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de discernir qué clase de especia era esa que lo hacía salivar sin cesar.

      —¡Deliciosos! Libélula hace una exquisita tarta de especias —dijo mientras saboreaba las galletas—. Pero no tiene nada que ver con esto.

      —¿Te refieres a su famosa tarta de chocolate? —Confuso, Nico lo miró desde el camastro.

      —¡Qué chocolate, mentecato! Ni siquiera sé qué es eso. Ella tritura varias raíces. Nadie conoce su receta secreta.

      El color de la piel de Nico se tornó en un ligero amarillo fantasmal. Se levantó a duras penas, y tras divisar un cubo que había sobre la barra, se dirigió a él y terminó vomitando ante los rostros asqueados de sus amigos.

      —Bibolum está bien —dijo por fin Érika, ignorando los continuos lamentos de Nico—. No está en una cárcel, sino en una habitación del sótano.

      —Seguro que confinado con alguna clase de hechizo que le impide abandonarla —lamentó el elfo.

      —Libélula lo visita de vez en cuando para que no se sienta tan solo —continuó ella, apagando la voz—. ¡Pero Aldin está vivo! ¡Nos lo ha dicho el gran mago!

      Estupefactos, todos clavaron sus ojos en el rostro de Valeria. Esta sonrió tímidamente y asintió con un leve movimiento de su barbilla.

      —¿En serio? ¿El señor Moné sigue vivo? Es una gran noticia —exclamó Daniel, quien no entendía por qué Valeria no se lo había comunicado nada más entrar—. ¿Lo tienen prisionero en el castillo de la bruja o te ha dicho si lo han llevado a otra parte? Puede que también Samara se encuentre bien.

      Coril observó cómo el brillo en los ojos de la guerrera se desvanecía y comprendió que esa buena noticia venía acompañada de otra más nefasta. Contrariado, arrugó el rostro.

      —No podemos iniciar una misión de rescate. Otra vez no, en ese condenado desierto. ¡Casi no sobrevivimos a él! Aunque sienta decir esto, Aldin tiene que esperar e ingeniárselas solo por el momento. ¡Tenemos que dirigirnos a las Islas Sin Nombre!

      —Hay más. —Valeria examinó a todos los presentes, que la miraban con curiosidad. Nico era el único que permanecía alejado del círculo que habían formado con los taburetes. De vez en cuando emitía algún lamento, haciéndolos partícipes de su malestar—. En el Refugio, Érika descubrió al traidor. Se trata de un mago llamado Máximus Belemis.

      —¡Maldita lagartija! —Onrom se levantó de un salto y asió con brío su hacha de dos cabezas—. Ahora mismo voy a entrar en el Refugio y descabezarlo.

      —Cálmate, amigo mío. —El elfo lo invitó de nuevo a sentarse—. No podemos actuar de forma impulsiva, ya que nos delataríamos en menos de un segundo. Tenemos que aprovechar las ventajas que poseemos. De momento, ignoran que las descendientes han regresado. También, hacia dónde nos dirigimos y qué pretendemos hacer. Si Belemis es el traidor, pagará por ello, os lo prometo.

      —¡Sí que lo es! —afirmó Érika, tajante—. Lo vi en la fiesta de la bruja, cuando buscaba a mi hermana.

      —Y mi madre ya hablaba en su diario de él, aunque no mencionaba su nombre. ¡Es el padre de Hanis, el novio de Lía! —sentenció Valeria.

      Durante unos minutos, el silencio se instaló en la sala, abrazándolos bajo un incierto halo de zozobra. La llama del candil crepitaba temerosa, anunciando que pronto dejaría de existir y que la oscuridad camparía a sus anchas en el edificio en el que se ocultaban. Ya circulaban rumores sobre la muerte de Hanis cuando Coril fue aceptado como pupilo del gran mago. Muchos decían que su padre, roto por el dolor, se había escondido en algún lugar del Valle. No tenía fuerzas para combatir contra el ejército imparable de Lorius y había preferido llorar su pérdida en la soledad más absoluta.

      Meditabundo, el elfo frunció el ceño, tratando de recordar algún dato más sobre la historia del supuesto traidor, pero no encontró nada en su memoria que pudiera arrojar más luz. ¿Por qué luchar al lado del hechicero responsable de la muerte de su propio hijo? ¿Acaso Lorius le había prometido riquezas, tierras o un cargo que pudiera compensar la muerte de su hijo?

      —Belemis lo ha organizado todo —continuó Valeria—: el alzamiento de los guardianes, la destitución de Bibolum... Y ahora le ha dejado el camino libre a Lorius para que entre en el Refugio. Bibolum está convencido de que el mago oscuro no trata de reconquistar el norte, ni siquiera hacerse con el castillo de Silona. ¡Quiere el Refugio!

      —¡Por las hadas petulantes y mariposonas! —El enano dejó caer su labio inferior hasta mostrar su dentadura amarillenta—. Si eso es verdad, el destacamento de Galvian que circunda el Sendero de las Piedras Silentes está en grave peligro. Zacarías ha ordenado el despliegue de los magos por el norte para impedir que las tropas de Lorius se hagan con la Ruta de las Especias. ¡Y pulgas endemoniadas! Ha colocado a los gnomos de Nims cerca del río que atraviesa los bosques del sur.

      —Pues es evidente por qué ha hecho eso —exclamó Daniel, visiblemente enfadado—. Lorius acabará con los gnomos de un plumazo y conseguirá llegar hasta aquí. No va a atacarnos por el norte, él está en el castillo del desierto. ¿Es que a nadie se le ocurrió pensar lo más lógico? ¡¿Que se acerca por el sur?!

      —¡Pues claro, carita relamida! —le espetó Onrom—. ¡Por eso los mejores enanos están protegiendo las tierras del sur!

      —¿Solos? —le preguntó Coril, preocupado—. ¿Dónde están los elfos? ¿Y las hadas? También escuché decir que cientos de mestizos fornidos se habían alistado. ¿Por qué Zacarías los ha dispersado por todo Silbriar?

      —Tengo que advertir a Galvian. Ha enviado a mi pueblo a una muerte segura —se lamentó el enano mientras recogía su arma—. No puedo embarcarme hacia esas condenadas islas sin antes contarle a mi jefe los planes de ese traidor. ¡Juro por mi honor que acabaré con ese mago calvo y estirado! —Antes de salir, giró sobre sus talones y se dirigió de nuevo a ellos con voz grave—: Voy a reunir a un equipo de leales y conseguiré un barco. Todavía tengo algunos contactos. ¡Elfo, nos vemos en los Lagos Enanos!

      El sonido de la puerta al cerrarse los sumió de nuevo en un candente desasosiego. Ya no había luz bajo la que ampararse, ya que la vela había menguado hasta desaparecer por completo. Daniel extrajo un mechero de su bolsillo y una llama débil floreció entre sus dedos. Coril observaba el objeto con cierta reticencia, pero aceptó de buen grado los extraños utensilios de los humanos. No contaban con esferas lumínicas, ni siquiera con las curativas. Apenas le quedaban dos cantimploras con agua del oasis y debían recorrer un largo camino plagado de soldados antes de llegar a los Lagos Enanos. Él seguía siendo un fugitivo.

      Valeria observó que su hermana se había quedado dormida junto a Nico. Siempre había envidiado la capacidad de Érika para adormentarse en cualquier sitio, fuera incómodo o a plena luz del día. Si se encontraba cansada, todo lugar se convertía en agradable con tal de que pudiera cerrar los ojos. También el guardián de las botas parecía exhausto. Entrecerraba los párpados y presionaba con ambas manos su barriga.

      —¿Nico está enfermo? —preguntó intranquila.

      —No te preocupes —le contestó Daniel—. Mañana estará listo para la misión. Tendrá un dolor de cabeza horrible, pero se sentirá mejor.

      —Deberíamos descansar nosotros también —sugirió el elfo—. Nos espera una larga jornada.

      —Antes de darnos las buenas noches, tengo que comentaros algo. —Valeria soltó una profunda exhalación—. Es verdad que el señor Moné sigue con vida, pero... no es porque Lorius se haya apiadado de él. Bibolum me explicó que Lidia, para romper el tercer sello y que su alma se vuelva definitivamente oscura, debe asesinar a su maestro.

      —¡¿Qué?! —Daniel entrelazó los dedos de ambas manos detrás de su nuca.

      Coril entrecerró los ojos y clavó su intensa mirada en el rostro desamparado de la muchacha.

      —No voy a preguntarte si tu hermana sería capaz de cometer un acto tan

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