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para mostrar así el sufrimiento en el exilio. Por su parte, el tercer hijo se llamó Lo-ammi, que significa “No mi pueblo”, para mostrar que el pacto entre Dios y su pueblo estaba quebrado. Se usa el significado metafórico de los tres hijos para representar la relación matrimonial restaurada.

      Antes de la restauración, Jezreel significaba: “Dios esparcirá”, pero luego significó “Sembraré”. Antes, Lo-ruhama significaba “No compadecida”, después significó: “Tendré misericordia”. Antes, Lo-ammi significaba “No pueblo mío”, pero después significó “Tú eres pueblo mío”.

      Por eso, Pablo asegura que Dios llamará “Pueblo mío” al que no era su pueblo y “Amada” a la no amada, con el fin de mostrar a todos los cristianos que Dios siempre estuvo interesado en alcanzar a todos con el mensaje del evangelio. Así, esas naciones también podían ser parte del pueblo de Dios y serían llamadas “hijos del Dios viviente”.

       Fue para esto que el Hijo de Dios se hizo Hijo del Hombre: para que todos los hijos de la humanidad, sin ninguna discriminación, sean llamados hijos de Dios. Bien decía C. S. Lewis: “El cristiano no cree que Dios nos amará porque somos buenos, sino que Dios nos hará buenos porque nos ama”.

      El remanente fiel

      “También Isaías proclama acerca de Israel: ‘Aunque el número de los hijos de Israel fuera como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo’ ” (Romanos 9:27).

      ¿Qué es un remanente? Técnicamente, es “lo que queda” y “el resto”. Dios siempre ha tenido, a través de la historia, un remanente que permanece fiel a su Palabra. Isaías cumple su ministerio cuando Asiria está en su apogeo y arrasa con todos los pueblos. El siervo del Señor claramente profetiza: “Aunque el número de los hijos de Israel fuera como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo” (Isa. 10:22).

      La nación entera no escaparía del castigo divino; solo se salvaría un remanente. El mensaje del remanente fue clave en las enseñanzas y la misión de Isaías; incluso Dios le ordenó que pusiera a uno de sus hijos el nombre de Sear-jasub (que significa “Un remanente volverá”), para recordar la promesa. Los que eran parte del remanente habían sido sostenidos por la misericordia de Dios y sobrevivido a guerras, cautiverios, pestes y hambrunas. Además, habían soportado y rechazado la idolatría, y fueron preservados por el Señor como su pueblo elegido, fiel y misionero.

      Por eso, en Romanos 9:27, Pablo aplica el término “remanente” a los judíos de sus días que ya eran cristianos. En Romanos 11:5 habla de estos judíos cristianos como de “un remanente escogido por gracia”, y el “remanente” de Apocalipsis 12:17 es el cuerpo de fieles de Dios, es decir, “lo que queda” de esta larga línea que sobrevivió a los ataques del enemigo a través de todos los tiempos.

      Mis amigos Jorge y Mirta siempre desearon vivir en un lugar soñado, de paz, cerca de la ciudad, donde llevar a jóvenes y familias a fortalecer su fe y su fidelidad a Dios. Oraron mucho, se desprendieron de muchas cosas, y haciendo un gran sacrificio adquirieron una propiedad con una tierra muy fértil y productiva, con sembrados de trigo, maíz y soja.

      El nombre que le pusieron a la propiedad fue “El remanente”. Esta designación no solo les permitía testificar a los vecinos mediante el nombre, sino también con su testimonio y con una gran variedad de actividades espirituales, de estudio de la Palabra y alabanzas a Dios.

      Dios adquirió como su propiedad al remanente con su propia sangre, para ofrecernos su paz, para que nos volvamos a él, para que demos la espalda al pecado y para que vivamos fielmente leales a Jesús, a sus mandamientos y a su misión. Como bien decía Spurgeon: “El cristiano debe ser el hombre más contento del mundo, pero es el menos contento con el mundo”.

       Recuerden nuestra preciosa identidad: somos el remanente de Dios. Renueva hoy tu gratitud y el compromiso de fortalecer diariamente la comunión con Dios, y cumple fielmente la misión.

      Un caso perdido

      “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios es por la salvación de Israel” (Romanos 10:1).

      Se suele llamar “caso perdido” a una persona o situación que ha llegado a un punto limite, sin solución. Pablo se refiere, en Romanos, a aquellos que buscaron su propia justicia en lugar de la justicia de Dios; que confiaron en los méritos propios en lugar de los méritos del Señor; que hicieron las cosas a su manera y no a la manera de Dios; y que siguieron sus planes y no los de Dios. Pero él, como apóstol de Jesucristo, no los consideraba un caso perdido.

      Entonces, ¿qué hizo Pablo con estos judíos equivocados? Hizo tres cosas:

       1-Los trató de hermanos.

       2-Tuvo un deseo ferviente de corazón.

       3-Oró por su salvación.

      Todo esto confirma que Dios no impone ni excluye a nadie de la salvación, sino que la ofrece a todos, de manera reiterada e insistente.

      El apóstol usa el término “hermanos” muchas veces, y representa afecto, amistad y cariño. Él no deja de quererlos porque ellos lo hayan rechazado. Al contrario, los sigue amando, y el deseo más ferviente de su corazón es su salvación.

      En las antiguas esculturas romanas, la mano inexperta del escultor podría mal usar su herramienta y producir un defecto en la escultura, que los deshonestos tapaban con cera. Este engaño resolvía momentáneamente el problema, porque cuando el sol calentaba la cera, esta se derretía. En cambio, el escultor honesto que había hecho un trabajo cabal colocaba un cartel con esta leyenda en latín: sine cera. Esto implicaba la ausencia de un elemento que “maquillaba” y ocultaba el defecto. Algunos afirman que este es el origen de la palabra “sincero”. Otros sostienen que proviene de un rostro libre de cera, es decir, de maquillaje. Como sea, lo cierto es que una persona sincera es tal cual se expresa. Es veraz, no esconde nada y sus motivos siempre son puros.

      Puede ser que hoy tengas un familiar, un amigo o un hijo que está rechazando a Dios. Quiero decirte que nunca hay un caso perdido para él. No desistas, y sigue el consejo de Pablo: trátalo siempre con afecto y amor, actúa con sinceridad y ora mucho.

      “¿Qué se puede hacer para romper el hechizo que Satanás ha echado sobre estas almas? No veo ninguna ayuda, excepto que los padres presenten a sus hijos al Trono de la gracia, en oración humilde y fervorosa, rogando al Señor que se una a sus esfuerzos y a los de sus ministros, hasta que la convicción y la conversión sean el resultado” (Elena de White, El ministerio pastoral, p. 320).

      ¿Celoso o fanático?

      “Tienen celo por Dios, pero no conforme al verdadero conocimiento” (Romanos 10:2).

      El celo (no confundir con “celos”) es un deseo reconcentrado, devoto y entusiasta por algo. “El celo es una cualidad neutral y puede ser el mayor de los vicios. Lo que determina su carácter es el objeto al que se dirige” (J. Murray).

      Dios es celoso en el sentido de que espera exclusiva adoración, pues desea siempre el bienestar de sus hijos y que nada surja entre ellos que quiebre esa bendición. Así, la Biblia describe los celos como la emoción que surge al violar ese derecho de exclusividad, de la misma forma que un matrimonio espera de manera recíproca fidelidad de parte de su cónyuge. Pablo dice a los corintios (2 Cor. 11:2) que los celaba con el celo de Dios; y a los romanos, que el celo de muchos judíos no era conforme al verdadero conocimiento.

      No obstante, un celo inapropiado y mal dirigido desemboca en el fanatismo. “El celo es como el fuego: en la chimenea es uno de los mejores sirvientes, pero fuera de la chimenea es uno de los peores tiranos. El celo encuadrado dentro del conocimiento y la sabiduría, ubicado

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