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otro matrimonio entregado absolutamente a la causa del evangelio. Aquila y Priscila conocieron a Pablo en su segundo viaje misionero. Ellos habían sido expulsados de Roma por un decreto del emperador Claudio contra los judíos. En Corinto, comenzaron a fabricar tiendas para ganarse la vida. Ellos ayudaron a Pablo en el trabajo de armar carpas, para que él tuviera su sustento; y él los ayudó en su vida espiritual y misionera. Ellos ofrecieron su casa en Corinto y, años más tarde, en Roma, como base para el crecimiento de la iglesia. Fueron ellos los que llevaron a Apolo a la conversión y a un compromiso misionero.

      Aquila y Priscila nunca son mencionados en la Biblia de manera separada, siempre están juntos como matrimonio, ya sea en el trabajo como en la iglesia. Entre ellos se complementan. En ellos observamos ciertas cualidades prácticas: fuerte comunión con Dios y con la misión, flexibilidad, capacidad para establecer relaciones duraderas, motivación propia, habilidad para trabajar en equipo, hospitalidad, sabiduría y responsabilidad.

      ¿Hay algo que debe ser fortalecido, restaurado o hecho nuevo en tu matrimonio? Recuerda que nunca es tarde. El mismo Dios que creó el matrimonio, el mismo que realizó su primer milagro en la boda de Caná, puede y quiere marcar una diferencia en tu matrimonio presente o futuro. Recuerda las palabras que María indicó a los criados en aquella boda, con relación a Jesús: “Haced todo lo que él os diga”.

      Uno planta, otro riega

      “Llegó entonces a Éfeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras. Este había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor” (Hechos 18:24, 25).

      Apolos era natural de Alejandría. Esta ciudad era un gran centro cultural y poseía una de las bibliotecas más grandes del mundo antiguo. Apolos era erudito, capaz, fuerte, elocuente y un brillante orador. Había sido “instruido”, palabra de la que se deriva “catequizar” y significa que, además de haber estudiado por sí mismo, había sido enseñado por alguien. Había aceptado la enseñanza de Juan el Bautista acerca de Jesús y, con la ayuda de Aquila y Priscila, su conocimiento de la revelación de Dios, el ministerio de Cristo, la obra del Espíritu Santo y el papel de la iglesia fue ampliado. Eso lo llevó a ser aún más eficiente al enseñar diligentemente con precisión y con esmero.

      Él era muy preparado e instruido, pero eso no cerraba las puertas a crecer en el conocimiento. Es necesario aprender, desaprender y reaprender. Nadie sabe tanto que no pueda aprender alguna cosa más, y nadie es tan ignorante que no pueda enseñar.

      Después de ampliar sus conocimientos y la comprensión de la verdad, Apolo se transformó en el predicador favorito en Corinto, incluso en comparación superlativa por encima de Pablo, pero él nunca perdió de vista el objetivo, el foco y la misión.

      Apolos tenía en claro su responsabilidad individual, pero al mismo tiempo sabía que el equipo, el mensaje y el Originador del mensaje estaban por encima de todo. No es el poder humano lo que asegura el éxito, es la unión de lo divino y lo humano, la bendición de Dios sobre nuestros esfuerzos.

      “Un Pablo puede plantar y un Apolo regar, pero es Dios el que da el crecimiento. El hombre no puede hacer la parte de Dios [...]. Como agente humano, puede cooperar con los seres celestiales, y con sencillez y humildad hacer lo mejor que pueda, comprendiendo que Dios es el gran Artífice maestro” (Elena de White, Servicio cristiano, p. 322).

      Apolos no se prestó a crear rivalidad ni enfrentamientos. Al contrario, buscó sumar, porque “ningún jugador es tan bueno como todos juntos”(Alfredo Di Stéfano). Pablo afirma que se necesita del que planta y del que riega, pero el crecimiento viene solo de Dios.

       Por eso, te invito hoy a dejar de lado el individualismo y a que unas tus fuerzas luchando por el crecimiento. Ya lo decía muy bien Martin Luther King, Jr.: “O aprendemos a vivir juntos como hermanos o vamos a perecer juntos como necios”.

      Afortunados

      “Entonces descendió Pablo y se echó sobre él, y abrazándolo, dijo: No os alarméis, pues está vivo [...]. Llevaron vivo al joven, y fueron grandemente consolados” (Hechos 20:10–12).

      Su nombre significa “Afortunado” y pasó a la historia por ser el joven que se quedó dormido mientras Pablo predicaba en Troas. Él se cayó de un tercer piso y falleció. Estamos hablando de Eutico; quien, “afortunadamente”, fue resucitado.

      Pablo había estado una semana en esa ciudad predicando el evangelio. En la última noche, junto con la cena de despedida, predicó su último sermón antes de continuar su viaje. En el piso superior de la vivienda, repleto de gente, el humo de las velas que iluminaban el salón, la poca ventilación y la extensión de la reunión hicieron que este chico (que tendría entre diez y catorce años) buscara la brisa fresca sentado en el borde de la ventana.

      A simple vista, podríamos decir que se trataba de un oyente distraído, en un ambiente tóxico, y con un programa intenso y extenso. Y que esta serie de factores llevaron a que Eutico cayera de la ventana hacia el patio exterior. Podemos imaginar la confusión en el auditorio: unos tratando de reanimarlo y otros procurando echar culpas.

      Entonces Pablo, interrumpiendo su sermón, desciende y se echa sobre él, así como Elías lo había hecho con el hijo de la viuda y Eliseo con el de la sunamita. Pablo lo abrazó y dijo que estaba vivo, pues había resucitado. Así, se lo llevaron y todos fueron grandemente consolados.

      Podríamos decir que hay tantos Euticos distraídos, con un pie “adentro y otro afuera” de la iglesia, tal como hay tantos adultos indiferentes, distantes y distraídos del proceder de las nuevas generaciones. Tal vez nuestros ambientes estén sobrecargados de las velas y el humo de los protocolos y las ceremonias, sin la buena ventilación de la participación y la integración. Acaso nuestros discursos y programas son tan intensos y extensos, centrados en procesos y no en las personas.

      No es tiempo de buscar culpables. Es tiempo de renovar nuestro compromiso como adultos, como padres y como educadores para las nuevas generaciones. No podemos jugar al distraído y dejar que se balanceen entre la vida y la muerte en el borde de la ventana. No podemos ofrecer un ambiente que se hace tóxico por la falta de coherencia, ya que nuestros discursos quedan muy distantes de nuestros hechos.

       “La gente joven necesita modelos, no críticos”, dijo John Wooden. Pablo ya no está para resucitar a nuestros “Euticos”, pero somos “afortunados” porque el Obrador de aquel milagro quiere repetirlo. Solo necesita contar contigo como su instrumento.

      ¿Qué es una lágrima?

      “Sirviendo al Señor con toda humildad, con muchas lágrimas” (Hechos 20:19).

      Si preguntamos a un químico qué es una lágrima, nos dirá que es una solución acuosa compuesta por clorato de sodio y otras sustancias químicas.

      Si preguntamos a un estoico, nos dirá que es una señal de flaqueza.

      Por su parte, un fisiólogo nos responderá que es un líquido lubricante para mantener los ojos húmedos.

      Si habláramos con un epicúreo, nos dirá que no significa nada, y nos recomendará comer, beber y gozar de la vida porque mañana moriremos.

      Ya sea que consultemos a unos o a otros, la realidad es que las lágrimas existen y, aunque no todas expresan angustia o dolor, muchas de ellas nos hablan de un corazón herido, de un hogar desecho, de una salud quebrantada, de un recurso faltante o de la pérdida irreparable de un ser querido.

      Jesús lloró al vernos dispersos como ovejas sin pastor. Pablo también derramó lágrimas; en realidad, sirvió al Señor con lágrimas. Aunque enfrentó muchas dificultades personales, no se ve al apóstol derramar lágrimas por su propio

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