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Pablo: Reavivado por una pasión. Bruno Raso
Читать онлайн.Название Pablo: Reavivado por una pasión
Год выпуска 0
isbn 9789877982824
Автор произведения Bruno Raso
Жанр Документальная литература
Серия Lecturas devocionales
Издательство Bookwire
En toda su vida, Pablo se entregó completamente para servir al Señor y a la iglesia. Y lloró, pero no por las heridas y los desprecios que él hubiese recibido como siervo y esclavo de Cristo. Lloró por sus hermanos judíos que rechazaban la salvación. Se apenó por las piedras que colocaban en el camino de la verdad. Sintió dolor por todos aquellos que se perdían. Experimentaba tristeza por la dureza de los corazones humanos. Él mismo aconsejaría años más tarde que no sufrieran como resultado de malas decisiones y acciones, pero sí animó a no avergonzarse del sufrimiento por la causa de Cristo sino, más bien, agradecer, dar gloria a Dios y seguir adelante.
¿Estás derramando lágrimas por la salvación de los que sufren y para que el evangelio pueda llegar a todos? Sigamos el ejemplo de Pablo, tal como lo describe Elena de White: “Predicando el arrepentimiento, el retorno a Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo. Se encontraba con los hombres en sus hogares y les suplicaba con lágrimas, declarándoles todo el designio de Dios” (El ministerio de la bondad, p. 65). Y recordemos Salmo 126:6: “Porque irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla, pero al volver vendrá con regocijo trayendo sus gavillas”.
19 de enero
Un esplendor refulgente
“Pero de ninguna cosa hago caso ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24).
Pablo invita a los ancianos de Éfeso a recorrer los 55 km de distancia hasta Mileto, a fin de compartir con ellos un discurso de despedida. Es consciente de los peligros que lo esperan, incluso de muerte, pero no se escapa. Otra persona lo habría hecho; no él. Pablo va a luchar hasta el final, porque “los ganadores nunca se rinden y los que se rinden nunca ganan” (Vince Lombardi).
Pablo reconoce que su capital más valioso es el Señor. Como en la parábola de la perla preciosa (Mat. 13:45, 46), bien valía la pena vender todo para quedarse con el tesoro. Su vivir era Cristo, y Cristo era su vida. Pablo no solo quiere terminar su carrera, quiere hacerlo de manera victoriosa y gozosa. Su ministerio es propiedad del Señor, no le pertenece. Dios es el Dueño y el sueño de Pablo es responderle como fiel administrador. Él está listo para rendir cuentas.
Pablo se consideraba responsable por dar testimonio del evangelio y de la gracia de Dios, como fiel testigo tanto por medio de la vida que vivía como por el mensaje que predicaba. Es el heraldo que declara y predica un mensaje como representante del Rey. El testigo declara lo que vio suceder, pero el heraldo proclama lo que el rey le dice. Es comisionado y enviado con un mensaje; no es originador del mensaje, sino un transmisor.
Pablo se veía como un atalaya. Esta es una referencia al centinela en las murallas de Ezequiel 33:1 al 9. Su misión era estar despierto y alerta, listo para hacer sonar la alarma. Tenía que ser fiel porque la seguridad de muchos dependía de él.
“En la historia de aquellos que han obrado y sufrido por el nombre de Jesús, no hay ninguno que brille con un esplendor más puro y refulgente que el nombre de Pablo, el apóstol a los gentiles. El amor de Jesús, brillando en su corazón, lo hizo olvidarse de sí mismo y ser abnegado. Había visto al Cristo resucitado, y la imagen del Salvador se había impreso en su alma y brillaba en su vida. Con fe, valor y fortaleza, para no ser amedrentado por el peligro o retrasado por los obstáculos, anduvo de un país a otro difundiendo el conocimiento de la Cruz” (Elena de White, Dios nos cuida, p. 119).
Hoy la misión de la iglesia necesita obreros que brillen. Que tengan esplendor puro y refulgente. Que tengan el fuego y la pasión de Pablo.
20 de enero
El mártir
“Y ahora, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro” (Hechos 20:25).
El capítulo 50 del libro Los hechos de los apóstoles, de Elena de White, cuenta el final de la vida Pablo. No hay registro de las últimas escenas, pero sí de su postrer testimonio: “Como resonante trompeta, su voz ha vibrado a través de los siglos, enardeciendo con su propio valor a millares de testigos de Cristo y despertando en millares de corazones afligidos el eco de su triunfante gozo: Porque yo ya estoy para ser ofrecido, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida ” (Los hechos de los apóstoles, p. 409).
Nerón pronunció la sentencia: Pablo sería decapitado. Fue conducido al lugar de ejecución con la presencia de pocos testigos, pues querían evitar que el testimonio de su muerte ganará más creyentes que su predicación. La sangre de los cristianos era como una semilla que producía más cristianos. Aun los rudos soldados se asombraron y se convirtieron por su paz, su espíritu de perdón y su inquebrantable confianza en Cristo.
Pablo llevaba consigo el ambiente del cielo. Puede ser que los argumentos, por irrebatibles que sean, no provoquen más que oposición; pero un ejemplo piadoso entraña fuerza irresistible. Se olvidó el apóstol de sus sufrimientos, al llegar al paraje del martirio; no vio la espada del verdugo ni la tierra que iba a absorber su sangre, sino que a través del sereno cielo miraba esperanzado el Trono del Eterno.
Este hombre de fe vio a Cristo, a los patriarcas y los santos que de siglo en siglo testificaron por su fe seguros de que Dios es fiel. Desde la rueda de tormento, la estaca, el calabozo y cavernas de la Tierra, escuchaba el grito de triunfo de los mártires.
Redimido por el sacrificio de Cristo, lavado del pecado y revestido de su justicia, su alma era preciosa a la vista de su Redentor. Se aferraba a la promesa de resurrección en el día final. Sus pensamientos y sus esperanzas estaban concentrados en la segura venida de su Señor.
Nerón terminó su existencia con estas palabras: “Qué artista que va a perder el mundo”, mientras que las últimas palabras de Pablo fueron: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Tim. 4:6–8).
La corona de oro no solo será para él. También hay una para ti.
21 de enero
¡Cuidado con los lobos!
“Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño” (Hechos 20:29).
Los lobos son los animales más grandes de la familia canina. Poseen un grueso pelaje (ya sea blanco, negro o con combinaciones de marrón y rojizo) que los ayuda a sobrevivir en climas diversos. Los lobos buscan transmitir fuerza, generar sumisión, agresión y miedo. Generalmente viven en manadas, dentro de un territorio establecido (al que marcan). Ellos se comunican a través de aullidos, gruñidos, ladridos, olor y lenguaje corporal. Atacan y consumen por la fuerza, y son rapaces, es decir, dados al robo, al hurto o la rapiña.
Por otro lado, es preciso recordar que el lobo es un animal nocturno con un gran sentido de la vista, y trata de obtener ventaja de sus víctimas potenciales que no ven bien por la noche.
Con semejantes características, no es de extrañar que Pablo usara como metáfora a estos animales para advertir a la iglesia. ¿Quiénes serían los “lobos” deseosos de arruinar al rebaño de creyentes? Pues bien, son los falsos maestros que pretenden reemplazar la antigua Palabra de Dios por novedosas y propias ideas; son los que dicen “Así dijo el Señor”, cuando el Señor no ha hablado; son las herejías disfrazadas de doctrinas; son los que se consideran autosuficientes, reclaman su autoridad y actúan como dueños de la iglesia para llevar adelante