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a una tendencia disidente del comunismo soviético, el Movimiento al Socialismo (MAS) que, en Venezuela, ajeno a la rigidez escolástica rusa y a sus dogmas de piedra y sus liturgias estalinianas, quería responder a las verdaderas necesidades e intereses de América Latina. A raíz de un llamado de atención de Pablo Neruda, en adelante, García Márquez no volvería a criticar en público ni a socialistas ni a comunistas. Pero ese gesto político de 1972, aunado al éxito descomunal de su novela, no se puede desconectar del violento gancho de derecha –no podía ser con otra mano– que el 12 de febrero de 1976, en pleno vestíbulo del Palacio de Bellas Artes de México D.F le propinó Vargas Llosa, en el ojo izquierdo, enviándolo a la lona de mármol. La colosal caída del cataquero con el ojo colombiano consumó el crac del boom.

      Consciente de que en América Latina es inevitable que una persona de prestigio y con cierta audiencia pública se convierta en político, entre 1972 y 1975, ante la imposibilidad de sustraerse a la fama que atentaba contra su vida privada y el tiempo para escribir, García Márquez optó por asumirla como responsabilidad política y comenzó a conceder entrevistas en las que insistía en resaltar el camino cubano como el más aconsejable para la independencia política y económica de América Latina, pues sin la Revolución cubana no hubieran sido posibles ni la confrontación ni la derrota del imperialismo norteamericano ni los avances progresistas ni el boom literario latinoamericano. Comenzaron entonces a multiplicarse las declaraciones acerca de su deseo de visitar la isla y la reafirmación de su fe diaria en ese socialismo humano y alegre, liberado del óxido de la burocracia.

      La admiración de García Márquez por Cuba no solo obedecía a razones ideológicas, sino que asimismo estaba ligada a motivos vitales. Su generación había recibido en pleno el influjo cultural cubano a través de las emisoras de radio de la isla que se sintonizaban en todo el Caribe, el cine, las radionovelas (Félix B. Caignet), las revistas (Carteles, Bohemia), la música (Benny Moré, Pérez Prado, el bolero, el son, la guaracha, las grandes orquestas), la moda (la guayabera, el tacón cubano), la literatura (Lino Novás Calvo y sus traducciones, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier) y el deporte (el béisbol y el boxeo). Antes de la Revolución, había viajes aéreos diarios entre La Habana y Barranquilla.

      En 1974 y hasta 1980, García Márquez se embarcó en la aventura militante de la revista Alternativa, un proyecto de periodismo político de izquierda, fundado en la idea del pensamiento crítico como punto de partida para la lucha liberadora y encaminado a revelar tanto el otro rostro del país que la prensa y las cámaras de televisión ocultaban impunemente como a refutar la desinformación sistemática de los medios de comunicación al servicio de la defensa del sistema. En sus artículos periodísticos, el escritor pondrá de manifiesto su identificación y respaldo a procesos de la izquierda en América Latina como el gobierno de Salvador Allende, la lucha de Omar Torrijos por la recuperación de la autonomía del Canal de Panamá y la revolución de los sandinistas, y al internacionalismo revolucionario cubano.

      Contactos personales

      Tras casi década y media de ausencia, para García Márquez otro de los caminos hacia su anhelado regreso a Cuba fue aproximarse a personas que le tendieran el puente con autoridades claves. Tal fue el caso de Elizabeth Burgos –esposa de Regis Debray–, Lisandro Otero, Carlos Rafael Rodríguez, Eliseo Diego, Conchita Dumois –segunda mujer de Masetti– y Norberto Fuentes. Así, en 1975, García Márquez viaja a Londres a aprender inglés, pero también a contactarse con Lisandro Otero, que conocía a Regis Debray, para que este actuara de intermediario con Carlos Rafael Rodríguez, ministro de Asuntos Exteriores de Cuba, y les mostrara a los cubanos la conveniencia para la Revolución de invitar a la isla a un escritor de la talla de García Márquez. En otra reunión londinense, al recibir los primeros ejemplares de El otoño del patriarca, García Márquez envió cinco a los cubanos, con dedicatorias para Raúl, Fidel, Carlos Rafael, Raúl Roa y Lisandro, en las cuales testimoniaba su fervorosa adhesión a la Revolución cubana (Esteban y Panicheli, 2004, pp. 92-93).

      Pronto Carlos Rafael le confirma que ya es hora de viajar a Cuba y García Márquez lo hace junto a su hijo Gonzalo, anunciando su intención de escribir un libro sobre la manera imaginativa y heroica como el pueblo cubano afrontó –y resolvió– en su vida cotidiana la agresión del bloqueo. Las autoridades le dieron todas las facilidades para recorrer la isla en su totalidad y entrevistar a quien quisiera, y en septiembre García Márquez publica el apologético reportaje «Cuba de cabo a rabo».

      En marzo y abril de 1976, de nuevo en Cuba, García Márquez le propone a Carlos Rafael Rodríguez escribir una crónica sobre la expedición cubana al África que difundiera por el mundo la primera ocasión en que un país del tercer mundo se interponía en un conflicto entre las grandes potencias. A Carlos Rafael le sonó la propuesta y le llevó el mensaje a Fidel Castro. Durante un mes García Márquez permaneció en el Hotel Nacional a la espera de la llamada del Comandante hasta cuando este apareció en un jeep, y tras quitarle al chofer el volante, para quedar al lado del escritor, lo llevó de tour por La Habana. Luego lo condujo a un salón, donde, junto a sus asesores, le comenzó a revelar los secretos militares de la operación africana con los cuales el novelista redactó la crónica «Operación Carlota: Cuba en Angola», en la cual realza cómo la ayuda militar a la independencia angoleña fue una iniciativa cubana y no el cumplimiento sumiso de una orden soviética. La crónica recibió el Premio Mundial de Periodismo de la Organización Internacional de Prensa, y le permitió a García Márquez demostrar con creces su valía para la Revolución, menoscabada por los sinsabores de los sucesos remotos, pero no olvidados, de Prensa Latina.

      No obstante, la amistad con el Comandante se consolida y encuentra su momento culminante con su postulación por parte de Cuba de la candidatura de García Márquez al Premio Nobel, cuya recepción celebraron en la isla como otorgada al autor cubano nacido en Colombia. En adelante, las presentaciones de los nuevos libros de García Márquez se volvieron ceremonias estatales en las que participaban los gobernantes del país y el cuerpo diplomático (Rojas, 2014).

      Castro hará de García Márquez una suerte de embajador plenipotenciario de la Revolución, con casa propia en La Habana, quien, entre bambalinas, a través del diálogo amistoso y directo con quienes detentan el poder, actúa como mediador y pone en contacto a interlocutores distantes para conseguir la liberación de presos políticos, disidentes y conspiradores a los cuales ayuda a salir de Cuba, al tiempo que facilita las conversaciones entre la guerrilla y el gobierno colombiano y la devolución de secuestrados a sus familiares. García Márquez aprovecha la estimación de Castro para salvar víctimas sin meterse con el victimario (Rojas, 2014).

      En 1981, coinciden en La Habana Alfredo Bryce Echenique y García Márquez, en el Primer Congreso Internacional por la Soberanía Cultural de los Pueblos, a cuya ceremonia de apertura asistió el comandante Fidel Castro. Tanto el peruano como el colombiano habían permanecido largos años en la lista negra de los escritores latinoamericanos a quienes los cubanos jamás invitaban a Cuba. En sus antimemorias, Bryce (1993) revela algunas facetas desconocidas de la relación de García Márquez con Fidel Castro: su inconcebible sofisticación, su actitud crítica y su habilidad como negociador. En la ceremonia de apertura del congreso, al que asistió García Márquez vestido de impecable blanco –guayabera, manilla, pantalón, zapatos–, Bryce, irreverente, recuerda su sorpresa ante la actitud protocolaria de su admirado escritor:

      Y de pronto, con el himno y todo eso, Gabo se pone solemne, muchísimo más logrado que cuando yo, aterrado

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