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un día descubrimos que sus abuelos eran de Espadilla. Los abuelos del diseñador de Edicions de l’Eixample, Salvador Saura, resultó que eran de Argelita. Juanjo Caballero, que durante muchos años fue el editor del magazine de La Vanguardia, tenía familia en Fuentes de Ayódar. Un día tuve que realizar una consulta de los fondos de la antigua sala de conciertos Zeleste, en el Razzmatazz de la calle Almogàvers, y me atendió un chico que se apellidaba Agustina, como un primo de mi padre. Lo adiviné: de Argelita.

      En la misma finca de la casa donde vivíamos, casi en la esquina de Wad-Ras y Luchana, se encontraba un bar muy típico: la gente lo llamaban indistintamente Bar Montins o Bar Victoriano. De pequeño mi madre me mandaba allí a comprar hielo para la primera nevera que tuvimos en casa, de la marca Pingüino. De más mayorcito era mi padre el que me enviaba a comprar tabaco, cigarrillos rubios que se vendían sueltos, o a tirar la quiniela en una oficina de las Apuestas Mutuas Deportivo Benéficas, con su famoso 1x2, en la entrada. Contaba las monedas y me las ponía en la palma de la mano: el dinero justo para dos o tres Lucky o Chesterfield sin filtro. Cuando empecé a preparar estas páginas quise informarme un poco sobre el Bar Victoriano. Al tipo que atendía en el mostrador todos lo llamaban Adróver. En el expediente que se conserva en el Arxiu Municipal Contemporani de Barcelona he descubierto que se llamaba Gabriel Adrover y que estaba casado con Francisca Montins, que en 1973 se hizo cargo del bar que su padre, Victoriano Montins, tenía desde antes de la guerra. Cuando lo depuraron, en 1939, era un hombre de cuarenta años y llevaba viviendo en la calle Wad-Ras desde hacía veintisiete. Quedé muy sorprendido al constatar que este Victoriano Montins Sanz había nacido en Zucaina, a 32 kilómetros de Toga por la carretera que va a Cortes de Arenoso y Mora de Rubielos.

      En el colegio donde iba de pequeño, el Voramar de la calle Badajoz, esquina con la calle Enna –hoy Ramon Turró–, nunca se hablaba de los abuelos valencianos. Regresábamos a casa por la calle Enna, y nos parábamos a comprar chicles o helados de sobre en el colmado que tenían los padres de uno de nuestros compañeros de clase. Era un chaval retaco, muy peludo, con unas cejas muy negras, que le daban un aspecto silvestre. Era una característica de la familia: el padre, la madre y la hermana, todos tenían la misma constitución: retacos, peludos y silenciosos. La tienda era oscura y estaba a reventar de productos. El hombre vestía siempre con un guardapolvo azul. Mi hermano decía que se parecía al padre de Manolito, el tendero de Mafalda. Y se parecía realmente. Un día, en una clase, puede que de historia, nos preguntaron la procedencia de nuestros antepasados. El chico se llamaba Pedro Calpe Calpe y nos pareció muy cómico que hubiera nacido en un pueblo que se llamaba Los Calpes. Hasta hoy no he mirado donde queda: es un pueblo del término de la Puebla de Arenoso, en la cuenca del río Mijares. Nuestros abuelos eran vecinos.

Victoriano Montins y José Calpe, nacidos en Zucaina y en Los Calpes de Arenoso, vecinos en el Alto Mijares y en Pueblo Nuevo.

      Victoriano Montins y José Calpe, nacidos en Zucaina y en Los Calpes de Arenoso, vecinos en el Alto Mijares y en Pueblo Nuevo.

      En el expediente del traspaso del establecimiento que he encontrado en el Arxiu Municipal Contemporani de Barcelona he descubierto que el padre de mi amigo se llamaba José Calpe Calpe. Aquella gente debía naufragar en un mar de relaciones consanguíneas. Se hizo cargo del colmado en 1960, después de que el antiguo inquilino, Jaime Genovés, hijo de valencianos de la Vall d’Uixó, se hubiera «ausentado de la ciudad ignorándose su paradero». El colmado existía desde 1939. En 1956 la familia Calpe todavía vivía en Los Calpes de Arenoso, porque en los papeles del traspaso aparece el número del Documento Nacional de Identidad expedido en el pueblo, en septiembre de 1956. Era eso, quizás, lo que nos parecía extraño en nuestro amigo: vivía en Barcelona desde hacía cuatro días. Las familias de los otros chavales valencianos del Voramar le llevábamos treinta años de ventaja.

      De aquel mundo del Alto Mijares y su gente quedaba muy poco. Mi yaya todavía seguía una ruta: la alpargatería de Eladia, en la calle Taulat, una pollería de la calle Mariano Aguiló. Nos llenaba la cabeza con genealogías complicadas y no le hacíamos mucho caso. Para mi padre era un recuerdo lejano. En una esquina de la calle Pedro IV un cartel anunciaba el Bar Mijares. Cada vez que pasábamos por delante, decía: «Proceden de Castellón». Algo parecido sucedía con los Guillamón que hacían algo de provecho en la vida: un futbolista del Sevilla o uno que tenía un bar en Castellón de la Plana. «Se apellida como nosotros», subrayaba mi padre, como si quisiera demostrar que él también hubiera podido ser futbolista o tener un bar.

      Contaba que lo mandaron a Toga en los años de la guerra. Siempre había pensado que era para evitar los bombardeos. En 1938 una bomba cayó muy cerca de casa y el bloque de pisos altos de Luchana, número 18, quedó tocado: todo el mundo la llamaba la casa de la bomba. Pero, entre los papeles que rescaté cuando mi padre murió y me tocó vaciar su piso, hay un ejemplar, muy ajado, de Juanito. Obra elemental de educación, escrita en italiano por L. A. Parravicini (1911). En la primera página lleva el sello de la Librería de 1ª y 2ª enseñanza Boix (en González Chermá, 64, Castellón). También he encontrado un «Cuaderno del niño Julián Guillamón». El cuaderno está editado por Eloisa Más, en Onda. Los trabajos escolares de mi padre llevan las fechas de diciembre de 1941 y enero de 1942. Iba al colegio en Toga: debió quedarse en el pueblo mucho más tiempo del que yo pensaba.

      Allí vivió una experiencia que le trastornó, de la que no hablaba mucho: la muerte del tío Basilio. Le quedó una experiencia de la vida sencilla. Fue pastor y explicaba lo que sufrió cuando tuvieron que sacrificar una de las ovejas del rebaño que, a causa de una negligencia suya, se rompió una pata. Paladeaba los nombres de lugares del pueblo: el Azud, el Ejido, la Huertica, el Plano. Recordaba entrañablemente el Puente Colgante que cruzaba el río Mijares, antes de que construyeran la carretera asfaltada. Hablaba de pájaros y plantas que había conocido en el campo: «parece una buscareta», decía de una chica que se movía como un parajillo inquieto. Experimentaba una gran satisfacción al explicar los desayunos sencillos: «sube a la porchá y cógete un puñao de higas». Estas higas, para mi padre, eran las manzanas de oro.

Dibujo de un asno que arrastra un trillo.

      Un macho que arrastra un trillo. Dibujo escolar de 1942.

      Solo faltó que en la temporada 1943-1944, acababa de volver a Barcelona, el Valencia C. F. jugara la final de la Copa del Generalísimo contra el Athletic de Bilbao en el Estadio de Montjuïc. El partido se disputó el 25 de junio de 1944. En unas fotografías que he comprado en un anticuario, se ve a unos aficionados del Valencia C. F., con traje y corbata, y una banderola blanca, a­ni­­­­­mando a su equipo. Mi padre asis­­tió a aquel partido y se enamoró del Valencia C. F. Había decidido que sería valenciano.

Julián Guillamón en Toga.

      Julián Guillamón en Toga.

      El 18 de julio de 1936, cuando estalló la guerra, acababa de cumplir siete años. En 1942 iba al colegio en Toga. Debía pasar allí de los ocho o nueve años hasta los catorce. No creo que llegara a ir al colegio en Pueblo Nuevo, porque he encontrado una cartilla profesional de la CNS, del sindicato del metal, y lleva los sellos de enero-octubre de 1943. Mi padre era un chaval de trece años, calderero de 3ª del Grupo Transformación y Manufactura Férreas: pasó directamente del campo al taller.

      También he encontrado un papel del Ayuntamiento de Barcelona. Negociado de Beneficencia. Trabajo de Menores.

      «Permiso paterno:

      Ante mí, Jefe del Negociado de Beneficencia del Ayuntamiento de Barcelona, comparece D. Julián Guillamón, domiciliado en la Calle Luchana 12, 1º 1ª y dice que, como padre que es de Julián Guillamón Puerto le concede permiso para efectuar Trabajos Industriales. De todo lo cual doy fe, y solo para los efectos del párrafo primero del art. 16 del Reglamento para la aplicación de la Ley de 13 de Marzo de 1900, lo hago constar a 19 de Octubre de 1943».

      Eran unas normas de 1900 que todavía se aplicaban para proteger a los menores de los abusos de la Revolución

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