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del Ministerio del Interior–, cuyos capitanes asesinos fueron galardonados como héroes.

      26.Las lluvias de caramelos desde los aviones por parte del patriarca (115) hallan su réplica en Cuba durante la era de Castro. Como recuerda Zoé Valdés (2008):

      Serían alrededor de las dos de la tarde, acabábamos de almorzar y estábamos de vuelta en los surcos sembrados de papas. De súbito pasó un helicóptero por encima de nuestras cabezas. Los guajiros gritaron que ahí iba Fidel.

      –¡Ahí va Fidel! ¡Ahí va Fidel! –Se volvieron como locos.

      La brigada, compuesta sólo por hembras –a los varones los habían puesto en un campamento aparte, bien lejano del de nosotras–, quedó en stop motion. La maestra gritó que siguiéramos trabajando y levantó los ojos hacia el cielo, bastante confundida.

      El helicóptero volvió a pasar y nos lanzó como unos papelitos de colores. Los papelitos no eran sólo papelitos, lo supimos cuando dieron contra nuestro cráneo como si fueran balines, a riesgo de partirnos la cabeza. Eran caramelos. ¡Caramelos! Hacía años que no veíamos caramelos envueltos en papeles de colores, ni desenvueltos tampoco. De pronto, el desespero se apoderó de nosotras, nos olvidamos del deber y de lo demás, y nos lanzamos como fieras a recoger los caramelos que nos lanzaba aquella piñata de hierro que revoloteaba de un lado a otro. Nos llenábamos los bolsillos, las copas de los ajustadores, los sombreros […]; no nos metimos puñados en los oídos porque no cabían. (p. 40)

      27.La soledad del tirano es el tema de El otoño del patriarca: «el hombre más solitario de la tierra» (García Márquez, 2012, pp. 29-30). En su semblanza de Fidel, García Márquez (1988) alude a «la leyenda de que es un solitario sin rumbo, un insomne desordenado e informal, que puede hacer una visita a cualquier hora y desvelar a sus visitados hasta el amanecer» (p. 12).

      Pese a las diferencias notables entre un patriarca andino y analfabeta y un dictador caribe e ilustrado, aunque atípico, que ni bailaba ni cantaba, a las que habría que agregar evidentes despistes como la monstruosidad, la fealdad, el cuerpo enfermo, la potra, los pies planos y las estalinianas manos de doncella, son muchas más las afinidades que los contrastes. Similares son también las reacciones de la colectividad ante los actos de barbarie del régimen al exclamar: «si el general lo supiera, si hubiera alguien capaz de contárselo» (García Márquez, 2012, p. 169). La atmósfera de represión y vigilancia en el orbe del patriarca se reitera en la isla de los hermanos Castro. Son, pues, tantas las semejanzas intuidas por García Márquez que da la impresión de que su empeño, a veces aparatoso, por conocer personalmente a Castro estuviera orientado por la vanidad de comprobar el tamaño de sus aciertos de clarividente.

      Fidel Castro y García Márquez

      El otoño del patriarca nos revela, por otra parte, algunas semejanzas entre el escritor y el dictador. Sin duda, allí gravita de nuevo la fascinación por el poder. Es posible entonces conjeturar que la amistad entre Fidel Castro y García Márquez se sustenta asimismo en una afinidad múltiple entre los dos, pese a las notables diferencias entre el dinámico hombre de acción y el contemplativo hombre de pensamiento: García Márquez se ha referido al carácter íntimamente autobiográfico de El otoño del patriarca en el que está presente esa nostalgia que atormenta a los escritores, desde finales del siglo xix, la de la vida verdaderamente vivida. «El oficio de la palabra», semblanza minuciosa y admirativa de Fidel Castro, podría leerse asimismo como un autorretrato en el que el escritor resalta en el político algo que conoce muy bien por experiencia propia: las relaciones devotas con la palabra que los convierten en almas gemelas.

      Veamos algunos de los rasgos comunes:

      1.La adicción al hábito de la conversación, la devoción por la magia hipnótica de la palabra (García Márquez, 1988, p. 11). En el caso de Fidel, el don de la palabra oral seductora, hehechicera y dominadora de los blacamanes que persuaden a plenitud a la gente. En García Márquez: la maravilla de la palabra escrita.

      2.El antiacademicismo (García Márquez, 1988, p. 12). Castro no es el típico gobernante académico atrincherado en su buró y García Márquez se mostró siempre ajeno a las rituales del escritor formado en la academia, tales como la escritura de ensayos y la inmersión en congresos, mesas redondas, conferencias y cátedras universitarias.

      3.La vocación de reporteros (García Márquez, 1988, p. 12). Castro va a buscar los problemas donde estén y los convierte en «reportajes hablados» (p. 27) y García Márquez se mostró como un periodista y escritor preocupado por obtener las informaciones de primera mano.

      4.La errancia de la vida sin domicilio cierto. En Castro, como gobernante sometido a los azares del continuo cambio de residencia, por razones de seguridad, constreñido al horizonte estrecho de la isla; en García Márquez, en contraste, dueño del libre albedrío del escritor exitoso: son incontables sus viajes por toda la bolita del mundo.

      5.La abstinencia de tabaco (García Márquez, 1988, p. 13) de quienes fueron fumadores infinitos: Castro de media caja diaria de puros y García Márquez de tres cajetillas de cigarrillos sin filtro.

      6.La disciplina férrea y tenaz con la que ejercieron sus oficios y garantizaron el estricto cumplimiento de horarios: Castro privándose de fiestas y de viajes; García Márquez pasando hambre y absteniéndose de diversiones y tragos con tal de escribir.

      7.El imponente poder de seducción que realza su presencia donde quiera que estén.

      8.La clarividencia para vislumbrar las consecuencias más remotas de un hecho, como si pudieran ver la mole sobresaliente de un iceberg al mismo tiempo que los siete octavos sumergidos, facultad que Castro, a diferencia de García Márquez, no ejerce como iluminación, sino como resultado de un arduo raciocinio y de la táctica maestra de preguntar sobre cosas que sabe para confirmar sus datos.

      9.El don para medir el calibre de su interlocutor y tratarlo en consecuencia.

      10.La ronda por los caminos de la herejía tanto en política como en literatura y en los hábitos de la vida social.

      11.La afición por la información vasta y bien masticada y digerida; el dominio de los datos y la documentación que manejan (García Márquez, 1988, p. 20).

      12.El extremo espíritu competitivo que no tolera la posibilidad de perder (García Márquez, 1988, p. 18) y los lleva, en ocasiones, a consumar secretas venganzas a punta de persistencia con quienes en algún momento los superaron o los agredieron o les hicieron sombra o les llevaron la contraria. Castro que mete en prisión a quienes en su adolescencia le ganaron en algo o lo agredieron; García Márquez que refuta con creces el dictamen descalificador de Guillermo de Torre al evaluar negativamente La hojarasca y se saca la amarga espina de Prensa Latina.

      13.La visión de América Latina como una comunidad integral y autónoma capaz de mover el destino del mundo, aprendida en Bolívar y Martí.

      14.La nostalgia por los amaneceres bucólicos de la infancia rural en Birán y Aracataca (García Márquez, 1988, p. 27).

      15.El instinto extraordinario para el poder basado en el conocimiento intuitivo de las motivaciones humanas.

      16.El rechazo radical de las injerencias del imperialismo de los yanquis en el destino de los pueblos latinoamericanos.

      17.La memoria prodigiosa (García Márquez, 1988, p. 20) para aprenderse un libro y destruirlo; la inagotable capacidad de trabajo. García Márquez recitaba de memoria la poesía española del Siglo de Oro, la poesía piedracielista colombiana, innumerables boleros y vallenatos, capítulos completos del Ulysses de Joyce y de Pedro Páramo de Rulfo.

      18.El pudor con el que supieron proteger la intimidad de su vida privada (García Márquez, 1988, p. 27).

      19.El diario sobreponerse a la zozobra del amanecer para enfrentar los azares de la realidad (García Márquez, 1988, p. 13) y el apetito de mandar tan voraz como comerse en una sola sentada dieciocho bolas de helado (p. 60).

      20.En El otoño del patriarca se citan los letreros de la multitud que aclama «al

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