrido a ese lector”. Erick Hackl señala que la crónica es “la mirada subjetiva de un hecho real”. Sergio Ramírez advierte que “la nueva historia no está siendo escrita por los historiadores, sino por los buenos cronistas de nuestros tiempos”. Martín Caparrós, por su parte, pone el dedo en la llaga con una frase muy pertinente para estos tiempos en que el uso de la primera persona ha dejado de ser un recurso narrativo útil para convertirse en una simple muletilla del exhibicionismo: “Cuando el cronista empieza a hablar más de sí que del mundo deja de ser cronista”.

      Podemos oír estas voces gracias a que hemos sido guiados hacia sus predios por la mano diligente y generosa de Javier Franco. En su doble condición de docente y periodista, lleva años indagando sobre el tema. Eso le ha permitido encontrar referentes importantes. Pero, sobre todo, le ha dado el bagaje conceptual suficiente para explicar en qué consiste el periodismo narrativo.

      En el libro La banda que escribía torcido, que a mi juicio es hasta ahora la reflexión más brillante sobre periodismo narrativo, Marc Weingarten expone con agudeza la siguiente tesis: la crónica, el perfil y el reportaje surgieron por una necesidad histórica. Los datos convencionales se quedaban cortos a la hora de cubrir ciertos cambios culturales y sociales, como las guerras, los asesinatos, el rock, las drogas, las luchas raciales y el hippismo. “¿Cómo podría un reportero tradicional, que se ajustaba tan solo a los hechos, proporcionar un orden claro y simétrico a semejante caos?”, se preguntaba. Al informar a través de relatos era posible traducir el significado profundo de la realidad y alcanzar eso que Weingarten llama “una mayor verdad filosófica dotada de contenido emotivo”.

      Pues bien: la exploración de Franco también se mueve en esos terrenos. Su búsqueda está encaminada a ilustrarnos sobre la importancia del periodismo narrativo como herramienta de construcción de memoria y de forjamiento de una conciencia social en relación con la realidad.

      De gran valor formativo son los aspectos metodológicos de la escritura de crónicas: las entradas, el desarrollo de los conflictos, la planeación de las estructuras, el manejo del tiempo, los cierres. Hay muchos ejemplos que nos permiten ver cómo se utiliza en la práctica lo que se está analizando en la teoría. Franco disecciona de forma magistral varias crónicas sustanciales del pasado y de la actualidad. Este es un manual que rompe el molde porque es ameno. No se trata del típico libro didáctico acartonado que se lee por decreto en las aulas universitarias, y luego se abandona para siempre en un estante enmohecido de la biblioteca. Es un libro al que uno puede —y debe— volver en cualquier momento, un libro que cabe de manera expedita en el maletín de viaje y que debería estar siempre a la mano en la mesita de noche. El testimonio de un autor que ha sabido leer a los otros.

      Borges solía citar una maravillosa frase de Schopenhauer: “Leer es pensar con el cerebro ajeno”. Como lector le agradezco a Javier Franco este regalo portentoso.

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      En una clase de periodismo, el profesor preguntaba por la población de Armero. ¿Alguien sabe dónde quedaba? ¿Cuántos habitantes tenía? ¿Cuál es el nombre del volcán que la borró del mapa? Las respuestas eran azarosas e imprecisas. Pero vino un interrogante que puso a los estudiantes en la perspectiva del tema: ¿quién era Omaira Sánchez?

      Hubo casi consenso. Aunque no vivieron la experiencia, pues la tragedia ocurrió hacía 32 años, cuando los padres de los estudiantes probablemente ni tenían planes de un vínculo conyugal, conocieron el drama de la niña de 13 años que se aferró infructuosamente a la vida en una trampa de lodo y agua que le llegaban hasta el cuello. Y eso fue lo que les quedó. En la memoria de aquellos educandos no yacía Armero, sino Omaira.

      El docente recordó, entonces, al escritor Germán Santamaría cuando afirmaba que lo que hace perdurable los hechos es el rostro de las personas. En cualquier tiempo que se consulte. Y el rostro humano, con sus pesares, ilusiones, alegrías y tensiones es nada más y nada menos que el eje de la crónica. Esa vitalidad la recoge muy bien en este libro el periodista y profesor Javier Franco Altamar.

      Después de varios años de escribir y enseñar a escribir crónicas periodísticas, Franco se arriesga a producir lo que no dudo en llamar el primer manual de redacción del género. Porque antes de este texto se produjeron innumerables reflexiones sobre la narrativa, muchas de ellas con voces autorizadas por el oficio, pero nunca hubo una investigación tan profusa sobre el arte de contar historias.

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