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había imaginado otra entrada en Damasco, una repleta de honores y aplausos. Después de todo, él llegaba para terminar con aquella plaga del cristianismo. Saulo escuchó, pero no entendió; vio luz, pero no vio a nadie. Fue conducido por terceros; estuvo tres días incomunicado y en soledad; en penumbra física, pero en reflexión, oración y arrepentimiento. En la oscuridad, todo se le hizo claro. Vio realmente quién era y, sobre todo, quién era Jesús.

      Tal vez de manera consciente o inconsciente, tímida o rebelde, estás persiguiendo a Jesús con tu indiferencia, con tu inestabilidad y con tu falta de compromiso. ¿Crees que puedes terminar con Jesús y con su mensaje? Quien aun temblando se anima a preguntar como Saulo: “Señor, ¿qué quieres que haga?”, seguro recibirá la mejor respuesta. Este inicio del año es un buen momento para renovar tu entrega y tu compromiso con Dios y con su Palabra.

       Como muy bien decía Spurgeon: “Nadie está tan seguro como aquel a quien Dios guarda; nadie está tan en peligro como aquel que se guarda a sí mismo”.

       Si no me creen, pregunten a Saulo.

      Un personaje extraordinario

      “Entonces Bernabé, tomándolo, lo trajo a los apóstoles y les contó cómo Saulo había visto en el camino al Señor, el cual le había hablado, y cómo en Damasco había hablado valerosamente en el nombre de Jesús” (Hechos 9:27).

      Si hay un personaje extraordinario en el libro de los Hechos, ese es Bernabé. Era oriundo de la Isla de Chipre, y su nombre significa “Hijo de ánimo, de consuelo, o de exhortación”. Ningún otro nombre más que ese es el más adecuado para ilustrar lo que fue el propósito de su vida.

      Bernabé fue una influencia clave en la formación de Pablo y de Juan Marcos. Dios lo usó para llevarlos a un compromiso con la misión. Estuvo al lado de ellos, acompañando, motivando y guiándolos en el proceso del discipulado. Bernabé fue un discípulo que generó otros discípulos.

      Bernabé fue un constructor de puentes entre los creyentes y un recién convertido, Saulo, y arriesgó su propia reputación en favor de un hombre que todos rechazaban. Es él quien percibe el potencial de Saulo, él mismo cuenta su conversión y lo presenta a los demás dirigentes de la iglesia. Bernabé fue el primero en viajar con Pablo y formar un equipo misionero, fue el primero en donar su propiedad y ponerla al servicio de la iglesia. Es decir, era un hombre sensible a las necesidades de los hermanos y de la misión.

      Bernabé demuestra ser digno de confianza. Cuando en Antioquía el evangelio se extiende entre los gentiles, se alegra y apoya el crecimiento. Busca a Saulo en Tarso y lo lleva como evangelista. Los dos se convierten en maestros, y la iglesia se multiplica. Fue allí donde se llamó a los creyentes “cristianos” por primera vez (Hech. 11:25).

      Bernabé es un siervo generoso, sensible, sacrificado, humilde y comprometido con la tarea de la predicación. Es un hombre de fe y de coraje. Y es un formador de dirigentes de la iglesia.

      Bernabé era esa clase de discípulo que no atrajo las luces para sí mismo. Esto se refleja en una historia particular, registrada en Hechos 14:8 al 23. En aquellos días, muchos creían que los dioses podían mezclarse con los hombres. Era tal su influencia que, en Listra, Bernabé y Pablo fueron recibidos como dioses. A Bernabé se lo llamó Júpiter por su porte; y a Pablo, Mercurio, por su oratoria. Por supuesto, ambos rechazaron tal cosa. Nuestro proceder y nuestra vida siempre ejercen influencia.

      Bernabé no dejó nada escrito, pero Pablo, su discípulo más notable, inspirado por Dios, escribió casi la mitad del Nuevo Testamento. La iglesia necesita de Pablos arriesgados y valientes, expuestos siempre en el frente de batalla contra el mal. Pero además necesita de los Bernabés, que también son arriesgados y valientes, y no obstante obran detrás de escena, formando, animando, enseñando y discipulando.

       Recuerda que sin Bernabés no hay Pablos.

      Una mano extendida

      “Ahora, pues, he aquí la mano del Señor está contra ti” (Hechos 13:11).

      No hay obra de arte mayor ni mecanismo más ingenioso que la simple mano del hombre. Diseñada por el gran Diseñador, Isaac Newton, erudito y matemático y uno de los científicos más destacados de la historia, llegó a exclamar: “Ausentes otras pruebas, me bastaría el pulgar para convencerme de la existencia de Dios”.

      La mano humana, maravilla de diseño y de ingeniería, se compone de 29 huesos, 29 articulaciones, más de 100 ligamentos, 35 músculos, y un sinnúmero de nervios y arterias. Solamente para controlar el pulgar, necesitamos nueve músculos y el esfuerzo conjunto de tres nervios principales de la mano. La capacidad de la mano humana es impresionante: fuerza, flexibilidad, destreza, resistencia y control motor refinado. La punta del dedo es un instrumento sensorial dotado de una increíble capacidad para detectar, y lo hace con un grado de sensibilidad que la ingeniería humana apenas si empieza a emular con la disciplina de la robótica.

      Si maravillosas nos parecen las obras de nuestras manos, qué decir de las manos de Dios. La Biblia utiliza expresivas figuras materiales para ilustrar ideas morales y espirituales. En toda la Escritura, incluso en los dichos de Pablo, las manos son un símbolo del amor, la sabiduría y el poder de Dios (en el caso de esta historia, para reprender a Barjesús –o Elimas–, un falso profeta).

      La mano de Dios es poderosa: su mano sembró de estrellas los cielos, que siguen fielmente su órbita determinada.

      La mano de Dios es sabia: su diestra hace maravillas; qué decir del átomo o, simplemente, de un copo de nieve. Bien decía Luis Pasteur: “Un poco de ciencia aleja de Dios, pero mucha ciencia nos devuelve a él”. Admiramos una computadora y un teléfono inteligente; entonces, ¡imagina el cerebro humano!

      La mano de Dios es suave: como la mano experta de un médico que usa el bisturí de manera milimétrica y experta.

      La mano de Dios es protectora: nos ha creado, nos cuida, nos moldea y también nos guarda.

      La mano de Dios es justa: a su debido tiempo, coloca cada cosa en su lugar.

      La mano de Dios puede ser resistida: porque Dios nos hizo libres para decidir. Y, si hacemos una mala elección, viene a nuestro auxilio (si se lo pedimos) para transformar nuestro carácter a su imagen.

      He tenido el privilegio de estrechar las manos de autoridades y presidentes, pero nada más honroso que el Rey del Universo te extienda su mano, esa mano poderosa, sabia, suave, protectora, justa y respetuosa.

       Esas mismas manos que fueron clavadas en la Cruz se extienden para abrazarnos y guiarnos. La mano del Señor esta siempre extendida, solo se necesita que la tomes.

      Sublime gracia

      “Nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres” (Hechos 13:32).

      En Antioquia de Pisidia, Pablo fue a la sinagoga en sábado, a adorar a Dios como Creador y a predicar. En este primer sermón, él destaca tres grandes temas.

      En primer lugar, la omnipresencia de Dios: él está en todo lugar. El Dios de su mensaje está en todas partes y tiene acceso a todos los sitios.

      En segundo lugar, la soberanía de Dios: él está sobre todo y sobre todos. En su sermón, se destacan los verbos “escoger”, “enaltecer”, “sacar”, “soportar”, “dar”, “levantar”, “temer” y “conocer”. Estos son verbos que muestran el propósito específico de la soberanía de Dios a través de los tiempos y las personas. Incluso, la misma presencia de Pablo entre ellos era resultado de la voluntad y los planes de Dios. La soberanía de Dios parece

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