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El guardián de la capa olvidada. Sara Maher
Читать онлайн.Название El guardián de la capa olvidada
Год выпуска 0
isbn 9788418390036
Автор произведения Sara Maher
Жанр Языкознание
Серия Trilogía Crónicas de Silbriar
Издательство Bookwire
—Papá, no puede. Tiene que venir con nosotros. Es la única maga con la que contamos para la expedición. No sabemos el paradero del resto, puede que ni los encontremos... Lo siento, pero las tres hermandades tienen que caminar juntas de la mano si queremos tener éxito.
Luis se incorporó y la atrajo a sus brazos. Tenía el mismo arrojo que su madre, utilizaba sus mismos argumentos, su misma pasión. Entornó los párpados y, ahogando un suspiro, le susurró:
—Sé que estás enfadada con Lidia y entiendo tu disgusto. Pero ella no escogió a ese chico por voluntad propia. Estaba escrito en un libro negro. ¿Desde cuándo nos rendimos en esta familia por un contratiempo? Tú lo has dicho antes: una sentencia oscura no es una realidad absoluta. Tienes que recuperar a tu hermana como tu madre hubiese querido. Debes tener fe en ella.
Valeria no fue capaz de mirarlo a los ojos. Mantuvo la cabeza gacha mientras apretaba los puños con fuerza.
—Todavía tenemos un problema —interrumpió Nico, impaciente—. ¿Cómo demonios vamos a llegar a Silbriar?
—Rompí el espejo —aclaró Valeria—. ¿Existe otra forma?
El duende sonrió de medio lado y se dirigió al trastero con paso solemne. Expectantes, todos siguieron sus andares pintorescos. Érika reconoció al instante la diminuta puerta por la que un año atrás habían escapado de los mellizos asesinos. Junto al duende, fue la única que no tuvo que agacharse para adentrarse en la pequeña estancia. Y fue la primera en expresar su sorpresa al descubrir otro espejo prácticamente igual que el anterior situado en el centro de la habitación. Relucía como la estrella más brillante, como una piedra preciosa escondida en las profundidades del mar. ¡Era tan hermoso! Se acercó a él e introdujo la mano, tal y como había hecho Nico la vez anterior. Percibió el frescor en sus dedos y jugueteó con ellos, hasta que por fin atrapó unas cuantas flores en sus manos. Entonces, las sustrajo y se las mostró a todos. Eran coloridas, rebosaban alegría y poseían esa vitalidad tan característica del otro mundo. Las olfateó hasta impregnarse de su magia y, a continuación, se las entregó a su padre.
—Para que conserves un pedacito de Silbriar. ¡Vamos a volver, papá!
—Pero ¿cómo...? —Nico señalaba el espejo, todavía incrédulo.
—Bibolum me ordenó que fabricara otro en cuanto la descendiente fue capturada, por si alguno de vosotros se dignaba a aparecer por aquí. —Acarició su obra maestra con mimo—. Bueno, los duendes no solo construimos puentes de arcoíris.
—Muy bien, gracias por todo, Prigmar. Estamos preparados. —Daniel se colocó delante del cristal con decisión.
—Antes de cruzar —sugirió el duende—, deberíais cambiar vuestro atuendo.
—¡Oh, no! ¡Otra vez no! —se lamentó Valeria, llevando la cabeza hacia atrás.
—No digo que os vistáis de monigotes. En esas cajas del fondo tengo varios mantos. Deberíais ocultar vuestros rostros. No sabemos qué está ocurriendo en Silbriar en estos momentos, pero me dejaría cortar la cabeza si Lorius no está esperando vuestro regreso. —Su rostro se tornó más severo y mostró una mueca de disgusto—. La pequeña ya cuenta con la capa invisible, pero vosotros... No tentéis a la suerte.
Con paso agigantado, Valeria se dirigió hacia las cajas, que se encontraban mal apiladas, y rebuscó con premura en ellas. Desechó un manto púrpura que le recordaba demasiado al atuendo que portaba siempre el mago oscuro y escogió uno más discreto, de color añil. Observó de reojo que Daniel comenzaba a anudarse uno gris, y Nico, uno verdoso. Sin embargo, se detuvo al comprobar que Jonay miraba las cajas con cierta reticencia.
—¿Qué ocurre?
—He estado dándole vueltas a todo esto y no voy a ir, Valeria. —Jonay observó su reacción manteniendo el porte—. Yo me quedo aquí.
—No puedes hacernos esto. ¡Te necesitamos! —le suplicó, sujetándolo por las manos.
—No es verdad. Ya tienes a un artesano en tu equipo —dijo, y desvió la mirada hacia Nico—. Es verdad que es un poco pesado y a veces tonto, pero...
—¡Oooye! —se quejó el guardián de las botas.
—¡Por favor, por favor, Jonay!
—Val, aquí me necesitan más —confesó—. Tu padre lo ha dicho antes: él no es un guardián. Y si los brujos de Lorius interceptan la tienda en el salto, estaremos jodidos. Yo soy de más ayuda aquí. En cuanto el libro escupa las coordenadas del guardián, saldré volando para traerlo hasta la tienda. Escogerá la capa, que ya estará en una de las estanterías, y yo mismito lo llevaré a Silbriar. ¡Es lo mejor! ¡No hay riesgos!
—Tiene razón —se apresuró a decir Daniel—. Él puede buscarlo en cuanto liberemos la capa y asegurarse de que atraviese el espejo.
—¡No, no, no! —negaba, con los ojos húmedos—. Somos solo cuatro. ¡Ya has visto lo que pueden hacer los jinetes!
—Mi niña —le sonrió mientras le acariciaba la mejilla—, aquí también estamos sufriendo su crueldad y, además, la tienda no tiene cómo defenderse.
Valeria se dio por vencida y se abrazó al guardián de Pan mientras Nico y Érika se aproximaban de nuevo al espejo. Daniel, cabizbajo, se acercó a ella y acarició con ternura su espalda.
—Val, tenemos que irnos.
4
Se busca
Antes de volver a abrir los ojos, percibió el inconfundible perfume de las flores silvestres junto con esa pizca de lavanda que inundaba cada rincón de Silbriar. Érika miró al frente y recordó la empinada colina que finalizaba con un estrecho sendero; el que los llevaría por primera vez a la capital, desconociendo que se encontraban en tierra mágica. Ascendió ligera hasta llegar a la cima desoyendo las súplicas de su hermana, que la instaba a no correr. Pero ella no podía detenerse. Alegres, los pájaros cantaban mientras jugaban a esconderse entre las ramas de los árboles. Las mariposas multicolores revoloteaban ligeras realizando piruetas en el aire mientras la hierba bajo sus pies le hacía cosquillas en los tobillos. Una ardilla pelirroja se acercó a ella y le hizo un guiño. Ella rio divertida y siguió el camino que el curioso animal le indicaba. ¡Era imposible ignorar la vivacidad del paisaje! Así era Silbriar, tan asombroso y cautivador, como a la vez misterioso y traicionero.
La chispa que brotaba de sus ojos verdes se apagó de repente al constatar que, más allá, en los confines que circundaban el castillo de Silona, se abría un campo repleto de soldados.
—No son los esbirros de Lorius. Deben pertenecer al Consejo. —Resignado, Daniel soltó una profunda exhalación—. Dejaremos el sendero. Caminaremos entre los árboles y, si es necesario, nos ocultaremos bajo la capa de Érika. Pero tenemos que llegar al Refugio y hablar con Bibolum.
—La ciudad tiene que estar plagada de esos miserables, y no sabemos si son aliados o no —se atrevió a decir Nico.
—No pueden ser amigos —intervino Valeria—. Los guardianes se han sublevado y siguen las órdenes del nuevo Consejo. No podemos fiarnos de nadie más que de nosotros mismos.
—¿Y si le ha pasado algo malo al señor Bibolum? —Alarmada, la pequeña abrió los ojos de par en par, esperando una respuesta que tardó demasiado en llegar.
—El gran mago es muy listo y sabe cuidarse solo. —Valeria acarició los largos cabellos de la niña, tratando de consolarla—. Estoy segura de que se encontrará bien.
Se había alzado un repentino viento tan turbio y denso que llegaba a empañar la luminosidad de la capital. Las siniestras ráfagas recorrían la ciudad envolviéndola en una atmósfera inestable, opresora, casi irrespirable. Los ciudadanos caminaban inseguros, cabizbajos y evitando mirar a los ojos del vecino, como