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Pablo dice que esos son injertos contra naturaleza, es decir, haciendo algo que no era lo normal, ya que lo silvestre fue injertado en lo cultivado. Así, los gentiles fueron “injertados” en los judíos. El injerto podía combinar la fuerza y la resistencia de las raíces con el vigor juvenil, con el objetivo de conseguir una mejor producción.

      Dios tiene una advertencia para los injertados, a fin de que no se consideren superiores a los originales: fueron injertados por su fe. ¡Cuidado con la soberbia y con el pensar grandezas! En cambio, ellos necesitaban mantener la humildad y una vida consecuente.

      Dios trata a las ramas desgajadas por su incredulidad con severidad. Es la única vez en todo el Nuevo Testamento que se usa esta palabra, que significa “amputar”, “cortar” y “separar”. Dios trata a los injertados que son agregados por la fe con bondad y mansedumbre.

      Dios les dice que lo fundamental no es la rama original ni el vástago injertado, sino la raíz. Ambos necesitan una dependencia exclusiva y permanente de la raíz.

       “A menos que hundan sus raíces en la verdad de la Biblia y se fundamenten en ella y mantengan una conexión viviente con Dios, muchos quedarán infatuados y engañados [...]. Nuestra única seguridad consiste en velar y orar constantemente. Cuanto más cerca de Jesús vivamos, tanto más participaremos de su carácter puro y santo; cuanto más ofensivo nos resulte el pecado, tanto más deseables nos parecerán la pureza y el resplandor de Cristo” (Elena de White, Consejos sobre la salud, p. 625).

      Ustedes ¿me van a ayudar?

      “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29).

      En 1989, un terremoto de magnitud 8,2 grados en la escala de Richter arrasó Armenia en menos de cuatro minutos. En medio de la total devastación y el caos, un padre corrió hasta la escuela, donde esperaba encontrar a su hijo. Al llegar, descubrió que el edificio estaba destruido hasta los cimientos. Envuelto en llanto, recordó la promesa que había hecho a su hijo: “Pase lo que pase, yo siempre estaré contigo para ayudarte”.

      Y fue allí, justo en la ubicación del aula de su hijo, donde inició su obra de rescate. Otros padres, madres, bomberos y policías, todos con buenas intenciones, querían disuadirlo: “Es demasiado tarde, ya no vale la pena ningún esfuerzo”.

      Pero él clamaba: “¿Van a ayudarme?” y seguía excavando piedra tras piedra, escombro tras escombro… Sus fuerzas decaían y las manos le sangraban. Estuvo ocho horas cavando. Doce. Veinticuatro. Treinta y seis. Y, cuando ya llevaba 38 horas cavando, al retirar un gran trozo de piedra oyó la voz de su hijo y lo llamó con todas sus fuerzas: “¡Armando!”

      Emocionado, escuchó la voz de su hijo. Era débil, pero segura: “Papá, les dije a los otros chicos que no se preocuparan, que tú nos salvarías. Tú me prometiste que pasara lo que pasara siempre estarías conmigo. Aquí estamos 14 de los 33 alumnos. Tenemos miedo, hambre y sed, pero gracias a Dios estás aquí. Cuando se derrumbó el edificio se formó una cuña, una cámara de aire que nos salvó la vida”.

      ¡Cuántos yacen bajos los escombros de pecado, ya casi sin oxígeno, sin ninguna posibilidad de salir por sus propios medios! ¡Cuántos necesitados de un equipo de rescate que actúen con urgencia, perseverancia y sacrifico! Somos la única oportunidad de muchos. Nuestro Padre, con corazón sangrante, clama y nos dice: “¿Ustedes me van a ayudar?”

      Pablo nos muestra en el versículo de hoy que la elección soberana de Dios por Israel, como así también por todos los creyentes de todos los tiempos, es inmutable porque es la manifestación de su carácter de misericordia expresado en la búsqueda, el rescate y la restauración del pecador. Somos colaboradores con Dios. Como Jesús, debemos buscar y salvar lo que está perdido.

      Todas nuestras energías, sueños y prioridades deben ser encauzadas en la obra de salvar a las almas por las cuales Cristo murió, porque “la más alta de todas las ciencias es la de salvar almas. La mayor obra a la cual pueden aspirar los seres humanos es la de convertir en santos a los pecadores” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 310).

       Que nuestra respuesta sea tan irrevocable como su amor.

      Si mil vidas tuviera...

      “Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo” (Romanos 12:1).

      Los resultados de haber sido justificados por la gracia y por la fe son una vida de santificación. Pablo ruega que, en consideración a las misericordias de Dios, presentemos voluntaria e inteligentemente la vida entera, cuerpo, mente y espíritu, como un sacrificio vivo para Dios. Los servicios ceremoniales del Antiguo Testamento ofrecían sacrificios muertos, pero Pablo desafía a vivir por Cristo. Después de todo, quien vive por él también está dispuesto a morir por él. Tal vez el Señor pida a algunos morir por él, pero nos pide a todos que vivamos para él.

      En ocasión de la independencia del Perú, declarada el 28 de julio de 1821 en Lima, ocurrió el sacrificio de José Olaya. Él era un excelente nadador, que servía a la causa de la independencia. Sucre necesitaba comunicarse con los patriotas de Lima, ya que quería conocer los movimientos de los realistas, y Olaya era el portador de los mensajes.

      Así, él llevaba de manera escondida los mensajes nadando quince kilómetros por el mar, entre Chorrillos y Lima. Esa ruta estaba muy vigilada, de modo que el riesgo era muy grande. El 27 de junio de 1823, cuando llevaba (entre otros recados) una carta de Sucre para Narciso de Colina, Olaya fue descubierto por los realistas. Antes de ser apresado, arrojó las cartas. Otra versión dice que se comió las misivas.

      Para obtener información, sus captores intentaron de todo. Sin embargo, de nada sirvieron halagos, promesas, apaleamientos, extracción de las uñas, trituración de pulgares, ni la presencia dolorosa de su madre. ¡Qué dilema! Escoger entre el afecto entrañable a la madre o la seguridad de los patriotas. ¿Era preferible que su madre lo llorase muerto a que se avergonzara de verlo vivo y traidor? En medio de las torturas y antes de morir fusilado, pronunció su célebre frase: “Si mil vidas tuviera, gustoso las daría por mi patria”. Conmueve tal entrega y compromiso en favor de la liberación de su pueblo.

      ¿Estás dispuesto, como Olaya, a dar tu vida por una causa? ¿Qué costo estás dispuesto a pagar por vivir fielmente tu fe y compartir perseverantemente la esperanza? ¿Cuán dispuestos estamos nosotros a dar nuestra vida en sacrificio vivo y en servicio fiel hasta la muerte?

      Nuestra vida debe ser ofrecida a Dios como una ofrenda perfecta y un sacrifico vivo, porque “Dios no quedará satisfecho sino con lo mejor que podamos ofrecerle. Los que lo aman de todo corazón desearán darle el mejor servicio de su vida, y constantemente tratarán de poner todas las facultades de su ser en perfecta armonía con las leyes que nos habilitan para hacer la voluntad de Dios” (Elena de White, Cristo en su Santuario, p. 34).

       ¿Cuántas vidas estás dispuesto a dar?

      Transformados

      “No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:2).

      El mensaje de Pablo es claro y directo. No conformarse al mundo, sino ser transformado. En verdad, a menos que seamos transformados, seremos conformados al mundo.

      Conformarse significa adaptarse, acomodarse, concordar, armonizar, adecuar, resignarse, aguantarse, avenirse, plegarse, acceder, transigir y asentir. Conformarse es amoldarse al mundo; es decir, adquirir la forma del mundo, su violencia, sus antivalores, su incoherencia de discursos distantes u opuestos a las prácticas, su materialismo, su egocentrismo, su indiferencia, lo superficial y su “sálvese quien pueda”. Somos bombardeados por la publicidad, influenciados por el ambiente, agobiados por un mundo exterior cada vez más fuerte y una vida interior cada vez

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