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Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas. Juan Moreno Blanco
Читать онлайн.Название Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas
Год выпуска 0
isbn 9789587463118
Автор произведения Juan Moreno Blanco
Жанр Изобразительное искусство, фотография
Издательство Bookwire
En medio del algodón de los elogios y las alabanzas, «Fidel Castro: el oficio de la palabra hablada» se construye como un texto carnavalesco que glorifica y desentroniza tanto a Castro como a su régimen, al tiempo que confirma su acierto en el retrato anticipado del déspota presente en El otoño del patriarca. Hasta podría pensarse que García Márquez anticipa su papel gracias a la confianza consolidada en la amistad, para «pedirle la libertad de un preso o el perdón de un condenado a muerte» (García Márquez, 2012, p. 63).
A los rasgos anteriores podrían añadirse otros ausentes de la semblanza: los antepasados gallegos (Fidel por su padre, Gabriel por su lado materno); la relación complicada y dolorosa con los padres (el conocimiento tardío de su padre por Gabo y el demorado reconocimiento oficial de Fidel por su padre); el tránsito de la provincia (Birán y Aracataca) a la capital; el pragmatismo de la formación jesuita, apegada al ejercicio del poder; el estudio del Derecho que afina la búsqueda de la justicia; la experiencia humillante del imperialismo a través de la United Fruit Company, y el apego a los uniformes: el verde olivo del militar y el overol de obrero del escritor que no quiere olvidarse del carácter artesanal de su trabajo.
No obstante, pese a las sorprendentes afinidades, no dejan de ser notables las diferencias. Ciertos rasgos castrenses de Fidel (el apellido Castro, de origen gallego, significa campamento militar) son contrarios al modo de ser y la trayectoria de García Márquez, así como su condición atlética, la práctica de los deportes (básquet, boxeo, béisbol y ciclismo) y la afición por las armas de fuego. Desde niño Castro fue rebelde: en la primaria insultaba a su maestra y se iba de la escuela; entraba a deshoras al colegio y, con sus compañeros, rompía pupitres y se llevaba cosas; a un cura que mostraba preferencias por un condiscípulo millonario, lo levantó a trompadas y mordiscos; cuando su padre, molesto por su comportamiento díscolo en las clases, decidió sacarlo de la escuela, amenazó con prenderle fuego a la casa; en una ocasión en que lo operaron de apendicitis, por falta de profilaxis, la herida se le infectó. Desde sus años universitarios –incluso desde la escuela primaria–, Castro persiguió y asumió un liderazgo, así fuera por la fuerza –estuvo involucrado en sonados atentados gansteriles–. Uno de sus sueños fue liderar la Federación Estudiantil Universitaria, ambición que luego creció hasta incorporar el ideal de Bolívar y Martí de la magna patria, lo que lo llevó a involucrarse en la lucha por la independencia de Puerto Rico y República Dominicana y a solidarizarse, en 1948, con las luchas estudiantiles argentinas, venezolanas, panameñas y colombianas, cuando organizó un congreso estudiantil latinoamericano que contó con el apoyo de Jorge Eliécer Gaitán, quien prometió asistir a su clausura, pero no pudo, víctima del asesinato que tronchó las esperanzas de los colombianos y sumió al país en una ola incesante de violencia.
Mientras que García Márquez se afirma como un caribe crudo aficionado al canto, al baile y la parranda, el austero Fidel prohibió los carnavales en Cuba y las ocasiones en que las familias se reunían a celebrar las festividades religiosas como el Día de Reyes. Fidel era un raro cubano que ni cantaba ni bailaba y en contraste detestaba la rumba y la ciudad de la noche. Mientras Castro, políticamente, adhirió de manera incondicional al comunismo ruso, García Márquez rechazó el socialismo real del modelo ruso, cuya atmósfera asfixiante padeció en su viaje por los países de Europa del Este (Checoslovaquia, Hungría, Alemania Oriental y Polonia) y por la Unión Soviética.
Conclusiones
García Márquez y Fidel, el hombre que sigue los acontecimientos y el político puro, la pluma y la espada, el computador portátil y la metralleta, las armas y las letras, el pensamiento y la acción, la soledad del escritor y la solidaridad o la compañía transitoria de la conspiración política, el artista que transforma su arte y el hombre dedicado a cambiar el mundo, la palabra escrita y la oral, las voces y los hechos: en García Márquez y Fidel lo que en lo político nunca llegó a cuajar como proyecto continental, en lo literario rebasó las fronteras.
Si bien la figura de Castro ha comenzado a vivir un vertiginoso declive que de seguro se acelerará cuando se revelen los secretos e interioridades de la Revolución cubana ocultos hasta ahora por un régimen de extensos brazos y estricto control sobre la información, la obra de García Márquez parece prolongar su vigencia. Cuando un escritor muere normalmente ingresa en un limbo que al final decide si se queda o no. Con García Márquez, hasta ahora, no parece haber ocurrido eso.
Pero lo interesante es observar cómo estas dos figuras lograron consolidar una gran amistad tras numerosas dificultades y altibajos que tuvieron el mérito de situar al Caribe en el centro de la atención mundial. Inconforme –o impaciente– con el efecto tal vez tardío de la palabra, García Márquez quiso emular el compromiso social del político, pero a su manera. No se trataba de ser –como algunos colegas en competencia constante– candidato de nada: no le interesaba ser ni presidente ni embajador, sino solo un emprendedor, un periodista militante, un pedagogo y un diplomático, un mediador tras bambalinas, es decir, alguien que asume esas otras facetas que hacen de un simple escritor un humanista integral, como lo fueron los grandes maestros latinoamericanos del pasado –Bello, Sarmiento, Martí, Montalvo, de Hostos y Henríquez Ureña, entre otros–Trasponiendo el ejemplo de Castro a su quehacer literario, García Márquez fue un líder cultural que asumió el legado creador y liberador de Cuba, esa isla con vocación continental, en el Caribe hispánico.
Y no se limitó a recrear al gran monstruo mitológico latinoamericano, el dictador, el caudillo que degenera en déspota, obsesionado por eternizarse en el poder. Aprovechando su fama y su carisma, García Márquez alternó con los mandamases de la política y se libró así de la nostalgia de la acción. Muchos le han criticado, sobre todo, su amistad con Castro, acusándolo de complicidad y recriminándole el supuesto delito de haber callado cuanto sabía acerca de las interioridades de la situación cubana. De seguro que, cuando se lea mucho mejor El otoño del patriarca, a García Márquez la historia lo absolverá. En cambio, contrariamente a lo que el escritor ha afirmado en entrevistas y crónicas y prólogos, a su amigo Castro es posible que lo condene no solo la historia, sino también, como lo ha planteado Cabrera Infante, la geografía, porque, para fortuna de la humanidad, las veleidades de la política pasan, en tanto que lo que permanece lo fundan los poetas, y García Márquez, pese a sus silencios e inconsecuencias políticas, fue, ante todo, un gran poeta.
Referencias bibliográficas
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Cabrera Infante, G. (1993). Nuestro prohombre en La Habana. En Mea Cuba (pp. 233-238). Barcelona, España: Plaza & Janés México.
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Franqui, C. (1988). Vida, aventuras y desastres de un hombre llamado Castro. Barcelona, España: Planeta.
Franqui, C. (2006). Cuba, la revolución: ¿mito o realidad? Memorias de un fantasma socialista. Barcelona, España: Península.
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García Márquez, G. (2012). El otoño del patriarca. Bogotá, Colombia: Oveja Negra.
García Márquez, G. (2015a) De Europa y América. Obra periodística 3. Barcelona, España: Random House.
García Márquez, G. (2015b). Notas de prensa. Obra periodística 5. 1961-1984. Barcelona, España: