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su incursión hasta su fuga a través de uno de los portales del oasis. Cogió aire varias veces antes de confesarle que su hermana Lidia se había negado a volver con ellas, y no omitió detalle alguno sobre la aparición de las estelas naranjas en el cielo y el posterior descubrimiento del diario de su madre.

      —En sus últimos viajes a Sibriar, descubrió toda una trama de corrupción que afectaba a magos y a sacerdotisas de Tirme. De hecho, creemos que una tal Moira es la bruja del castillo. Es más, fue ella la que incendió la biblioteca, para después arrasar la ciudad.

      El gran mago palideció. Un nudo enorme taponó la boca de su estómago y no pudo permanecer sentado mucho más.

      —¿Moira? —Se levantó y se dirigió a la única ventana que lo conectaba con el mundo exterior. Estaba recluido en un sótano, pero desde allí podía oler la hierba fresca del patio, ultrajada por los toscos soldados que vigilaban los muros del Refugio—. ¿Estás segura, mi niña? —De reojo, comprobó cómo ella asentía—. ¡Es algo muy grave! Moira... es la tía de Samara.

      —Entonces, ¿fue capaz de matar a su propia hermana? —No era una pregunta como tal. Valeria había caído en lo trágico de la situación—. ¡Esa mujer está chiflada! ¡Ha sido capaz de quemar su propio pueblo! Pero ¿por qué?

      —Ahora no importa el porqué, sino que una descendiente camina al lado de los dos brujos más ambiciosos y desalmados que jamás haya conocido Silbriar.

      Bibolum se dio la vuelta y observó a la guerrera, que esquivó su mirada para clavar sus ojos miel en el suelo. La traición de su hermana le escocía, todas las células de su cuerpo le hervían. Era un fuego insoportable, un dolor que consumía su alma lentamente. Habría preferido haber sido atravesada por una espada. Esa habría sido una muerte segura y rápida, mejor que tener que enfrentarse a la traición de Lidia.

      Apretó los labios para no gritar y, desafiante, le devolvió la mirada al gran mago.

      —Por eso tenemos que liberar la capa y encontrar a su guardián. Es el único en grado que puede devolverles la fe a todos los que la han perdido, incluido a los guardianes que nos han dado la espalda.

      —Lo sé, mi niña, lo sé... —Apoyó la mano en su hombro y le lanzó una mirada lastimera a Libélula. Esta alzó la barbilla ligeramente, intuyendo la desagradable conversación que tenía pendiente y que no podría eludir por mucho que lo deseara.

      —Nos dirigimos a las Islas Sin Nombre. Allí podría encontrarse la capa, bajo un hechizo de sometimiento. Pero Coril ha dado con un conjuro que podría liberarla y está reuniendo a un grupo de aliados para que nos acompañe. —Valeria hablaba atropelladamente, como si no quisiera admitir todas las fisuras que tenía el descabellado plan—. Por eso hemos vuelto.

      —¿Y para eso has arriesgado la vida de tu hermana y la tuya entrando en esta celda? ¿Para contarme vuestro plan? —le preguntó, con rostro afable.

      —Queríamos conocer..., quería saber su opinión... —titubeó unos segundos en los que las palabras se le atragantaron—. Y si tenía noticias del señor Moné... Todos estamos preocupados por él, pero no podemos ir a rescatarlo. Yo quería saber si él...

      —Te sientes culpable por haberlo dejado atrás —la ayudó el mago a continuar— y quieres saber si se encuentra con vida. —Bibolum le cogió la mano a la guerrera y observó los grandes ojos verdes de Érika, abiertos de par en par, conteniendo las lágrimas a la espera de su respuesta—. No tengo comunicación con él desde que el nuevo Consejo invadió mi casa, pero si de algo estoy seguro es de que Aldin continúa con vida. Y no lo digo porque se trate de un mago habilidoso y experto, sino porque todo el universo lloraría su muerte. La tierra se volvería árida e infértil, los lagos se secarían, y la hecatombe sería tal que caeríamos en una noche eterna.

      Valeria frunció el entrecejo mientras intentaba descifrar las palabras del gran mago. Érika se acercó a ella y, con semblante confuso, le suplicó que le tradujera lo que acababan de oír. Era pequeña, pero tenía derecho a saber, más cuando iban a embarcarse en una misión sin su maestro y donde ella sería la única maga, por lo tanto, la única capaz de despertar a la capa. Bibolum Truafel lanzó una prolongada exhalación y mostró una sonrisa amarga. Había llegado el momento que nunca creyó que ocurriría.

      —No solo estáis aquí porque os preocupe el estado de mi buen amigo Aldin. También queríais preguntarme por vuestra hermana. —La guerrera torció el gesto y asintió levemente—. Queréis saber si Lidia está totalmente perdida. Es eso lo que más te aflige, ¿verdad, Valeria? Una parte de ti quiere recuperarla y..., la otra... —Se calló al observar el rostro de la pequeña nublarse por completo—. Bien, no voy a mentiros. Se han roto dos de los tres sellos necesarios para que ella abrace la oscuridad: el primero fue despertar con el beso de un maligno y el segundo fue entregarle su corazón, pero todavía nos queda su alma. Para romper el tercer sello, debería renunciar a su maestro y aceptar a uno que se nutra de las tinieblas, es decir, a Lorius, ya que su hijo Kirko no es un maestro como tal. Pero para convertirse en una descendiente oscura, no solo tiene que aceptar la mano de Lorius, sino también aniquilar cualquier rastro de magia blanca que haya en su alma asesinando a su predecesor. Por eso sé que Aldin sigue con vida. Si Lidia hubiese cumplido su cometido, la naturaleza habría rugido y escupido fuego al sentir su transformación. Y eso no ha sucedido.

      —¡Lidia nunca mataría al señor Moné! —protestó Érika—. ¡Ella no haría eso! ¡No es mala, solo está enamorada!

      Libélula apartó a la niña del mago para tranquilizarla. Había alzado demasiado la voz y temía que el soldado hubiese despertado. Tocándose la boca con el índice, le pidió que mantuviera silencio y, desesperada, se encaminó hacia la puerta. Apoyó la oreja sobre la madera y no escuchó movimiento alguno. Aun así, permaneció custodiando la entrada por si el desganado joven decidía curiosear más de la cuenta.

      Mientras tanto, Bibolum mantenía la mirada clavada en el rostro de la guerrera. La había visto dudar, revolverse mientras él se explicaba. Era evidente que algo se había quebrado en su espíritu.

      —Querida niña, necesito saber si antes de que eso ocurra, tendrás el valor para hacer lo correcto.

      El mago hablaba casi en susurros para evitar que su hermana pequeña pudiera escuchar lo que estaba pidiéndole. Ella se pellizcaba el labio inferior con saña. Tenía el corazón en un puño, y parecía que este se esforzaba en estrujarlo cada vez más. No lo había dicho. No había sido necesario. Ella había recibido el mensaje desde que le había explicado en qué consistía la ruptura del tercer sello. Era la vida de Aldin o la de su hermana. Era salvar millones de galaxias o sumirlas en la oscuridad más absoluta. Pero ¿cómo ayudar al maestro cuando se dirigía a las Islas Sin Nombre? Por el momento, debía confiar en la astucia del señor Moné y en que su hermana no estuviese preparada para cometer un acto tan vil. Érika tenía razón: sencillamente, estaba enamorada. Pero ¿podría el amor ser tan ciego como para asesinar en su nombre?

      Sus prioridades no habían cambiado. Primero debía encontrar esa dichosa capa y luego ayudar al nuevo guardián a liderar un ejército capaz de derribar el castillo de arena con un simple soplo. Y si Lidia tenía las agallas de matar al que fuera su maestro, ella misma acabaría con la vida de su hermana.

      Se acercó al mago, se colocó a su altura y, ladeando la cabeza, le prometió:

      —No voy a dejar que Lorius gobierne Silbriar, mi mundo o cualquier otro. ¡Esta vez llegaré hasta el final!

      Escuchó los pasos de Érika aproximarse ligera y se calló. La niña parecía exaltada. Hacía aspavientos con las manos, hasta que por fin se las llevó a la boca mientras negaba con la cabeza, sorprendida ella misma por el revuelo que acababa de ocasionar.

      —Ya sé dónde he visto antes a ese mago calvorotas —desembuchó, todavía impresionada—. ¡En el castillo de la bruja! Estaba junto a Lidia en la fiesta.

      —Pero ¿de qué estás hablando? —Valeria la instaba a calmarse.

      Libélula abandonó su puesto de vigilancia en la puerta y corrió hacia la

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