Скачать книгу

      El fanatismo es una actitud exagerada, obsesiva, intolerante e intransigente. “El fanatismo es hijo del celo falso y de la superstición, padre de la intolerancia y la persecución; es muy distinto de la piedad, aunque algunas personas se gozan en confundirlos” (Juan Fletcher).

      El fanático se considera iluminado, referente y autoridad. Sus impresiones y sus opiniones son absolutas. Tiene todo para enseñar y nada para aprender. Siente que debe corregir a todos y no ser corregido por nadie.

      No necesitamos fanáticos. Pero hay algo que sí necesitamos: “Lo que se necesita es ferviente celo cristiano, un celo que se manifieste en obras. Todos deben trabajar ahora para sí mismos, y cuando tengan a Jesús en su corazón lo confesarán a otros. Más fácil es impedir que las aguas del Niágara se despeñen por las cataratas que impedir a un alma poseedora de Cristo que lo confiese” (Elena de White, Joyas de los testimonios, t. 1, p. 234).

      Las cataratas del Niágara pueden mover, en promedio, unos 110.000 metros cúbicos por minuto, lo que nos permitiría llenar 2.500.000 botellas de un litro. Es más fácil impedir la caída de esas aguas que alguien que tiene a Jesús no lo confiese. Mostremos a Jesús, sin fanatismos, hablando y actuando humildemente conforme al verdadero conocimiento de la Palabra.

       Sea nuestra oración: Señor, haznos tener celo por tu causa y límpianos de todo fanatismo.

      De corazón

      “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo, porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9, 10).

      Todo lo que viene del corazón sale por la boca. Entonces, las palabras que salen por la boca ¿muestran la calidad del corazón? Exacto. Pablo dice que con el corazón se cree para justicia y con la boca se confiesa para salvación. Todo empieza en el corazón.

      Verena tenía siete años cuando, enojada, salió de la cocina dando un portazo... el cual, de manera poco delicada, golpeó a su abuela Nilda. Fue una situación simple, que no produjo ninguna consecuencia mayor. Pero en la familia, todos querían enseñar a Verena que tenía que pedir perdón. Después de tanta insistencia adulta, la niña se paró frente a la abuela. Quería abrir su boca para hablar, pero le costaba mucho. Finalmente, dijo: “Esto es muy difícil”.

      Pensemos: ¿Qué era lo “difícil”? ¿Hablar? ¡No! Lo difícil era hablar sobre algo que no salía del corazón. En este caso, se trataba de pedir perdón. El problema siempre está en nuestro interior.

      Según el sabio Salomón al escribir los Proverbios, el corazón aparece como el lugar desde donde mana la vida. En la Biblia, el corazón representa la totalidad de la vida interior del ser humano: la mente, las emociones, el intelecto y la voluntad.

      El hombre mira afuera, pero Dios puede mirar y leer el corazón. Jesús lo explica de la misma manera, al decir que “el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo, porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Luc. 6:45). Lo que se confiesa con la boca es lo que se cree y recibe en el corazón.

      Confesar sin creer es tanto ineficaz como muy difícil, tanto para el que lo recibe como para el que lo transmite, porque “el profesar que se pertenece a Cristo sin sentir ese amor profundo, es mera charla, árido formalismo, gravosa y vil tarea” (Elena de White, El camino a Cristo, p. 45). Y en la página 18 del mismo libro declara: “Debe haber un poder que obre desde el interior, una vida nueva de lo Alto, antes de que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo. Únicamente su gracia puede vivificar las facultades muertas del alma y atraer esta a Dios, a la santidad”.

       Mario, un profesor que tuve, me dijo cierta vez: “Empieza siempre por lo más difícil, porque eso es lo que vale la pena”. Por eso, aunque sea muy difícil, vamos a empezar por donde corresponde: nuestro corazón.

      ¿Quién predicará?

      “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?” (Romanos 10:14, 15).

      Sin duda, una declaración poderosa y enfática del apóstol Pablo es la de Romanos 10:13: “Todo aquel que invoca el nombre del Señor, será salvo”. Luego, expresa cuatro preguntas, que tantas personas han intentado responder. He aquí la vida de un gran predicador.

      William Franklin Graham Jr. hizo una gran contribución al cumplimiento de la misión. Más conocido como Billy, entregó su corazón a Jesús a los 16 años en una campaña de evangelismo. Y ese compromiso lo acompañó toda su vida. Creció durante la Gran Depresión de los años ‘30; por esa razón, aprendió el valor del trabajo duro, y se dedicó intensamente a la lectura.

      Se casó en 1943 con Ruth Bell, nacida en China, quien era hija de misioneros en aquel país. Su padre, L. Nelson Bell, era cirujano general en un hospital presbiteriano a quinientos kilómetros de Shanghai. Ruth sufrió para decidir entre Billy y el campo misionero, y a fines de abril de 1941, después de mucha oración, comprendió que su misión estaría al lado de Billy y su pasión por el evangelismo.

      Poco después de su graduación, se casaron. Dedicó su vida a apoyar el ministerio de su esposo y educar a sus hijos. Siempre ayudaba a Billy a investigar y a preparar sus sermones y libros. Tuvieron 5 hijos, 19 nietos y 28 bisnietos. Franklin y Anne también son evangelistas, siguiendo los caminos de su padre.

      Billy fue el predicador que alcanzó el mayor número de personas en los tiempos modernos. En sus cruzadas, que comenzaron en 1948, en estadios, parques y otros lugares, alcanzó una audiencia directa de 210 millones de personas en 185 países. Según informes de su equipo, a partir de 1993, más de 2,5 millones de personas habían respondido a sus llamados.

      La cruzada de Los Ángeles, en 1949, lo hizo conocido internacionalmente. Las reuniones duraron ocho semanas, con multitudes de asistentes. En 1992 anunció que sufría de Parkinson, lo que lo obligó a alivianar su trabajo. En 2005 inició su última cruzada en Nueva York. Con casi cien años, falleció en 2018.

       Su mayor legado, después de sesenta años de ministerio, ha sido la predicación bíblica. Él hablaba el lenguaje de las personas y no usaba otro recurso que no sea la Palabra. Su gran consejo fue: “Estudie la Biblia para ser sabio, crea en la Biblia para ser salvo, siga sus preceptos para ser santo”. ¿Cómo se salvarán, si no hay quien les predique? Billy ya hizo su parte. ¿Y nosotros?

      Un pionero destacado

      “Como está escrito: ‘¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!’ ” (Romanos 10:15).

      Pablo, una vez más, se basa en lo que está escrito en el Antiguo Testamento para enseñarnos esta verdad. Así, cita Isaías 52:7 y expresa el valor de un enviado. En los tiempos de Isaías, el mensaje produjo alegría porque anunciaba la liberación del cautiverio en Babilonia, que prefiguraba la venida del Mesías. Pablo, por su parte, al escribir a los romanos, se refiere a la redención y la definitiva liberación de la esclavitud del pecado. El mensaje no es cualquier mensaje. ¡Son las buenas nuevas del evangelio!

      La historia del Pr. J. N. Andrews es sencillamente extraordinaria. Él fue el primer misionero oficialmente enviado al extranjero por la Iglesia Adventista, fue el tercer presidente de la Asociación General y fue quien logró leer la Biblia en siete lenguas, y podía repetir de memoria todo el Nuevo Testamento. Cuando Elena de White escribió a los primeros creyentes en Europa, les dijo: “Les enviamos al hombre más capaz que teníamos en nuestras filas”.

      Su jovencita hija Mary fue de gran

Скачать книгу