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Pablo: Reavivado por una pasión. Bruno Raso
Читать онлайн.Название Pablo: Reavivado por una pasión
Год выпуска 0
isbn 9789877982824
Автор произведения Bruno Raso
Жанр Документальная литература
Серия Lecturas devocionales
Издательство Bookwire
Cuidado con los que trabajan en la oscuridad, aprovechándose de las circunstancias y aun de las debilidades.
Cuidado con los que se creen salvadores de la iglesia, porque Salvador y Dueño de ella hay uno solo: Jesucristo, nuestro Señor, quien, según el mismo Pablo, la compró con su propia sangre.
Cuidado con aquel que, en lugar de permitir ser usado por el Consolador, trabaja para el Acusador.
Cuidado con aquel “que admite la verdad mientras sigue en la injusticia, que declara creerla, y sin embargo la hiere cada día por su vida inconsecuente, se entrega al servicio de Satanás y lleva almas a la ruina. Esta clase de personas tiene comunicación con los ángeles caídos, y recibe ayuda de ellos para obtener el dominio de las mentes” (Elena de White, Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 133).
No seas lobo ni te dejes llevar por uno de ellos. Déjate guiar hoy y siempre por Jesús, el verdadero Pastor del rebaño.
22 de enero
Sanguijuela chupasangre
“Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado” (Hechos 20:33).
Son conocidos popularmente como sanguijuelas o parásitos chupasangre. Hay marinos y terrestres. Son elásticos y flexibles, y pueden vivir unos 27 años. Son depredadores y se alimentan de gusanos y larvas, entre otros. Ciertas especies se alimentan de la sangre. ¿Cómo lo hacen? Se adhieren al organismo y con las mandíbulas cortan la piel de sus presas hasta que sangran. Luego, con la ventosa posterior succionan la sangre al mismo tiempo que liberan un anestésico que evita el dolor (para que la víctima no sienta nada), un vasodilatador para que las venas cercanas al corte liberen mayor cantidad de sangre y un anticoagulante. La cantidad de sangre que succionan no es peligrosa ni para un niño, y no transmiten enfermedades.
La codicia actúa como una sanguijuela chupasangre. Salomón dice que la sanguijuela tiene dos hijas que dicen: “¡Dame! ¡Dame!” (Prov. 30:15). En otras palabras, la codicia solo puede producir más codicia. Los que pretenden las posesiones de otros nunca se satisfacen. Como la sanguijuela que succiona sangre de todo aquel a quien se le adhiere, así hace la codicia: siempre va a querer más y más de los demás. En la lengua original del Nuevo Testamento, significa “deseo de tener más”; es decir, un deseo ingobernable de consumir y controlar lo que otros tienen, para poseer más de lo que ya tenemos.
Pablo fue acusado de avaricia, implicando que su pasión por la evangelización escondía el interés por los bienes materiales de los conversos. Él tenía derecho de pedir donativos por sus labores, pero no lo hizo. Con su notable influencia sobre la gente, podría haber conseguido beneficios materiales y enriquecerse. Pero él sabía vivir modestamente y tener abundancia; sabía contentarse, cualquiera que fuera su situación. Nunca obtuvo ganancia de los corintios ni dádivas de los filipenses; él mismo se sostenía trabajado con sus manos, sin permitir que lo sostuvieran.
El mismo Pablo pone en claro que el amor al dinero es la raíz de todos los males; por eso, la codicia está condenada por el mismo Decálogo. “La avaricia es un pozo sin fondo que agota a la persona en un esfuerzo interminable por satisfacer sus necesidades sin llegar nunca a conseguirlo”, declaró Erich Fromm.
Es necesario prevenir el gran mal de la codicia. Y, si ya estamos afectados, procuremos la cura, porque “por medio de su experiencia y ejemplo manifestarán que la gracia de Cristo tiene poder para vencer la codicia y la avaricia; y la persona que somete a Dios los bienes que le han sido confiados será reconocida como un mayordomo fiel, y podrá demostrar ante otros que cada peso que posee lleva la marca y el sello de Dios” (Elena de White, Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 21).
23 de enero
¿Dar o recibir?
“En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: ‘Más bienaventurado es dar que recibir’ ” (Hechos 20:35).
En el versículo de hoy, Pablo cita una declaración de Jesús que no está en ninguno de los cuatro evangelios. Sin embargo, confiamos en la fuente paulina y creemos que Jesús dijo eso. Aparte, dar está en la misma esencia de Dios. Dice Juan 3:16 (que es, tal vez, el texto bíblico más conocido de la Escritura) que Dios nos ama de tal manera que nos dio a su Hijo. Dar es un acto que se origina en Dios.
Por eso, debemos imitarlo. Quien recibe es bienaventurado, quien da lo es aún más. Quien da se desprende de su propio egoísmo y recibe la bendición de Dios. Dar y darse es cada vez más indispensable en el mundo en que vivimos.
“Cuando observo el campo sin arar, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
“Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil; cuando veo al prepotente pedante enriquecerse del ignorante y del pobre, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
“Cuando contemplo a esta anciana olvidada, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
“Cuando veo al moribundo en su agonía llena de dolor, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
“Cuando miro a ese joven antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol; cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante y ahora harapos sin rumbo ni destino, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
“Cuando aquel pequeño a las tres de la madrugada me ofrece su cajita de dulces sin vender; cuando lo veo dormir en la calle tiritando de frío, con unos cuantos periódicos que cubren su frágil cuerpecito; cuando su mirada me reclama una caricia; cuando lo veo sin esperanzas vagar con la única compañía de un perro callejero, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
“Y me enfrento a él y le pregunto: ¿Dónde están tus manos, Señor? Para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados.
“Después de un largo silencio, escuché su voz: ‘¿No te das cuenta de que tú eres mis manos? Atrévete a usarlas para lo que fueron hechas’ ” (Autor desconocido).
Nosotros somos en este mundo las manos de Dios. Sirve con amor, porque más bienaventurado es dar que recibir.
24 de enero
Para eso estamos
“Yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús” (Hechos 21:13).
Hace un tiempo, visitaba en un hospital a un bombero que había sido afectado por el fuego debido a sus heroicos movimientos en medio de un incendio. Se encontraba en terapia intensiva; su situación no era grave, pero sí delicada. Después del saludo y como intentando animarlo, decidí felicitarlo por su valiente acción y espíritu de servicio. Abriendo apenas sus ojos, con la mano levantada y con voz débil pero convincente, me agradeció. Sin embargo, casi al instante aseguró que no había nada para felicitar. Él dijo simplemente: “Para eso estamos”.
Desde entonces, pensé muchas veces en su sermón de tres palabras: “Para eso estamos”. En realidad, un bombero no está para quemarse ni dañarse. No obstante, en su servicio para proteger bienes y vidas, si es necesario arriesgar la propia para salvar la ajena, está dispuesto para eso.
Pablo también tenía muy en claro cuál era el propósito de su vida y de su ministerio. En Hechos 20 se narra la profecía de Agabo, quien escenifica lo que le sucederá a Pablo atándose los pies y las manos con el cinto del apóstol,