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descendiente? —le preguntó tras un largo silencio en el que reafirmó su poder.

      —No está preparada —le contestó Kirko, con semblante serio.

      —Habrá que darle un empujoncito.

      —Ella no funciona así. —Se atrevió a desafiar a su padre con la mirada—. Es complicada, padre. Si la obligas a hacer algo, lo más probable es que consigas todo lo contrario. Todavía me habla de sus hermanas, le encanta recordar los momentos buenos que pasó con su difunta madre y sonríe cuando me nombra a sus amigos. Creo que una parte de ella echa de menos su hogar.

      —¿No te ha jurado fidelidad eterna?

      —Los humanos son diferentes. Lo eterno es inconsistente. Por lo que he llegado a entender, rompen sus promesas continuamente, cambian de opinión varias veces en una misma jornada, los opresores hablan de libertad y los que se llaman a sí mismos salvadores amenazan con construir muros. Luchan por unos ideales que abandonan en cuanto les surge un inconveniente, sabotean sus propios sueños y prefieren quedarse con los brazos cruzados antes que defender su criterio. Procuran mantener su apariencia limpia, mientras por detrás son capaces de cometer actos deleznables.

      —No sé cómo esos parásitos no se han extinguido todavía. ¡La imagen está sobrestimada! ¿Para qué aparentar lo que no eres cuando puedes mostrarte con total transparencia? A mí me temen, y no he conseguido ese respecto regalándoles dulces a los aldeanos. Me conocen, saben quién soy y que no desistiré jamás en conseguir un Silbriar limpio, puro y justo.

      —Por eso hay que darle tiempo para que conozca nuestra verdad —insistió Kirko—. Sé que abrirá los ojos.

      —Está bien, hijo. —Se rascó la frente para tratar de hacer brotar una de sus ideas brillantes—. No quería cargar con ese mestizo durante el viaje, pero quizá una ejecución en la plaza principal delante de todos esos magos medrosos sea lo que necesitemos para que hinquen la rodilla ante mí. Ya sabes lo importante que es para nosotros que el vínculo se complete. Te he prometido tierras, un castillo y tu propio ejército. ¡Ven aquí! —Con rostro henchido, Kirko se acercó—. ¿Sabes por qué? ¿Quieres saber por qué hago todo esto por ti? No solo porque seas mi hijo, sino porque eres mi legado. Eres un mago de los elementos, dominas el fuego mejor que nadie, y si continuamos con nuestras clases, pronto te convertirás además en el discípulo más aventajado de la doctrina del Cosmos. Un verdadero mago no tiene que conformarse con una enseñanza, porque lo limita, y la magia no tiene por qué tener restricciones. ¡Tú eres mi futuro! ¡Y la descendencia que tengas con esa... muchacha será indestructible! ¡Mi legado!

      Orgulloso, Kirko se regocijó durante unos segundos, saboreando los planes que tenía su padre para él. Podría tener su propia guardia que vigilase su castillo, gobernar en sus tierras, amar a la mujer que deseaba y formar una familia lejos de los espías de la bruja y de su propia hermana. ¡Su hermana!

      —¿Y qué será de Kayla?

      —Ella es una gran soldado, fuerte y voluntariosa, pero por desgracia está contaminada con la sangre de vuestra madre. Ella no regenta un elemento puro, como es el tuyo. Los rayos, aunque son potentes, son producto de la combinación resultante entre una masa de aire que choca contra el hielo, es decir, el agua. Es un elemento secundario y, por lo tanto, aunque me empeñe en adiestrarla en mi disciplina, nunca será como tú. ¡Además, tú estás destinado a una descendiente! Es normal que centre todas mis esperanzas en ti. Por supuesto, Kayla obtendrá también su recompensa. Pero no será gobernar en Silbriar.

      Kirko frunció el ceño, confundido. Lorius no era muy proclive a nombrar a su madre, y aunque corrían extensos rumores de que tanto su hermana como él eran huguis, nunca se atrevió a preguntarle a él directamente, quien los acogió con cariño y se convirtió en el único padre que habían conocido.

      —¿Tú conociste a nuestros padres? ¿Es verdad que corre sangre humana por nuestras venas? —le preguntó por primera vez sin miedo, solo azotado por la creciente curiosidad y llevado por el entusiasmo al confirmar los grandes planes que tenía para él.

      Lorius arrugó el rostro y disimuló una mueca de disgusto. No era una conversación de su agrado, pero debía achicar esos ánimos impacientes por conocer la verdad. Siempre era mejor que esta saliese de su boca y no de chismes ultrajantes que podrían minar su confianza en él.

      —A tu madre no la conocí, pero..., sí, era humana. Tu padre biológico, un mago del agua, se enamoró de ella, y ya sabes que esas relaciones siempre han estado prohibidas. No pueden mezclarse especies, va contra natura. Por eso ella murió en el parto, y él, poco tiempo después.

      —¿Contra natura? Pero Lidia también es humana. —Agachó la cabeza, sin entender.

      —¡Oh, por favor! Ella es una descendiente. Su linaje es real, proviene de la casa de Ela, una estirpe de valientes magos y guerreros. Aunque, en mi más sincera opinión, sus ancestros eran unos botarates. —Soltó un bufido que sonó a un rebuzno—. Y ahora, si ya has saciado tu curiosidad, te ruego que vayas a llenar de halagos a tu amada. ¡Tiene una cabeza que decapitar! Y yo necesito tiempo para pensar en mi próximo paso. ¡Tenemos una guerra que ganar!

      Kirko abandonó la estancia sin volver la vista atrás. Con las cejas arqueadas, Lorius lo examinó, dibujando una mueca de disconformidad, hasta que cruzó el umbral. Tenía que fortalecer el carácter de su hijo. Poseía unas cualidades inmejorables, sin embargo, le faltaba temperamento para llegar a ser un líder. En cambio, su hermana, a pesar de no contar con unas aptitudes deslumbrantes, era fiera y gozaba de una entereza inquebrantable.

      Soltó un suspiro comedido. No quería sobresaltarse con nimiedades. Todo marchaba según lo previsto, pese a que tuviera que continuar alimentando al mestizo en su celda. Rio para sus adentros. Tendría que cebar al cerdo antes de repartir su carne.

      Se sentó en el lujoso sofá que le había regalado Moira y, de nuevo, se concentró en la tarea que lo mantenía ocupado en las últimas semanas: escribir sus memorias. Debía plasmar sus vivencias y sus creencias en un libro que después todo el mundo leería. Él se había nutrido del conocimiento de muchos magos que habían dejado su huella en cientos de páginas. Y ahora debía devolverle el favor a la comunidad, enumerando sus hazañas, explicando los motivos de su rebeldía. Toda revolución comienza siempre con el inconformismo; había que sublevarse contra la apatía y la resignación. Los libros mal denominados «oscuros» no debían estar prohibidos. El conocimiento de la magia absoluta tenía que estar al alcance de todos. ¡Y él había sido un visionario! Sus memorias lo confirmarían y generaciones futuras podrían alimentarse de su conocimiento.

      Sin embargo, su labor fue nuevamente interrumpida. La voz estridente de Moira perforó sus tímpanos y consiguió que profanara la página impoluta con un indeseable borrón. No escatimó en demostrarle a la bruja su desagrado, pues en su rostro se marcaron todas sus líneas de expresión. Crispado, la encañonó con una mirada belicosa.

      —¿Acaso no has recibido mi mensaje? —le reprochó ella, visiblemente ofendida—. Llevo esperándote en la Sala de los Espejos una eternidad. Este no es el comportamiento de un caballero.

      —Oh, disculpa, querida. Lo olvidé por completo. —Apoyó la pluma sobre el escritorio y, tras dedicarle una sonrisa burlona, se levantó—. ¿Qué te inquieta tanto para que tengas que presentarte en mis humildes aposentos?

      —He tenido que enterarme por mis súbditos que mantienes bajo llave varios de los objetos mágicos que has requisado gracias a las escaramuzas de tus magos en el mundo humano.

      —¡Ah, sí! Muchos guardianes están despertando y he ordenado interceptarlos antes de que se apoderen de sus objetos. —Chasqueó la lengua, contrariado—. El problema es que solo hemos podido requisar aquellos que son heredados y no los que se encuentran en esa estúpida tienda. No logro localizarla. Ha debido activar algún mecanismo de protección. Pero será cuestión de tiempo que caiga en mis manos.

      —Podías haberme contado que ya habías enviado a emisarios en su busca. —Se cruzó de brazos, ofendida—. Sabes que yo puedo ayudarte.

      —Lo sé, pero

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