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viaje de la leche. Folleto de La Lactaria Española S.A.

      Mientras la cabeza me bailaba entre Isabel de la vaquería, la señora Balbina y su hija Merche, en Pueblo Nuevo la industria de la leche esterilizada funcionaba a toda máquina. En la calle Bach de Roda tenía la fábrica La Lactaria Española S. A., que producía la leche RAM. En la esquina de Perú con Bilbao, en octubre de 1960 se inauguró la nueva factoría de Frigo, que fabricaba batidos y helados. Letona, que también fabricaba el Cacaolat, estaba en la calle Pujadas, pasada la vía del tren. De manera que a pocas calles de distancia convivían la fábrica automatizada y la vaquería de sesenta vacas. Mientras preparaba este capítulo estuve buscando fotografías, folletos y anuncios de las marcas de leche, helados y batidos que se fabricaban en Pueblo Nuevo. Encontré un folleto de la RAM con el ciclo de la leche, desde las montañas a las casas pasando por la fábrica. Mi generación se quedaba pasmada ante ese tipo de diagramas y Pablo Carbonell les dedicó aquella canción tan divertida que se titula «Mi agüita amarilla». Realicé otro descubrimiento más impactante aún. Con la experiencia de mi abuelo camarero, a finales de los años cincuenta la familia de mi madre arrendó en Arbúcies, en el Montseny, un hotel de temporada: Hostal Castell. Los amos del hotel eran también propietarios de una masía, el Marcús, con una gran extensión de bosques y cultivos. Tenían vacas. En el hostal se gastaba leche embotellada, pero traían una pequeña cantidad de leche fresca para nosotros y para algún cliente que mi abuela y mi madre mimaban especialmente. Encontré un calendario de Frigolat, el batido de chocolate de Frigo. Reconocí de inmediato el lugar que aparece en la fotografía: es el puente que conecta la carretera de Arbúcies a Viladrau con el Marcús. Por aquel puente habían pasado muchos litros de leche en dirección al Hostal Castell. Mientras mi abuela compraba bolsas de leche de los vaqueros pensando que era más buena que la de otras marcas, la deslocalización llamaba a la puerta.

El puente del Marcús

      El puente del Marcús, en Arbúcies.

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       EL PASEO RIBALTA

      En el Arxiu Municipal Contemporani de Barcelona se conservan unos índices del Padrón Municipal de los años 1900, 1905 y 1924, en los que figuran, anotados a mano, todos los vecinos de Pueblo Nuevo: el apellido del padre, el apellido de la madre, la edad, la calle, el número y el piso. En los índices de 1900 hay dos páginas y media de gente que se apellida Guillamón: sesenta y cinco personas. Muchas veces el segundo apellido es también valenciano. A menudo son apellidos que he oído nombrar, de familiares y vecinos del pueblo de mi padre: Puerto, Morte, Catalán o Sevilla. En 1905 los Guillamón son noventa y seis. Hay otros apellidos conocidos: Agustina, Andreu, Lecha. De 1924 se conserva un índice general de habitantes de Barcelona. Ciento nueve hombres y ciento cuatro mujeres se llaman Guillamón, la mayoría en el distrito de San Martín. Entre las mujeres, he encontrado a una hermana de mi yayo, Generosa Guillamón Tomás, de veintinueve años, vecina de la calle Topete, número 7. Casada con Clemente Franquero, de treinta y tres años, en el listado no consta el segundo apellido. Esta casa de la calle Topete todavía existe: parece una casa de pueblo, encalada, con un pequeño balcón.

      La primera industria de Pueblo Nuevo fueron las indianas: telas estampadas de algodón. Más tarde se instalaron fábricas textiles, de curtidos, fundiciones, harineras, fábricas de mosaicos, de aguardiente, de azúcar, de aceites y jabones: todas estas industrias necesitaban trabajadores. En el paso del siglo xix al siglo xx, los pueblos del interior de la provincia de Castellón, relacionados de forma natural con Cataluña, generaron un flujo de personas ininterrumpido, una gran emigración olvidada, anterior a la emigración murciana y andaluza. Antes de aquel incidente con los camiones que lo empujó a marchar del pueblo, el hermano pequeño de mi yaya, Manuel Puerto, venía a Tarragona como temporero en las vendimias. Recordaba a un campesino que le preguntaba: «¿Estàs tip? ¿Vols un ou ferrat?» («¿Tienes apetito? ¿Quieres un huevo frito?»). El tío Manuel, que nunca habló catalán, recordaba esta frase escuchada en su juventud, cuando nada hacía pensar que acabaría viviendo en Barcelona. En el siglo xix, en la calle Wad-Ras existían diversas tonelerías. Quizás algunos de estos valencianos fueron toneleros. Hasta hace cuatro días, frente a la puerta del almacén de la bodega Castells, en la esquina de las calles Ávila y Pujadas, y en las bodegas Montroy Massana, entre las calles de Granada y Wad-Ras, se sentía un olor embriagante a vino. Dejaron de funcionar décadas atrás pero el olor del mosto había impregnado la construcción. He oído contar que estos toneleros cobraban en monedas de plata: de ahí el nombre del vecindario. También se decía que cobraban en plata los trabajadores que a principios de los años veinte llegaron a Barcelona para la construcción del Gran Metro. La plata era el símbolo de una nueva prosperidad.

      Toga es un pueblo pequeño que no sale nunca en los periódicos. Por eso me pareció significativa una noticia de La Vanguardia del 13 de octubre de 1882, que habla de unas inundaciones que afectaron la Puebla de Arenoso, Montán, Montanejos, Fanzara, Toga, Espadilla y Vallat hasta Onda. Podrían ser el punto de partida de una emigración que en pocos años se volvió torrencial, hasta el punto de que el número de personas que se apellidaban Guillamón se triplicó: de sesenta y cinco a doscientos trece. Primero llegó la hermana de mi yayo, Generosa Guillamón, y su marido, Clemente Franquero, y se instalaron en la calle Topete. Más tarde, Marcelino Andreu, el padre del Marcelino del pasaje Mas de Roda, abrió un bar en la calle Taulat. Mi padre hablaba de ellos como si fueran familia y quizás lo eran: vecinos y parientes de lejos. No sé exactamente cuando llegaron mis yayos. No aparecen en el listado del padrón de 1924 ni en el padrón de 1930. Pero en el padrón de 1940 he leído una nota que dice que el yayo vivía en Barcelona desde hacía treinta años, y la yaya, dieciocho.

      Mi padre nació en 1929. A partir de ese momento se produjo un goteo constante de gente de Toga: las hermanas de mi yaya vinieron a Barcelona a servir, no se adaptaron y regresaron al pueblo. Ahora me sorprende ver a mi bisabuela, vestida con bata, en la plaza de España y en la cima del Tibidabo, y a mi bisabuelo en las vendimias. La tía de mi padre, Enriqueta, que conserva estas fotos, me aclara que pasaban temporadas en Cataluña. Mi padre explicaba siempre que había nacido en las chabolas de detrás del Cementerio del Este. Cuando yo era chico todavía vivían en la misma casa unos medioparientes. Re­cuerdo haber estado en la casa, que no tenía nada de chabola: era una casa sencilla de paredes encaladas. En aquella época ya debía tener luz y agua corriente. Cuando mis yayos se instalaron en la calle Luchana, en los años treinta, la casa se convirtió en lugar de paso para los parientes, antes de que encontraran trabajo y piso. Unos traían a los otros: como hacen hoy los chinos y los magrebíes. El tío Manuel y la tía Enriqueta llegaron en 1963. Las hermanas de mi yaya se quedaron en Toga, pero sus hijos acabaron emigrando en la posguerra: Nicanor y Juanito, hijos de la tía Clara y, más adelante, Miguel, hijo de la tía María.

La casa de la calle Topete, donde vivió Generosa Guillamón.

      La casa de la calle Topete, donde vivió Generosa Guillamón.

      Mi amigo Xavier Bou me ha proporcionado un dato que encontró en un libro del historiador Joan B. Culla: en 1916 la comunidad de Castellón debía ser muy importante, porque se creó un Centro Instructivo Republicano Radical Castellonense, vinculado al Centro Democrático Radical de Pueblo Nuevo. Su primer presidente fue Domingo Gimeno Calpe. Cuando la entidad tuvo suficiente peso se instaló con sede propia en la calle Luchana, número 23. Funcionaba allí una escuela laica. Según cuenta Culla, en 1926 tenía aún sesenta socios. De manera que el portal del número 23 de la calle Luchana, con una gran escalera que se veía desde la calle, ¡había sido el Centro Instructivo Republicano Radical Castellonense! En las listas de entidades que recibían subvenciones del Ayuntamiento de Barcelona a principios de los años veinte solo el Centro Aragonés de la calle Joaquín Costa y el Centro Democrático Radical Castellonense especifican la procedencia de sus socios. El partido de Lerroux debía confiar en sacar tajada del desarraigo de los castellanoparlantes del barrio de la Plata.

      Cuando yo era chico este núcleo inicial se había disuelto, la gente había dejado de ser y sentirse valenciana. Los hijos, catalanes o castellanos, eran barceloneses. El sentido

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